El Estado y sus razones
Hace algunos años, en este mismo espacio, escribí una colaboración en la que hacía alusión de la presencia de la llamada “Generación X” en los cargos
gubernamentales. Ahí enfatizaba que muchos de mis compañeros de generación política, ocupaban importantes carteras que, en sí mismas, implicaban la alta responsabilidad de llevar a México hacia una situación de mayor bienestar para las familias.
Recuerdo, con un sesgo de nostalgia, aquellos tiempos en los que predominaban los ideales y las ganas de trabajar por México; en los que criticábamos a los que en ese momento gobernaban por su obsesión de poder, sus formas acartonadas y meticulosas que —considerábamos— eran anacronismos inútiles, y —sobre todo— la forma en la que, descarada y groseramente, habían abusado del poder ya fuere para beneficio personal o bien para crear controles sociales que mantenían su status quo. Sí, éramos jóvenes entusiastas que veíamos en la política un medio para generar bienestar para todos; sí, al menos antes de alcanzar el poder, había principios e ideales por los cuales luchar y romper con —lo que considerábamos— un sistema corrupto y de privilegios oligárquicos.
Como lo comenté en ese entonces, la vida nos fue llevando a formar parte de expresiones políticas distintas. Algunos —incluso— se encumbraron en las dirigencias nacionales de los partidos políticos que militaron; a otros el destino los orilló a sentarse en dependencias del gobierno federal y de las entidades federativas y otros tantos a formar frentes dentro de la oposición. Al final, todos ellos —gobierno y oposición— formaron parte de la clase política que dominó el poder político durante los últimos seis años y que, el pasado 1º de julio, fue repudiada por una abrumadora mayoría de los votantes que —consciente o inconscientemente— regresaron la mirada a un pasado que muchos consideramos de no muy buenos resultados, pero que evocaba los días que, al final del día, resultaron menos aciagos que los actuales.
¿Y cómo defender a una generación que, desgraciadamente, se caracterizó por la corrupción y la ineptitud? ¿Cómo elogiar a una generación que ofreció cambio y bienestar y sólo mostró incapacidad de gobierno, frivolidad en su actuar público y una visión patrimonialista y cínicamente abusiva de las prebendas del poder del Estado? ¿Cómo defender a una generación que encumbró por igual a “los moches” oficiales como moneda de cambio política, cuyos representantes fueron exhibidos sin distingo partidario, o a impresentables gobernadores como Javier Duarte, Roberto Borge o Guillermo Padrés? ¿Cómo aplaudir el estancamiento social, el paupérrimo combate a la pobreza y el uso clientelar de recursos públicos que debieran ser utilizados como impulsores del desarrollo económico, personal o comunal? Es ciertamente muy difícil de hablar de buenas cuentas, cuando la ciudadanía optó —de forma radical— por darle la espalda a esta generación y regresar a un pasado que —consideraron— había dado mejores resultados que los otrora jóvenes que —se suponían— venían con mayores bríos de servir.
La generación X fue reprobada por la ciudadanía y eso es innegable. Son pocos quienes se salvan de ese racero con el que fue medido el desempeño gubernamental de los últimos sexenios, tanto que no son suficientes como para salvarnos del juicio lapidario del electorado. Los resultados están a la vista: los mexicanos cambiaron la esperanza democrática y de innovación, por retornar a los tiempos en los que el poder se centralizó a una sola voluntad.
@AndresAguileraM.