Las oportunidades que se fueron (Parte 2 de 2)

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Las visiones, prioridades y metas de las generaciones actuales, ya no son las mismos de las que promovían la alternancia política como medio idílico para lograr el desarrollo y bienestar de México. Hoy, salvo algunas comunidades rurales que han mantenido su forma

tradicional de vida, una gran parte de los núcleos sociales se han visto fuertemente influenciados por estilos de vida ajenos a nuestro devenir histórico y cultural. La importación de modelos y estereotipos generan nuevas añoranzas, provocan, a la vez, grandes decepciones y frustraciones al no poder concretarlas del modo en que le han sido prospectadas. El consumismo y la frivolidad, producto de la perversión a la idea de bienestar, crean metas —en ocasiones inalcanzables— que se vuelven frenos para la realización individual.

A la par, la descomposición social y el aumento de la criminalidad que hemos vivido a lo largo de estas casi tres décadas de transformación política, innegablemente afectan a toda la población, sobre todo porque el miedo se apodera de la gente, pues hay una sensación permanente de inseguridad, lo que lleva a la conclusión fatal que el gobierno no está cumpliendo con sus funciones principales. 

Las instituciones se han visto comprometidas por su influencia y por la corrupción que —pareciera— se ha incrementado a la par de la apertura democrática del país, sobre todo en este último sexenio en el que pareciera se incrementó de forma desorbitante. El debilitamiento del gobierno genera una desatención a sus funciones elementales. Su fin primordial, proporcionar seguridad a las personas y crear condiciones que permitan el desarrollo y bienestar, pareciera haber sido suplantado por una ambición rampante y una ineptitud consumada de quienes tienen a su cargo la dirección de las instituciones gubernamentales. Cada vez es más notorio que, mientras más débiles e ineptas han sido las autoridades, la clase política se enriquece de forma exponencial y cínica, generando un desprecio innegable hacia todo lo que tenga que ver con el gobierno, sus instituciones y quienes las dirigen.

Así, tras dieciocho años de la alternancia política y el fin del régimen de partido hegemónico, hoy vivimos una contienda electoral marcada, principalmente, por el enojo, la frustración y la confrontación. A principios del presente siglo, se presentó a la alternancia política como el acceso hacia una vida mejor y más plena para los ciudadanos; sin embargo, por los resultados percibidos, pareciera que esto fue sólo una mentira de muchas que han caracterizado a las generaciones políticas de la alternancia.

La gente está molesta —y no es para menos— porque cada vez son menos las condiciones de desarrollo y bienestar con las que cuentan al tiempo que la frustración, justificada o no, crece. Para la gente, el gobierno y los políticos son culpables de ello, y por ello se les busca castigar y el mecanismo idóneo son las urnas.

Como sociedad hemos perdido las oportunidades de bienestar que, intrínsecamente, brinda la democracia. La frustración, el temor, la decepción y el enojo se imponen a la razón y nos orillan a decidir sobre el destino del país, de forma irreflexiva y —quizá— irresponsable, lo que puede traer consigo no sólo perder nuestras libertades; el desarrollo económico alcanzado durante las últimas décadas, y los derechos reconocidos. También podríamos abrir las puertas al demonio que ha detenido el desarrollo de la mayoría de los países de América Latina y del que —guste o no— nuestro país se ha salvado que es la dictadura.

@AndresAguileraM