Se han trastocado casi todos los elementos de nuestra cotidianidad, hemos caído en una etapa donde todo nos parece difuso y tenemos un anhelo por el regreso a las condiciones que todos conocíamos. Pero no será así.

 En el mundo real, entramos en una espiral que aún no logramos digerir; las consecuencias serán inevitables, habrá más pobres, habrá menos ingresos, habrá una ola de cuestionamiento sobre el Estado que queremos tener y el que hoy es, habrá un recuento de nuestros muertos, de historias magníficas sobre nuestro personal médico, de todo el personal de salud. Se harán libros, se verterán millones de litros de tinta, con miles de reflexiones. A las próximas generaciones les parecerá un cuento todas las historias que estamos viviendo. Les parecerá increíble que maltratábamos a nuestro personal médico, que los acusábamos de inyectarnos “el covi”; a nosotros, los de ahora, se nos caerá le cara de vergüenza.

Estaremos llenos de historias de heroísmo, contrastadas con las otras historias de quienes no debían morir y se fueron.

Nuestro capitalismo, tal y como lo conocemos estará apoyado y diseñado en el mundo en línea, donde se estudiará (ya se estudia) y profundizará en nuestro comportamiento, en nuestra conducta y que será usada como insumo para los nuevos modelos de negocio. Modificará nuestra manera de hacer dinero. Nuestras reuniones continuarán siendo por Zoom, esperando a que se calle el otro para poder hablar, de cuyos silencios y pausas muchas empresas desarrollarán áreas de oportunidad.

Por otro lado, seguiremos con los dilemas de siempre, mucho avance tecnológico por un lado y los millones de pobres por otro. Los gobiernos seguirán usando las herramientas de siempre para intentar atender los problemas de siempre, por ejemplo, muchos y más programas sociales para tratar de solucionar las carencias sociales.

A pesar de haber convertido la pandemia en un gran laboratorio para ensayar diversas materias, seguirá escaseando la empatía por el otro.

Porque así estuvo marcado desde el inicio, basta recordar que al principio de la pandemia, la mayoría tomó a sorna la sana distancia, reíamos al saludarnos con el codo o los pies, luego lo convertimos en reflejo. Los cumpleaños se celebraban virtualmente, nuestros sepelios eran acompañamos con velas a la distancia. Redujimos el dolor a una danza diaria de cifras de muertos y contagios.

Si aún queremos modificar nuestro futuro y demostrar a las próximas generaciones cómo nos repusimos a todo esto, debemos empezar por ser empáticos con todo lo que está pasando, más humanos, más solidarios y más participativos. Porque si nos quedamos contando las historias de siempre habremos perdido la carrera contra ese frío capitalismo salvaje y “vigilante” que dominará toda nuestra narrativa.

Eduardo López Farías es economista, maestro y doctor en Administración Pública, ha realizado dos estudios postdoctorales en España y actualmente se encuentra realizando un tercer postdoctorado.
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