Quiero compartir con usted, don Mario, las inquietudes que me provoca el libro La Anatomía del Fascismo, del historiador Robert O. Paxton. Me ha dejado
un mal sabor de boca por las similitudes que encuentro con lo que empieza a ocurrir en México. Digo empieza, con la esperanza de que se detenga.
Los países que han vivido este régimen de gobierno sufrieron una suerte de quiebre moral y una gran decepción hacia el régimen anterior por los agravios que consideran les infligieron.
Pienso en el 2018 y el enojo de la sociedad por la corrupción. Ya no era como antes, cuando el enriquecimiento de los políticos era tolerable por la movilidad social posible. Los políticos recientes no escondieron ni poquito su enriquecimiento, mientras las clases medias apenas conservaban su nivel de vida y las populares no veían nunca un mejor futuro.
La corrupción también es la única manera de explicar el empoderamiento del crimen organizado y la delincuencia común, más allá de la ineptitud gubernamental.
Otra característica del fascismo es que, a diferencia de otros “ismos”, carece de una base filosófica o ideológica; ello le permite la ambigüedad de colocarse a la derecha en algunos asuntos y a la izquierda en otros. Veo que nuestro presidente es muy de derecha en cuestiones financieras, al grado de preferir la quiebra de miles de empresas durante la pandemia, con tal de no incrementar la deuda. O bien, es muy de izquierda en apoyos sociales y medidas estatistas.
En el fascismo no cuentan las ideas, sino los programas, y lo asocio con que el actual gobierno no tiene una visión de Estado y se enfoca a programas muy concretos, como devolver a PEMEX su grandeza.
Esto va de la mano con la manera en que el fascismo enfrenta sus contradicciones, nos dice Paxton. No le interesa probar su verdad, en la medida en que la considera absoluta a partir de autootorgarse una autoridad moral y rectitud incomparables. Ambos atributos son su base para alcanzar un destino que solo existe en la mente del líder, pero nunca explica cuál es. ¿Le suena, don Mario…?
Tal autoridad moral justifica que la voluntad del líder prevalezca sobre cualquier cuestionamiento y sea razón suficiente para considerar válidas sus decisiones. No importa si son o no pertinentes para el país, mientras haga sentir a sus seguidores que participan del reino de la política y de los bienes nacionales, a los que antes no podían acceder. ¿Cuántas veces hemos oído a AMLO hablar de su superioridad moral? ¿Qué tal las consultas a mano alzada sobre Dos Bocas? ¿O la Ley de la Industria Eléctrica?
El fascismo polariza a la sociedad a fin de echar raíces, don Mario, estableciendo quiénes son los enemigos de la Nación. Ciertamente, habría de enjuiciar a todos los corruptos, pero me pregunto si los clasemedieros comunes también son enemigos por el simple hecho de no ser pobres. Y qué decir de los científicos, los intelectuales, los machuchones y demás villanos inventados en la 4T.
Los regímenes fascistas basan su poder en un extraordinario manejo de la retórica y la propaganda. No habiendo ideas complejas que explicar, ni verdades que probar, las emociones dominan el discurso público y, de paso, establecen que el individuo no tiene sentido más que en una colectividad sumisa al líder. ¿Cuántos debates se concluyen con un “AMLO lo dijo en la mañanera”?
Lo más preocupante, don Mario, es que los regímenes fascistas se instauraron a través del voto democrático de gente común y buena, deseosa de creer.
No sabe cómo quisiera estar equivocado.
Pero todo indica que tengo razón.