Matar o Morir

Aún en el mundo criminal -supongo- y en México, donde el gobierno en funciones propugna una “política” de abrazos

y no balazos y argumenta que para acabar con la violencia, hay que atacar las causas de ésta y procurar justicia, hay de crímenes a crímenes.

El de la pequeña Camila en Guerrero, repugna, indigna y deja ver el grado de descomposición social, uno ya putrefacto, al que, sin embargo, si no todos, una inmensa mayoría de mexicanos, nos hemos tenido que venir acostumbrando. Esto ante el fracaso total de éste y de otros sexenios para -hay que insistir en esto- cumplir la primera obligación, tarea, responsabilidad o como quiera usted llamarla, que debe asumir cualquier gobierno que gobierne con un mínimo de ética: garantizar la vida y el patrimonio de sus gobernados. Sin esto, poco, muy poco o nada puede esperarse de cualquier gobierno en cualquier país del mundo.

Espantan las cifras que describen el dantesco mundo del crimen en México, el de hoy y el de antes. No se trata, aunque tampoco puede eludirse, de establecer un contraste entre cifras para ver cuál es el peor gobierno de los últimos que han fracasado en la tarea de dar seguridad a los mexicanos, primero para resguardar sus vidas, segundo para impedir que se les despoje del esfuerzo de su trabajo. Se ha dicho y sigue diciéndose que el y los gobiernos de México enfrentan una tarea urgente, y sin embargo, nadie la acomete todavía y mucho menos de manera seria y/o profesional. 

Desde el 2006, cuando inició de manera formal una guerra contra el crimen organizado y el narcotráfico, ningún gobierno y mucho menos los ciudadanos mexicanos -los gobernados pues- hemos avanzado en la tarea de constituir una fuerza policial de índole profesional para contener primero y doblegar después, al crimen. Este sólo hecho debe darnos una idea del tamaño del fracaso nacional en esta materia. Por supuesto, esta misión nacional, aplazada tantas veces, será impostergable para el gobierno que asuma en octubre próximo. Sin una estrategia clara, contundente, pero sobre todo eficaz, contra el crimen, la violencia y la impunidad, México toca a las puertas del desastre total, de la inviabilidad absoluta y de verse deglutido por el monstruo de la impunidad. Matar o morir no puede ser la respuesta. Persistir en esto nos hará un país de bárbaros o, peor aún, de criminales y verdugos.

También es cierto que no se trata sólo de crear una policía nacional eficaz y eficiente contra el crimen y la violencia. La tarea deberá incluir la formación cuanto antes de una -llamémosla así- legión de profesionales en todas las áreas relacionadas con la procuración y administración de justicia, en primer lugar un sistema carcelario también de naturaleza profesional, para coadyuvar en estos esfuerzos. Suena más fácil decirlo, claro, pero hay que hacerlo y ya. Esto si es que aspiramos a tener un país para vivir, y  no uno -insisto- de víctimas y verdugos.

A estos empeños deberán sumarse, por supuesto, otros para reconstruir y fomentar una sociedad civil fuerte, que dé al traste con las tendencias observables hacia el creciente ultraje, desesperanza, escepticismo y muy infelizmente un país decadente en muchos aspectos como consecuencia en buena parte de gobiernos más interesados en sí mismos que en la población. Esto así se haga una demagogia inmensa como único mecanismo de auto sostenimiento y preservación, antes que de una resolución efectiva de los peores males que aquejan a México, el crimen y la violencia entre los primeros agobios, sino los dos primeros del país.

Baste observar por ejemplo que mientras una inmensa población en Guerrero y en casi todo México llora y se duele por lo acontecido en Taxco de Alarcón hace sólo unos días, sus políticos atizan con denodado esfuerzo su lucha por el poder, convencidos de que “the show must go on”, y de que la muerte y martirio de una niña es sólo una más de las miles que se cuentan hoy en el país.

Lo que vimos en Taxco, una réplica agravada sin duda de muchos otros episodios similares, tardará unos días en pasar al cajón del olvido. Esto hasta que se repita en algún otro escenario del país, como de hecho ya ha ocurrido. Quizá otra vez nos indignemos y nos revolquemos en la incredulidad. Tenemos que darnos cuenta del abismo al que nos acercamos así sea paso a paso. Es tiempo de hacer algo que trascienda el lamento. Es tiempo de exigir al gobierno y los gobiernos del país que actúen con toda la fuerza que les confiere el Estado. El tiempo se acorta.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1