Para los Raiders, sacrificar un partido de local para visitar México resultó en un negocio redondo. Desde el inicio fue difícil encontrar una diferencia entre el Oakland Coliseum y el Estadio Azteca. Miles de aficionados en negro y plata se encargaron de hacer sentir al equipo justo en casa.
Muchos de ellos se trasladaron desde la zona de la Bahía de San Francisco para hermanarse sin división de idioma con el fuerte contingente local. Todos ellos emocionados con tener una casa, aunque sea por una noche mágica, al sur de la frontera. Y muchos de ellos con una sola solicitud: "Quédate en Oakland".
La preocupación ante la posible mudanza del equipo a Las Vegas, en donde el dueño Mark Davis, ya negocia la construcción de un moderno estadio también cruzó la frontera.
"Los Raiders son de Oakland, ahí ganamos nuestro primer Super Bowl", dijo José, un aficionado de más de 40 años del equipo, y quien entró a un estadio por primera vez como obsequio de sus hijas. El fanático declinó dar su apellido.
En caso de que no se vayan a Las Vegas, la capital mexicana es una buena opción. Especialmente ante el ensordecedor recibimiento a los Raiders a cada paso que daban. Literalmente.
Para los Texans, libres de protagonismo en el primer 'Monday Night Football' fuera de Estados Unidos, su cercanía con México no ayudó mucho. Sí, decenas de ellos hicieron el viaje, algunos incluso tomaron un autobús, un viaje de más de 25 horas, para presenciar historia en un estadio que recibió su séptimo juego de NFL, segundo de temporada regular y primero desde el 2 de octubre de 2005.
Pero la noche no fue de Raiders y Texans. Fue de la NFL, de México, de sus aficionados, que con camisetas de Packers, Steelers, Giants, Broncos o Cowboys enviaban un mensaje: No pueden pasar otros 11 años sin un encuentro al sur de la frontera.
Fue una noche para revivir historia en un Estadio Azteca repleto de ella.
Tommie Smith, recordado en México como el ganador del oro en los 200 metros en los Juegos Olímpicos de 1968, pero más aún por su gesto en el podio al levantar el puño en señal de protesta ante la situación racial del momento en Estados Unidos, encendió un simbólico pebetero en memoria del difunto e icónico ex dueño de los Raiders, Al Davis, pero que bien podría representar el fuego de la pasión de México por los Raiders.
El Azteca no tuvo lugar ni para uno más de los cerca de 75.000 aficionados que agotaron las entradas en cuestión de minutos, ni para la polémica o la política.
Los temores de un abucheo al himno estadounidense se disiparon con un acto de astucia logística. Los cientos de niños que conformaron la bandera de Estados Unidos, de inmediato la convirtieron en el lábaro mexicano conforme Becky G entonaba las últimas notas del himno.
Pero la noche no fue perfecta. El grito denigrante en contra de la comunidad gay que ha causado polémica en México y el mundo se hizo presente una vez más, con la patada de salida de los Texans, luego de ponerse al frente en el marcador 3-0 en el primer cuarto.
La mala nota de los aficionados no frenó en el característico e infame grito que se repitió con cada kickoff de los Texans, sino que algunos de los presentes apuntaron un láser verde al rostro de los jugadores.
"Vi el láser verde todo el partido", dijo al término del encuentro el wide receiver DeAndre Hopkins, de los Texans. "Es difícil controlar a una persona con un láser. Nunca habíamos vivido una situación así. No creo que se deban permitir en los estadios".