Hace un momento terminé de ver, por incontable vez, “Star Wars: Episodio III. La venganza de los Sith” que es la última película

de la trilogía de precuelas de la saga original de 1977, en la que narran la historia de Anakiin Skywalker y su transformación en el villano de la historia, Darth Vader.

En esta aventura espacial, que ha sido por demás narrada y analizada desde diversas perspectivas, tiene una serie de situaciones que bien aplican a las condiciones reales de muchas de las naciones del orbe.

La trama de esta película —independientemente del universo fantástico que la caracteriza— tiene que ver con un sinnúmero de referencias, alusiones a momentos históricos, cuestiones sociales y filosóficas, como la lucha permanente por el poder y la dominación. La historia se desarrolla en un momento en que la democracia, como forma de gobierno, impera en el universo, donde los mundos que forman la galaxia establecieron un gran pacto en el que se toman decisiones para preservar la libertad y la paz, basados en los acuerdos y entendimientos de la política. Es decir: la idealidad democrática. Sin embargo, este estado resulta ser meramente idílico, pues la ambición, parte de la naturaleza humana, aflora ante el deseo de poder y dominación de quienes ejercen funciones de gobierno y conocen los alcances del poder público. 

En el entramado de la historia, quisiera centrarme en la transformación de la República en un Imperio, que no es sino una forma elegante —y algo histriónica— de referir a una dictadura.

En una síntesis muy apretada, el canciller Sheev Palpatine, Senador, ideó un complejo plan para apoderarse del poder político y el control de la galaxia. A través de un conflicto bélico, provocado por el mismo, es nombrado Canciller, encargado de dirigir la estrategia en contra de los separatistas. Mediante el apoyo de grupos de poder, se hizo del control del Senado y se le otorgaron facultades especiales para conducir la guerra.

Al haber obtenido el control político, comenzó una excesiva militarización de la galaxia. Al mismo tiempo, se encargó de derrumbar todas las instituciones que se encargaban de generar los equilibrios de poder en la galaxia, entre los que se destacaba el Consejo Jedi, los guardianes de la paz y los equilibrios de poder. Se apoderó del Senado y de las Cortes, al tiempo que paulatinamente se encargó de debilitar a los separatistas, al grado de aniquilarlos.

En su momento cúspide, en el que el Senado Galáctico le cede control total, que corona con un discurso populista y megalómano, se autoerige como el salvador de la galaxia; reseña la forma en que arriesgó su vida al pelear contra los otrora héroes de la democracia, los Jedi, a quienes declara enemigos de la paz y el orden, al tiempo que destroza la República Galáctica para abrir paso a un gran Imperio. En ese momento, una gran ovación de la inmensa mayoría de los senadores se apodera del instante, al tiempo que se escucha a una senadora decir: “así es como se entierra a la democracia, con una estruendosa ovación”.

Así la epopeya espacial; así, desgraciadamente, nuestra realidad.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM