Quizás del hombre menos pensado y con más empuje que futbol, Paulinho se encargó de meter a un tímido Brasil a la Final de la Copa Confederaciones para defender un título que este miércoles venció a Uruguay, que parece estar más lejos de lo que se pensaba.
“El Maracanazo” quedó en el pasado, pero no su efecto. Todo el vértigo y el hambre que Brasil tuvo al comenzar los partidos contra Japón, México e Italia no estuvieron ni cerca de parecerse a los primeros 20 minutos en los que Uruguay tuvo para evocar los “fantasmas” del pasado.
Un errático Brasil fue el que salió a la cancha del Mineirâo y aunque el apoyo de 50 mil aficionados lo escondió, el equipo de Scolari apareció como un niño que lo fuerzan a entrar a la cancha ante un rival que en el pasado le hizo pasar el momento más bochornoso de su corta vida.
Entonces llegaron las consecuencias. David Luiz cometió la primera pifia al intentar jugar futbol americano en una cancha de futbol y no podía ser con nadie más que con Diego Lugano a quien derribó dentro del área en un claro penal. Se suponía entonces que la experiencia de Forlán sería el llamado perfecto para los “fantasmas” brasileños, pero no contaban con el último obstáculo.
Julio César, apenas alabado por Óscar Tabárez como el mejor portero de la anterior eliminatoria, atajó el penal del 10 Charrúa, que fue más anunciado que la manifestación que rodeó el estadio durante el encuentro.
Entonces Brasil tomó confianza. Poco a poco recordó que estaba en casa y el compromiso con su torneo, tomó la pelota, empezó a manejarla pero fue después de media hora que Marcelo puso un centro raso a Fred, quien remató apenas desviado. Era sólo el aviso.
Fue en la agonía del primer tiempo cuando un factor, la suerte, que no había aparecido llegó al Mineirâo. Luis Gustavo metió un pase largo al área que Lugano no pudo despejar y provocó el remate de Neymar, Muslera tapó y entonces un ferrocarril llamado Fred llegó con toda la fuerza y con la espinillera mandó la pelota al fondo de la portería.
El grito de los más de 57 mil espectadores contrastaba con el poco futbol que Brasil había hecho para merecer semejante premio.
No hubo mejor medicina para los de Tabárez que el medio tiempo, pues sirvió para que Cavani y el músculo Charrúa llegara. Apenas a los tres minutos de reiniciar el juego, la “Garra” uruguaya se combinó con sendos errores de Thiago Silva y Marcelo al no despejar la pelota y dejarla servida a la zurda de Edinson. El del Nápoles no perdonó y volvió el estadio una tumba.
Uruguay jugaba mejor, tenía la pelota y no se veía por dónde Scolari podía revertirlo. Entonces recurrió a su mejor arma, la tribuna.
Llamó a Bernard, jugador del Atlético Mineiro y provocó que el estadio despertara y le pusiera cara a un partido que en la cancha estaba perdiendo. Un cabezazo en contra de Thiago Silva y un disparo de Cavani que pasó zumbando el poste derecho de Julio César así lo mostraban, pero la contundencia llegó en el otro arco.