El depresivo rostro del suicidio en México

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La conducta suicida se manifiesta mediante comportamientos autodestructivos que podrían acabar con la propia vida e involucran fantasías de muerte,

autolesiones, ideación, amenazas e intentos suicidas. En México, la frecuencia de este grave fenómeno registra un rápido incremento en ambos géneros, de manera que se requieren acciones desde el ámbito comunitario, social, legislativo y del sector salud, advierten especialistas.

Han transcurrido más de quince años desde que aconteció uno de los capítulos más difíciles en la vida de María, una mujer mexicana que ha sobrepasado los cuarenta años. Sin titubeos rememora un doloroso pasado mientras desayunamos en un restaurante de la Ciudad de México. Sentada frente a mí, la observo en tanto ordena su segunda taza de café caliente.

—¿Te gusta mucho el café?, pregunto.

—Sí, muchísimo. Cuando estuve en terapia los especialistas me prohibieron el consumo de café y chocolate, y dejé de tomarlo durante un tiempo. No sé por qué. Ahora lo tomo con moderación. Los médicos siempre nos prohíben las cosas que más nos gustan…

Aunque no existe un vínculo claro entre el consumo de cafeína y la depresión, esta puede provocar problemas del sueño que afectan el estado de ánimo. Hay estudios que indican una estrecha correlación entre el consumo de café y la incidencia de depresión, por lo que algunos especialistas recomiendan a los pacientes con depresión limitar o evitar su consumo.

Durante mucho tiempo María vivió oculta bajo la sombra de la depresión. Con menos de 25 años, la entonces madre de dos niñas pequeñas, esposa y emprendedora parecía tener una vida estable y armónica. Con su marido montó un negocio, una farmacia que daba frutos económicos. Su vida, desde la mirada ajena, marchaba a la perfección, pero a espaldas de los demás, la depresión iba, poco a poco, adueñándose de su vida.

“No sé cuándo ni cómo comenzó, pero un día noté que colocaba la ropa en el armario con mucho orden y de acuerdo a cada color —comportamiento obsesivo compulsivo—. Luego comencé a sentirme triste, lloraba y solo quería dormir. Por las mañanas, cuando mi esposo me animaba a despertar, yo le pedía, casi le suplicaba, que me dejara dormir más. La farmacia estaba en un lugar de la casa y cuando no había clientes iba a la recámara a dormir”, comparte.

Así se manifestaron los primeros síntomas depresivos de María. Envuelta entre sábanas y sumida en la desesperanza y la tristeza constante, desatendió las tareas correspondientes a una madre. Ella solo encontraba refugio en su dormitorio.

Conforme pasaba el tiempo, y por encima de su familia, la muerte comenzó a figurar en sus pensamientos, y ser propietaria de una farmacia representaba un riesgo latente: en más de dos ocasiones intentó quitarse la vida a través de la intoxicación por medicamentos, luego sus métodos fueron más agresivos. En cinco ocasiones estuvo al borde del suicidio.

Después de su primer intento suicida, María fue hospitalizada en un centro médico para tratar el estado de sobredosis en que se encontraba. Recibió apoyo farmacológico y psicológico, y entonces escuchó por primera vez que la depresión recurrente, con la que fue diagnosticada, es una enfermedad que requiere tratamiento médico especializado.

Muchas veces, en la cabeza de la mujer se formuló la pregunta que hasta hoy, reconoce, no tiene una respuesta clara: ¿Por qué? “Muchas veces me pregunté por qué me sentía triste y por qué solo pensaba en la idea de morir. Para sentirme diferente tomaba alcohol, y también llegué a consumir cocaína”, comenta.

¿Qué lleva a un individuo a intentar o cometer suicidio? Esta es quizá una de las interrogantes más frecuentes en la psiquiatría, y es que un conjunto de variables y causas convergen en una decisión de este tipo: biológicas, psicológicas, sociales…

Sin dejar de lado los problemas personales, laborales, económicos o algunas condiciones sociales, 90 por ciento de los suicidios se liga a condiciones de salud mental como depresión, esquizofrenia, abuso de sustancias tóxicas —drogas y alcohol—. Estudios realizados por investigadores de España y México estiman que 80 por ciento de los suicidios consumados presenta un cuadro depresivo.

Las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que cerca de 40 por ciento de la población mundial vive con depresión, pero son las mujeres quienes presentan mayor prevalencia de síntomas asociados a la enfermedad en comparación con los hombres. Aunque hay tratamientos eficaces, la OMS reconoce que más de la mitad de los afectados en el mundo, y en algunos de los casos más de 90 por ciento, no recibe tratamiento.

En el caso del suicidio, cada 40 segundos una persona en alguna parte del mundo muere por esta causa. Las tasas de suicidio varían considerablemente entre los países, pero se estima que han aumentado en 60 por ciento en los últimos 50 años. Aunque las razones que llevan a una persona a quitarse la vida son multifactoriales, en algunos casos los suicidios por trastornos mentales surgen por el desequilibrio de tres elementos: una condición adversa, la capacidad de adaptación y la resiliencia.

Para explicar este triángulo estresor, Alejandro Molina López, responsable del Servicio de Atención Continua en el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM), propone lo siguiente: “Una persona vulnerable con resiliencia deficiente y poca adaptación puede intentar suicidarse ante un estresor menor, por ejemplo, reprobar un examen. Esta persona no puede contener la situación y opta por suicidarse. En la contraparte, una persona resiliente, que se enfrenta a un estresor mayor —como la muerte de un ser querido— y que tiene una capacidad de adaptación, red de apoyo familiar, acceso oportuno a los servicios de salud y una buena fortaleza interna y biológica, no decide suicidarse”.

La resiliencia, define la Asociación Americana de Psicología, es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas, y que se adquiere desde la infancia. Estudios demuestran que uno de los factores más importantes en la resiliencia es tener relaciones de cariño y apoyo dentro y fuera de la familia.

Suicidas mexicanos

En México, los epidemiólogos han reportado un aumento en las muertes por suicidio en las últimas cinco décadas y una variación del fenómeno. Mientras que en la década de los setenta el suicidio era considerado un fenómeno frecuente en adultos mayores, con el transcurso del tiempo estudios en diferentes países indican incrementos importantes en jóvenes menores de 35 años y en adolescentes. 

El Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) documenta que en 2015 hubo seis mil 425 suicidios en México, de los cuales 10.5 por ciento (674) tenía entre 10 y 17 años de edad, 58.8 por ciento (396) de esos casos fueron varones y 41.2 por ciento (278) fueron mujeres. De acuerdo con el INSP, el mayor número de suicidios ocurrió entre los hombres, ya que hubo 3.2 suicidios por cada 100 mil, mientras que en las mujeres la tasa es de 1.8 suicidios por cada 100 mil.

Cuando los medios de comunicación informan una muerte por suicidio, por lo general, la víctima es un varón, y pareciera que el suicidio ha adquirido un rostro masculino, y las estadísticas lo confirman: ocho por cada 100 mil hombres fallecieron por lesiones autoinfligidas en 2015, mientras que dos por cada 100 mil mujeres decidieron quitarse la vida. 

Son las mujeres quienes realizan más intentos de suicidio, pero los varones utilizan métodos más drásticos para morir, en comparación con las mujeres, de ahí que la tasa de muerte por esta causa sea más elevada en este grupo poblacional. La conducta suicida no distingue géneros. Alejandro Molina López señala que aunque los varones son quienes más mueren por suicidio, este patrón está cambiando porque las mujeres están imitando métodos frecuentemente utilizados por ellos.

“En los últimos años, la frecuencia de las muertes por suicidio incrementa a un ritmo más rápido en ambos géneros. Los hombres siguen con mayor tasa de suicidios consumados, pero los casos en mujeres están aumentando a un ritmo mucho más rápido”, dice. 

Para Alejandro Molina, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), la consumación del suicidio es solo el resultado de un problema mayor que requiere el abordaje desde el punto de vista comunitario, social, legislativo y del sector salud: la conducta suicida.

En México, el doctor Guilherme Borges ha realizado investigaciones sobre el proceso suicida, encontrando que las personas no intentan suicidarse solo una vez en el trascurso de la vida: a medida que la persona tiene más ideación, pensamientos y actos de suicidio, hay más probabilidad de que tenga un nuevo intento en el futuro próximo, y que este sea más cercano a lo letal. Cada intento tiene la posibilidad de resultar en la muerte o en una lesión física de primera magnitud, que causa un gran sufrimiento psicológico en el individuo y en los familiares.

¿Por qué aumenta el fenómeno del suicidio?

Para el psiquiatra Alejandro Molina López, en México hacen falta programas para la detección y prevención oportuna de conductas suicidas. Actualmente los pacientes reciben una intervención cuando llegan al servicio de urgencias. “El proceso empieza mucho antes y no detectar es lo que genera un avance en el proceso del suicidio y lo detectemos en etapas muy avanzadas o con la consumación del proceso. Pensamos que el problema del suicidio es la consumación del acto, pero en realidad el problema viene desde mucho antes”.

La principal teoría sobre el aumento de casos de suicidio, dice el especialista del INPRFM, es la falta de una detección oportuna, además de que convergen diversos factores.

Desde un enfoque sociológico, el ritmo de vida, la presión social y la burocratización han llevado a un aumento de los trastornos de ansiedad. Las situaciones de estrés crónico conllevan, a largo plazo, al desarrollo de trastornos mentales, principalmente depresión y consumo de sustancias y, como consecuencia, un fenómeno termina favoreciendo el suicidio. La estabilidad y cohesión familiar constituyen una mayor protección ante la depresión y los intentos de suicidio.

Para Alejandro Molina, el suicidio es un problema sociológico, pese a que se atañe exclusivamente al sector salud; cuando hay vínculos sociales estables dentro de una sociedad, los riesgos de cometer suicidio podrían ser menores.

“Las personas se suicidan por una mala interacción con la sociedad, es decir, estas abandonan a la sociedad que no pudo brindarles protección. El suicidio es una interacción coartada entre una sociedad que debió proteger a quienes cometieron suicidio consumado, esto explica por qué, en realidad, el suicidio es un problema de salud pública y social”, comparte.

La imagen negativa, el estigma y los mitos que la sociedad tiene de las personas con problemas de salud mental continúa siendo una barrera para que estas expresen su situación y busquen la ayuda de un profesional. Menos de 10 por ciento de los pacientes a nivel nacional con algún trastorno mental recibe atención, en parte por el estigma, aunque no se deja de lado otros problemas que dificultan el acceso a la atención. En el primer término, las recomendaciones de los especialistas versan en sensibilizar a la sociedad en el tema de la salud mental. 

María Elena Medina-Mora, una de las figuras reconocidas a nivel nacional e internacional en el ámbito de la epidemiología de la adicción a drogas y la salud mental, ha documentado en sus investigaciones la brecha de atención que existe en los pacientes que requieren de la ayuda de un profesional. En México, menos de 20 por ciento de quienes presentan un trastorno afectivo busca algún tipo de ayuda, y quienes lo hacen tardan entre ocho y 14 años en llegar a un tratamiento especializado.

Son muchos los factores que intervienen en  la búsqueda de ayuda, pero el estigma se ubica entre los principales. Para el doctor Alejandro Molina, entre la población es común la creencia de que una visita con el psicólogo o psiquiatra es sinónimo de enloquecimiento, se piensa que se ha perdido el juicio o se está perturbado, cuando en realidad, acudir a terapia sirve para cambiar desde un pequeño hábito, o bien solucionar un problema conductual o emocional que está afectando al individuo. “Las personas podemos dudar o creer que no necesitamos acudir con un especialista. El estigma podría explicar el porqué las personas se suicidan antes de pedir ayuda. Somos víctimas del estigma en salud mental”, dice.

La primera vez que María intentó quitarse la vida ocurrió poco después de la separación con su marido: las conjeturas no se hicieron esperar en el ambiente familiar y social, y que podrían interpretarse como un reflejo del estigma y los mitos que rodean el fenómeno del suicidio.

“Échale ganas, tienes dos niñas hermosas’. ‘Ten fe, que todo mejorará’, me decían como si mi condición se tratara de un estado de ánimo. ¿Cómo podían decirme algo así? Si lo que me faltaba en ese momento eran ganas para levantarme de la cama, para vivir. ¿Fe? ¿Se puede tener fe cuando no se cree en nada? Hay quienes pensaron que yo quería morir porque mi marido me dejó por otra mujer, pero no fue así, yo estaba mal mucho tiempo atrás”.

Otros pensaron que María actuó bajo los efectos de un hechizo. La mujer, que durante los siguientes intentos de suicidio estuvo en terapia farmacológica y psicológica, no lograba sentirse mejor. Los pensamientos suicidas seguían presentes. Entre el escepticismo y la desesperación, siguió las recomendaciones de personas que veían en el esoterismo una solución a su estado de salud. 

“Visité a muchos curanderos. 'Seguro la mujer —la ahora esposa de su expareja— te hizo algo para que estuvieras así y para que él te dejara’, me decían. Yo no creía en nada y en la desesperación por recuperarme me dejé llevar y acudí a muchos lugares”, dice. 

La recuperación de María llegó poco después de su ingreso al Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, de la Secretaría de Salud. Ahí recibió el tratamiento psiquiátrico del que carecía en la institución médica que la atendió durante sus primeros intentos de suicidio. A este acto también se sumaron la fuerza de voluntad y la espiritualidad que antes no tuvo.

“Cuando llegué al hospital me di cuenta que había personas con situaciones más complicadas a la mía, con otros padecimientos que quizá ya no tenían una solución. Entonces pensé en mis hijas y en mi madre, que me apoyó durante todo el proceso. El ambiente y la convivencia en el hospital me ayudaron a ver que yo podía mejorar. En el camino conocí a una persona que me acercó a Dios y hoy sé que solo él puede decir: 'Hasta aquí llegaste'”, recuerda.  

Más capacitación en el sector salud

El estigma que envuelve al fenómeno de suicidio no es ajeno al sector salud. Hoy aún existe la creencia de que el tema de la salud mental es solo materia para los psicólogos y psiquiatras. “En la prevención de suicidios se responsabiliza exclusivamente a los hospitales psiquiátricos, cuando en realidad debería ser un tema para todos los niveles de atención, incluso en la medicina comunitaria y familiar”, indica Alejandro Molina López.

En México no existe una distribución uniforme de los especialistas en psiquiatría. Sesenta por ciento de los psiquiatras que hay en el país ejerce en las zonas urbanas de Jalisco, Nuevo León y Ciudad de México, esto de acuerdo con un artículo publicado en 2016 en la revista Salud Mental.

Estados como Chihuahua y Quintana Roo, donde hay una población de más de tres millones 500 mil y un millón 500 mil habitantes, respectivamente, presentaron mayores tasas de suicidio en 2015. En 2016, estas dos entidades tenían solo 50 y 19 psiquiatras, respectivamente. 

La propuesta de un grupo de investigadores del INPRFM es compartir la responsabilidad en la atención del suicidio al primer nivel de atención en hospitales generales de México, a través de la capacitación del personal en temas de salud mental y conductas de riesgo.

Muchas veces el personal se enfrenta a personas con conductas suicidas sin conocimiento teórico, y menos práctico. Aun en la medicina hablar del suicidio sigue siendo un tabú, porque no hay un programa académico oficial que incluya la suicidología y la tanatología. Son temas que deberían estar en los programas básicos de las carreras en medicina, trabajo social, enfermería, reconoce Alejandro Molina.

La falta de profesionales capacitados en la atención de conductas suicidas puede generar manifestaciones de enojo y falta de empatía en los médicos que en algunos casos estarían lejos de ayudar al paciente.

“Lamentablemente estamos ante un sistema que no está preparado desde el punto de vista de capacitación y procesos para contener todo el fenómeno. Hay que quitar esa idea de que los hospitales psiquiátricos son los responsables de dar atención al tema del suicidio. Esto debe abordarse desde el pensamiento o ideación suicida para lograr la prevención”, comparte.

Algunos estudios revelan que 75 por ciento de las personas que consumaron suicidio estuvo en contacto con un servicio de salud de primer nivel en el año previo. Otra cantidad considerable (45 por ciento) lo estuvo un mes antes de morir por esta causa.

La detección de una persona con conductas suicidas y la incorporación de un abordaje multidisciplinario (enfermeras, psicólogos, trabajo social, etcétera) ayudaría a disminuir las muertes por suicidio, reconoce Alejandro Molina. “Es un problema que debemos detectar a tiempo y dar un seguimiento longitudinal”.

Resignificar la muerte 

Las conductas, así como la muerte por suicidio, tienen un marcado efecto emocional sobre la familia del suicida. Cualquier muerte repentina puede ser percibida como impactante, además de que es considerado el más estigmatizante de los dolores.

Este estigma surge principalmente del disgusto y la desaprobación social, la culpa y vergüenza, todo ello tiene una carga histórica, religiosa y social, comparte Patricia Guadalupe Villagómez Zavala, especialista en psicología y académica de la Universidad de Guadalajara (UdeG).

El suicidio es un eco que llega a mover fibras sensibles en la familia o amigos. Cuando ocurre una muerte por esta causa, alrededor de cinco o seis personas resultan afectadas, dice Patricia Villagómez Zavala. Un factor de riesgo importante en el suicidio es el duelo o pérdida traumática reciente, y al tratarse de un tema delicado, complejo y estigmatizado, los familiares que cursan con un evento de este tipo evitarían hablar del tema.

Hablar de muerte es un tabú, y la forma en cómo sucedió es el elemento más doloroso que no siempre es comprendido por la sociedad. “El tema del suicidio se juzga y se menosprecia”, dice Patricia Villagómez.

Para romper con este pensamiento, en la Clínica de Duelo por Suicidio “Dr. Roque Quintanilla Montoya” de la UdeG, un equipo de especialistas ayuda a los familiares que tuvieron una pérdida a resignificar el concepto de muerte, considerado también como una forma de prevenir conductas suicidas: los familiares también pueden expresar la intención de quitarse la vida, porque sienten que ya no hay un aliciente para seguir.

De acuerdo con la doctora Patricia Villagómez, el estigma es una parte que, en muchas ocasiones, no permite avanzar en el progreso del duelo. Los especialistas estiman que, por lo general, el periodo de este proceso dura seis meses e incluso un año; cuando este se prolonga se convierte en un duelo patológico y conllevaría al desarrollo de estrés postraumático, depresión, así como de conductas suicidas, por ejemplo.

“La muerte es un proceso biológico, pero a veces el contexto social detiene el avance de la superación del duelo. Una muerte por suicidio puede verse pecaminosa, desgarradora, el concepto que se crea la persona en duelo está más impregnado por la concepción social”.

Lo que busca la Clínica de Duelo por Suicidio, ubicada en las instalaciones del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la UdeG desde 2009, es formular, entender y reconstruir el concepto de muerte. Una manera de enfrentar el proceso del duelo es hacer ver a la persona que sufre una pérdida humana que existen diferentes formas de morir, que ni son buenas ni malas.

“Hay que aprender y reaprender a vivir en esta vida sin esa presencia y entonces desarrollar otras estrategias para vivir en esta realidad. La muerte es un proceso. Esto nos ayuda a quitarle peso al estigma”, dice Patricia Villagómez.

Si bien no es posible predecir un suicidio, sí se puede detectar y evaluar un riesgo suicida. Ya lo indican los expertos en salud mental: los pensamientos suicidas no son permanentes.

Una forma representativa de prevenir el suicidio es hablar del tema; esto pareciera ser una mala idea y puede interpretarse como un estímulo, conversar abiertamente ayudaría a la persona a replantear su decisión y con ello prevenir un acto suicida.

“Muchas veces se piensa que preguntar abiertamente ‘¿has pensado en suicidarte?’ podría alentar el suicidio, es un mito, debemos hacerlo sin rodeos. Esto genera confianza en el individuo y este, al hablar del problema, encuentra un desahogo; de otra forma, podría sentir que se le juzga por sus pensamientos. Tenemos que abrir los canales de comunicación”, dice Alejandro Molina López.

Para la académica de la Universidad de Guadalajara, Patricia Guadalupe Villagómez Zavala, la sociedad debe estar más conectada con sus emociones, conocerlas e identificar situaciones que conducirían a un peligro.

“Hay que educar nuestras emociones. A veces pensamos una cosa y sentimos otra distinta. Si aprendemos a tener una conexión entre el lenguaje y la cognición, tendremos una conducta más congruente de conocernos a nosotros mismos y mejorar nuestra autoestima”, comparte.

Recomendaciones para identificar conductas suicidas

La aparición de algunas señales verbales puede indicar que alguien está pensando en acabar con su vida. Hay que escuchar las voces, ya que uno de los mitos más frecuentes en la conducta suicida es creer que quienes manifiestan su deseo de morir solo buscan llamar la atención. Personas que han intentado suicidarse expresaron previamente su intención.

Una persona que tiene estados alterados de sueño o que prefiere dormir para desconectarse de la realidad, e incluso deja de convivir con la familia, tiene comportamientos que debemos considerar de riesgo, dice Patricia Villagómez.

El suicidio se comporta de una forma característica. Casi siempre va acompañado de una crisis emocional, pequeños momentos en el tiempo pero con gran reactividad emocional.

“Muchas personas pueden tener crisis suicidas y en uno o dos días ya no las tienen, eso no significa que ya no las tendrán. Debemos estar preparados para una crisis pero antes de esto, detectar el riesgo justo para evitar que no haya estas crisis y si las hay, que sean lo más controladas posible”, comparte el doctor Alejandro Molina.

La recuperación es posible

Sobreponerse al intento de suicidio es posible con el seguimiento médico, el refuerzo familiar y la superación personal del individuo.

La recuperación de cada persona es diferente; existen diversas recomendaciones generales por parte de los especialistas en salud mental para el cuidado de personas que han intentado suicidio. Encontrar y gozar al máximo un pasatiempo que implique la interacción con otras personas son las principales.

Para Jesús Quezada García, psiquiatra, tanatólogo y suicidólogo, el trabajo conjunto de autoridades, familia y sociedad para identificar a las personas en riesgo ayudará a revertir la tendencia de suicidios. “Es necesario trabajar en la unión familiar, la comunicación, el autoestima, quererse uno mismo, así como en programas de educación que involucren a alumnos, padres de familia y maestros”.

María acudió con muchos especialistas en psicología y psiquiatría. En el camino, su madre y sus hijas fueron un aliciente para su recuperación. Tras el tratamiento multidisciplinario en el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino, recibió el alta médica en los meses posteriores a su último intento suicida. Desde entonces han pasado más de 15 años. 

Ella es consciente de su enfermedad, no miente al expresar que por momentos siente altibajos en su estado de ánimo, pero se mira distinta frente a las situaciones adversas de la vida. Meses atrás decidió cerrar el negocio que emprendió en complicidad con una amiga porque ambas tenían compromisos que interferían con la administración del lugar. Luego de este inconveniente buscó y encontró un empleo en una reconocida cadena de comida japonesa, pero la ansiedad y el estrés constante en su ambiente laboral la obligaron a renunciar. Ella no quería poner en riesgo su estabilidad emocional.

“Hoy sé que si algo marcha mal, hay vías para salir adelante ante cualquier obstáculo. Si llego a presentar una crisis emocional —hace tiempo que no la tengo— acudo con un especialista, y en el hospital psiquiátrico tengo cita médica abierta”, reconoce.

Después de desayunar, María y yo salimos del restaurante. La mujer que camina a mi lado me cuenta sus planes para el resto del día y apunta que antes de emprender nuevamente la búsqueda de un nuevo empleo, se tomará unos días de descanso.

A María no le inquieta la idea de buscar un trabajo, se sabe capaz de encontrar el lugar que mejor se adapte a sus necesidades. Hoy, su familia y salud se anteponen.

Le agradezco a María por compartir su historia. Ella asegura que una parte muy importante en su recuperación fue el apoyo de su familia y la fe.

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