“El libro “Adora a la gitana”, nos recuerda que todos somos consanguíneos de un similar tronco; y, como

tales, necesitamos adaptarnos y readaptarnos unos a otros”. 

El mundo ha sido creado, no para despedazarse de inmoralidades, sino para ser recreado por los ojos humanos. Es un escándalo que continúen las contiendas más vivas que nunca, comenzando por las propias familias, que abandonan a sus progenitores. De igual modo, también es una indecencia, que millones de personas coexistan en la extrema pobreza. Tampoco proliferan en el tajo de la vida, los trabajos decentes, ni la protección social necesaria e imprescindible para dignificar a tantos inocentes excluidos de un sistema que corrompe y margina. El nubarrón de maldades es tan fuerte que nos impide discernir lo que es hermoso de lo que es feo, lo que está bien de lo que está mal. Desde luego, sin activar la estética o la moral como actividad valorativa de nuestro paso por la tierra, difícilmente vamos a tomar conciencia de la realidad y no podremos corregirnos. Sea como fuere, tenemos que despertar con el ánimo expresivo y abrirnos al espíritu creativo, si positivamente queremos dejarnos sorprender por otro fluir más certero, que es lo que en realidad nos embellece, como caminantes en camino, para poner por obra la verdad en nuestra presencia terrenal.

Hay que regresar al efectivo vocablo, a la acción justa y a la reacción necesaria. Cruzarse de brazos o ponernos en plan pasivo, igualmente nos descompone el alma. Precisamente, hace unos días, recibía un compendio de Francisco Ávila González, que lleva por título: “Adora la Gitana”, ejemplar que se terminó de imprimir el día de Pentecostés, por Entorno-gráfico Ediciones, sorprendiéndome una vez más su capacidad innovadora, su modo de impulsar las conciencias sobre los valores fundamentales, así como su manera de digerir en el ocaso de su existencia, el impulso más joven en favor de esas gentes abandonadas y excluidas. Yo, que tuve la suerte de emprender multitud de sueños con él y llevarlos a la cotidianidad vivencial, observo que a sus 86 años, su vida aún tiene sentido de donación hacía los más débiles, con lo que esto significa de maduración, de preocupación por el bien común y de humanidad conciliadora. Sin duda este volumen es importante, tanto es así que como indica el prologuista del mismo, un Inspector de Educación, Paco Olvera“Debiera estar en todas las bibliotecas escolares”. Así es, debemos tener la valentía de recordar a esos dones nadie, que han sentado cátedra con su quehacer diario, luchando sin cesar contra su propio destino.

Son estas obras escritas por gentes de corazón, partiendo de la dura realidad de algunas gentes, en este caso de etnia romaní, las que deben hacernos reflexionar e interpelarnos. El espíritu fraterno llega cuando la conciencia moral de la persona crece a través de la incondicional entrega y se madura en coherencia con el sentimiento, que es lo que nos hace estar en paz. Francisco Ávila González, a pesar de ser una persona autodidacta, labora prácticamente todas las artes. Sólo hay que acudir a su casa y visitarle, olvidar el reloj del tiempo y escucharle. Todas sus puertas están abiertas, además de la de su alma. Es un hombre de verbo, un verídico artista del color y un genuino ser de visiones que nos asombran, a través del brazo existencial y asistencial de su espíritu, que se dobla hacia la justicia. En su obra de más de cien páginas, se subrayan los valores que caracterizan la cultura de ese pueblo cañí, con el que ha convivido, como es el respeto a toda savia, el cultivo del sano orgullo de sus tradiciones y el generoso apoyo a la concordia. Por consiguiente, el libro “Adora a la gitana”, nos recuerda que todos somos consanguíneos de un similar tronco; y, como tales, necesitamos adaptarnos y readaptarnos unos a otros. 

Ahí radica la vocación de andarines, en el reencuentro consigo y los demás, junto al cauce del río como describe Francisco Ávila González, entre paraísos naturales y abecedarios que han de hermanarnos y no dividirnos jamás. Hoy más que nunca, lo que ciertamente necesitamos, son alianzas mundiales entre gobiernos, empresas e inquietos ciudadanos, como el autor de: “Adora a la gitana”; puesto que será el modo de lograr un desarrollo equitativo y de garantizar que nadie quede arrinconado, sin practicar la cultura del abrazo. La caricia en la mirada, como la moral, nos aprende a reprendernos de los errores de nuestros instintos. Naturalmente, es la mejor respuesta para destronar las cruces existenciales que nos marcamos en ocasiones entre sí. De lo contrario, será difícil levantar cabeza, porque lo inmoral es lo que hace a uno sentirse inútil y maligno. Tal vez será bueno empezar a estimarnos, comenzando queriéndose uno, para finalizar respetando aquello que nos rodea y acompaña. De momento, alzamos este tomo que nos pone alas y nos eleva mar adentro, acompañados por el  humanitario pueblo calé, al que tantas veces rechazamos sus invitaciones con desprecio, cuando lo que hemos de cultivar es el esfuerzo por no ser causa de sufrimiento de nadie. 

               

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

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