Ser padre en tiempos analógicos

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Actualmente el mundo en el que nos movemos están lleno de información y los más pequeños en casa no son la excepción; al contrario hoy en día son los genios de la tecnología y los que saben dónde y cómo encontrar todo tipo de información. Eso puede jugar a favor o en contra de quienes aún son aventureros y por convicción y 100%

seguros tienen hijos, pues su educación y formación se verá permeada por la era tecnología y sus conductas evolucionarán con ella.

Sin embargo el panorama no pinta igual para todos, a pesar del contacto constante con información, medios de comunicación y educación más abierta,  hay un gran porcentaje de adultos y adolescentes que están causando una problemática social a nuestro país: Al día 1000 niñas de 10 a 19 años se convierten en mamás en México (Pablo Kuri, secretario de Prevención y Promoción de la Salud). Circunstancias que trae como consecuente una ola más grande de problemas como la orfandad, situaciones precarias de vida a los más pequeños, delincuencia, etc. debido a la dificultad que los jóvenes presentan para educar, instruir, concientizar, sensibilizar y brindar un futuro digno a las nuevas generaciones de nuestro país.

La contra parte no se queda atrás, también existe ese pequeño segmento que incluso ha sufrido los estragos de la naturaleza y que por postergar el embarazo a una edad madura en la cual se sientan “listos para el gran paso” deben de luchar contra la infertilidad y otras barreras incluso anímicas en formar una nueva persona: 15% de las parejas en edad reproductiva tiene problemas de infertilidad, afirma Julio de la Jara Díaz, subdirector de Investigación en Reproducción Humana del Instituto Nacional de Perinatología (INPer). El traer individuos a este planeta es una responsabilidad muy grande y el ser un buen o mal padre no está dictados ni por posición social, intelectual, edad, sexo, ni procedencia (adopción), eso lo dicta el compromiso que se tiene con la familia conformada y con la sociedad de formar un individuo integro, seguro y libre.

Los estilos parentales, según la Junta de Andalucia, se pueden clasificar en función de la interacción de dos variables: el control y el afecto. De las cuales al combinarse de diferente manera dan como resultado diferentes dinámicas de interacción:

    Estilo autoritario: individuos que ejercen mucho control y poco afecto; comunicación unidireccional, normas rígidas, no enseñan imponen, utilizan más castigos que refuerzos.

    Estilo negligente: individuos que ejercen poco control y muestran poco afecto; se excluyen de su función educativa y no se implican en los asuntos de sus hijos.

    Estilo democrático: individuos que ejerce mucho control y muestran mucho afecto; la comunicación es bidireccional, las decisiones que se toman están fundamentadas y tienen sentido, facilitan el desarrollo de la capacidad de autocontrol y motivación aumentando sus autoestima y responsabilidad a la vez.

    Estilo permisivo: individuos que ejercen poco control y mucho afecto; las normas son flexibles y permisivas sin que haya una autoridad clara.

En estos variados estilos parentales se utilizan con mucha frecuencia dinámicas de premios y castigos, en algunos más estímulos positivos y en otros mayores correctivos severos. El uso de premios y castigos para motivar la conducta puede producir resultados inmediatos, explica Fernando Rosales Collignon experto en actitud y creador de SEA, Sistema Eficaz de la Actitud, pero no siempre son los resultados más deseables, siendo tres las consecuentes negativas que se pueden incentivar en mayor medida en casa:

    Debilitas su capacidad de toma de decisiones: Tomar buenas decisiones radica en la capacidad de analizar cada situación y evaluarla de acuerdo a nuestro marco de valores. Pero si a un niño continuamente se le hacen promesas o amenazas para que actúe, se le aleja de ese ejercicio de reflexión y se le enseña a poner sus ojos en el estímulo y no en el acto en sí. Entonces aprende a ser movido por su propio miedo (castigo) o ambición (premio), pero no por sus valores ni por lo que su conciencia le dice que es correcto.

    Le robas la oportunidad de saborear la satisfacción de sus actos: La satisfacción de ayudar a alguien, de mantener sus pertenencias en orden, de llegar a tiempo, de superar un reto, de cuidar su cuerpo o de cumplir con un proyecto es mucho más placentera que cualquier premio o recompensa. Pero cuando continuamente ofrecemos estímulos que impulsen las buenas conductas de nuestros hijos, estamos robando esa satisfacción y se la estamos cediendo a un placer ajeno a la acción y en muchos casos, menos valioso.

    Haces que su conducta poco a poco se vuelva apática: La iniciativa surge desde el interior, de saber que nuestros actos nos beneficiarán a nosotros mismos o a quienes nos rodean. Pero si el niño está habituado a moverse por estímulos externos, poco a poco se le está condicionando a NO actuar si no sabe que recibirá algo a cambio. Poco a poco comenzará a mostrar actitudes de apatía e indiferencia y cada vez será más difícil que nuestras promesas lo motiven a actuar.

La misión principal de un  padre es fortalecer la conciencia y formación de sus hijos de tal forma que muestren una actitud correcta desde su interior, por convicción y algo que se debe tener siempre presente es que los beneficios y enseñanzas que trae como consecuencia el estimular una actitud son mucho más profundos y satisfactorios que cualquier golosina, juguete o diversión que se le pudiera ofrecer a un niño; la cual siendo alimentada correctamente seguirá creciendo junto con él.

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