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Durante la última semana, indebidamente, hemos sido testigos de un pleito doméstico que ha desatado una suerte de percepciones, intercambio de opiniones y discusiones en torno de las decisiones unilaterales de la empresa MVS –primero– por despedir a

dos colaboradores del espacio de primera emisión, Daniel Lizárraga e Irving Huerta, y por el cese de la relación contractual con la titular del espacio, Carmen Aristegui.

María del Carmen Aristegui Flores es una comunicadora cuya gran virtud ha sido ser una de las voces más críticas del actuar gubernamental, tanto de esta como de las anteriores administraciones. Ella materializa la inconformidad de millones de mexicanos que ven un estancamiento en el desarrollo y bienestar de México. Gracias a esa voz crítica y a las constantes denuncias de corrupción, Aristegui se ha convertido –quizá sin quererlo– en una líder social que materializa cientos de conciencias que están molestas con el gobierno. Por ello, las teorías de la conspiración en las que denuncian la intervención gubernamental crecen y adquieren más fuerza entre la sociedad.

Las pasiones van y vienen; la especulación sobre la presión del Gobierno Federal en el despido de la comunicadora crece día con día; en tanto que los seguidores de la señora realizan férreas defensas en las redes sociales y las discusiones de café, al tiempo que el oportunismo político se presenta y los partidos de oposición al actual régimen utilizan este desaguisado para hacerse de adeptos y tratar de mejorar su desdibujada e ilegítima imagen pública. Todo ello forma un triste escenario en el que se desnuda nuestra realidad política nacional: vivimos una grave crisis política a causa de la falta de liderazgos legítimos en la sociedad.

Independientemente del desenlace de la historia jurídico laboral entre MVS y Aristegui, lo único cierto es que hoy mi querido México carece de líderes reales. La gente está habida por una persona que cuente con autoridad moral, buena imagen pública; disposición y valentía para denunciar lo indebido y lo ilícito, al tiempo que tiene una comunicación fluida, cercana y entendible con la gente.

Triste es el escenario donde los comunicadores asumen liderazgos ajenos a su función de comunicar, pero más triste es el hecho que, desde hace mucho tiempo, no hemos podid generar líderes deseosos de encabezar movimientos sociales en pro del beneficio clectivo y no de grupos e intereses económicos.

@AndresAguileraM