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Emocionados, como niños previo a su salida a una excursión, cientos de salvadoreños preparan sus mochilas y colchonetas para salir
de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca rumbo a la Casa del Peregrino en Gustavo A. Madero.
Mixhuca fue su casa desde el 13 de noviembre, cuando llegaron a la Ciudad de México como parte de la tercera caravana migrante integrada principalmente por personas provenientes de El Salvador.
Sólo han quedado 600 de los cinco mil que llegaron a habitar el albergue, la mayoría continuó su camino rumbo al norte, otros decidieron regresar a su país, por lo que las enormes carpas le han quedado grandes al contingente y se decidió su trasladado.
Los migrantes aprovechan los primeros rayos del sol para calentar sus enteleridos cuerpos, saben que es un día distinto, ya no tendrán que soportar el frío de las carpas, principal queja de los centroamericanos durante su estancia.
Algunos son realistas y saben que cada vez será más difícil llegar a Estados Unidos, quieren buscar una oportunidad en Canadá; otros aún mantienen la esperanza de llegar, como Francisco, quien vivió 30 años en el país del norte, pero fue deportado tras conducir un tráiler con aliento alcohólico.
Los 600 suben a camiones de la Red de Transporte Público (RTP) y de M1, hombres, mujeres y niños mezclados entre colchonetas, cobijas, zapatos y ropa precaria.
También aborda en una carriola el más pequeño, Alvin de siete días de nacido, junto con sus padres que tuvieron que dejar la segunda caravana y permanecer en la ciudad para que el pequeño y su madre descansaran, aunque aseguran que el bebé es fuerte y soportará la travesía.
A bordo de los autobuses más minutos de espera hasta que al fin arranca el vehículo que también sirve como autobús turístico para que los migrantes observen a su paso mercados, tiendas, avenidas, todo es nuevo para la mayoría, no saben a dónde se dirigen, pero les sorprende la amplitud de las calles.
A su llegada a la Casa del Peregrino tienen curiosidad de saber como serán sus habitaciones, desde adentro uno le dice a otro que permanece en la fila, “son cuartos personalizados”, mientras sonríe; en realidad se trata de salones amplios y limpios con literas de metal y catres, sanitarios y regaderas.
En ese lugar tendrán que permanecer hasta el viernes, mientras tanto el sacerdote y activista Alejandro Solalinde platicará con diplomáticos y autoridades eclesiásticas canadienses en busca de una oportunidad para los caminantes.