Los devotos filipinos habrían batido de esta forma la asistencia a la misa ofrecida por el papa Juan Pablo II en Manila en 1995, a la que acudieron unos 5 millones de personas.
Desde ayer, cientos de miles de personas ya esperaban en los alrededores del parque Rizal, donde se celebró el evento, y pasaron una noche de temperaturas por debajo de los 20 grados, a las que no están acostumbrados los filipinos.
Poco antes de la ceremonia, tanto el parque como las calles aledañas estaban repletas de personas ataviadas con chubasqueros, amarillos, del mismo color que el que también se puso el papa Francisco durante algunos momentos de este viaje para protegerse de la lluvia.
El recinto, conocido popularmente como "Luneta", también contó con la presencia de 25.000 policías, desplegados en la zona para registrar a los asistentes y tratar de evitar avalanchas, uno de los grandes temores que tenían las autoridades de Manila ante la ceremonia.
"¿De dónde saca las energía esta gente?. Son felices y entusiastas", se preguntó hoy el pontífice después de la misa cuando los millones de filipinos continuaban coreando su nombre y saludándole a su paso en las carreteras a pesar de la lluvia y las tantas horas de espera, relató hoy el arzobispo de Manila, el cardenal Luis Antonio Tagle.
Un coro de mil miembros y una orquesta de 120 músicos amenizaron la ceremonia, que se extendió durante dos horas, en las que se utilizaron varios idiomas regionales de Filipinas con el objetivo de reflejar la diversidad de la cultura del país.
El fervor de los católicos filipinos lo tuvo presente el papa en su homilía cuando recordó que es el principal país católico de Asia y dijo, "esto es un don especial, una bendición, pero también una vocación".
Ante ello, instó a los filipinos "a ser los grandes misioneros de la fe en Asia".
La última jornada de actos del viaje del papa a Manila, que comenzó el pasado 15 de enero, tras dos días pasados en Sri Lanka, empezó con un emocionante encuentro con los jóvenes en la Universidad de Santo Tomas.
En este viaje papal lleno de improvisaciones, como las visitas a sorpresa del pontífice, y de imprevistos, como el rápido regreso desde Tacloban debido a la tormenta tropical que se iba a abatir sobre la zona, una niña también cambió el discurso del papa.
Glyzelle Palomar, filipina, de 12 años, fue una niña de la calle y sus lágrimas y preguntas al papa Francisco hicieron que el pontífice dejara de lado el discurso que tenía preparado.
"Hay muchos niños abandonados por sus propios padres, muchos víctimas de muchas cosas terribles como las drogas o las prostitución. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no es culpa de los niños? y ¿Por qué tan poca gente nos viene a ayudar?", preguntó la niña entre lágrimas.
El santo padre, visiblemente conmovido, respondió consolando y abrazando a Palomar.
"Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas", dijo el papa.
Y después, instó a los cerca de 30.000 fieles que se reunieron en el campus a "no tener miedo a llorar".
"Al mundo de hoy le falta llorar, lloran los marginados, lloran los que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar", agregó.
El papa, al que los filipinos han dado el cariñoso apodo de "Lolo Kiko" (Abuelo Kiko), llegó el jueves al país con mayor número de católicos de Asia y tiene previsto partir mañana hacia Roma.