Mujer víctima de trata, narra su historia

molido… eso era lo que intentaba soñar en el húmedo cuarto donde me mantuvieron encerrada por tres años en España”.

Luz María todavía prefiere pasar la noche en vela y dormir de día para evitar sentir el terror de las madrugadas. Era apenas una adolescente de 16 años cuando una vecina de su vereda, en Anserma (Caldas), la convenció de viajar a la ciudad de Pereira para presentarse a un concurso de modelaje.

“Mi papá no me dio permiso y yo decidí empacar en una bolsa los zapatos más nuevos que tenía, un pantalón, una camisa y ropa interior. Salí un viernes, la audición estaba para el sábado, así que el domingo ya estaría de regreso en mi casa”. Era septiembre de 2009. María ya no recuerda las fechas exactas, pero sabe que ese fin de semana se celebraba el día del amor y la amistad.

Después del largo viaje llegaron a Pereira, y Jorge, el ‘promotor de modelos’, logró convencer a María de que se quedara una semana mientras le gestionaba los papeles para el concurso. “No tenía ropa, pero Jorge me compró blusas, dos faldas y una caja con maquillaje. Me recordó que no importaba que no supiera andar en tacones porque eso salía espontáneamente y él me enseñaba”.

La única preocupación de la joven era la incomunicación con sus padres. Jorge le había repetido insistentemente que lo mejor era no llamarlos para evitar que frustraran sus sueños. Y decidió no comunicarse hasta que ya estuviera trabajando.

“La oferta era muy buena porque el centro de modelaje estaba en México y ahí tendría alimentación, alojamiento y un subsidio inicial de 500 dólares para gastos básicos. Tras dos meses me harían una prueba de clasificación para empezar a participar en pasarelas”.

Empieza el viaje

Y efectivamente, diez días después de haber llegado a Pereira, María salió del país en compañía de otras tres jóvenes con un pasaporte falso que la identificaba como mayor de edad. A su llegada a México, Jorge las llevó a dar un paseo por la avenida Reforma y luego al zoológico.

“Nos regaló una cámara fotográfica y nos dio a cada una 500 pesos mexicanos. Nunca había sido tan feliz”. Pero la dicha de la nueva vida empezó a desvanecerse. Tras el paseo por la ciudad y una hora de compras, las jóvenes fueron llevadas a una casa, en un barrio periférico. “Nos acomodaron en un cuarto con dos camas y cerraron la puerta con llave. Jorge desapareció. No lo volví a ver.

A la mañana siguiente llegó una mujer, nos notificó que estaba prohibido cualquier tipo de comunicación e intento de evadirnos de la casa, nos quitó los pasaportes y recalcó repetidamente que a partir de ese momento éramos “muñecas de su casa”. No entendimos qué significaba eso hasta las primeras horas de la tarde, cuando nos obligaron a ponernos unos diminutos vestidos y nos llevaron a un salón lleno de hombres que bebían y jugaban cartas. En medio del terror más profundo que he sentido, prácticamente nos vendieron como ganado. Minutos más tarde empezó una interminable cadena de abusos sexuales y sicológicos de los que todavía me avergüenzo…”.

El rostro de María está lleno de lágrimas. Mientras hace el relato empieza a mostrar algunas cicatrices. Cada una es una batalla por sobrevivir y un perverso recuerdo de un interminable sometimiento a la explotación sexual y la trata de mujeres.

Durante tres meses tuvo que soportar todo tipo de amenazas e intimidaciones. “La primera semana de diciembre nos hicieron empacar la ropa porque saldríamos de viaje. No teníamos ni idea a dónde sería, pero imaginamos que no era para nada mejor de lo que ya habíamos pasado, así que una de las colombianas, Mireya, una muchacha de Medellín que tenía mi edad, la noche anterior al viaje se ahorcó con una media pantalón. Pensé que no podría reponerme a eso y también empecé a contemplar la posibilidad de suicidarme, pero no tuve el valor para ahorcarme o cortarme las venas”.

La pesadilla en España

El mes siguiente, María y nueve jóvenes más (dos colombianas, cuatro mexicanas, dos panameñas y una salvadoreña) afrontaron la tercera etapa de la pesadilla. Viajaron hacinadas, en la bodega de un barco. “Solo un año después supe que habíamos llegado a España porque a uno de los clientes se le salió. Además del acento charlaba mucho, pero además fue el único en todo ese tiempo que habló en español. Los otros tenían idiomas raros”.

En ese nuevo burdel, la red de trata de personas explotaba sexualmente a las jóvenes de diferentes países y, para evitar que intentaran conseguir información o escaparse, las ofrecían a clientes de lenguas diferentes a las de ellas.

Además, las organizaron por turnos y por su rebeldía; a María le correspondió indefinidamente el turno de las 3 de la mañana. “Iniciaba a esa hora y terminaba a las 10 a. m. Nos ponían un récord de clientes y a veces tenía que atender hasta a diez hombres, muchos nos obligaban a no usar preservativo o solo querían sexo oral mientras nos golpeaban”.

Por eso, la madrugada era un tormento diario para María, era una cita con la humillación y la muerte lenta de su alma. Ella rezaba en silencio, pensaba en el canto de las aves en su casa y se mentalizaba para aceptar la ración de tortura sexual.

Y cuando todo parecía perdido, una mañana de noviembre de 2012 las puertas del ‘campo de concentración’ fueron derribadas. Decenas de uniformados con megáfonos y armas largas se tomaron el lugar.

“Pensé que nos llevarían arrestadas por ser prostitutas y estar en un sitio que vendía cocaína y otras drogas. Pero no. Varias mujeres policías nos rodearon y empezaron a gritar: están a salvo… no puedo creer que haya logrado sobrevivir”.

En total, la policía española, con ayuda de la Europol, logró rescatar a 37 mujeres de 9 nacionalidades. Todas habían sido reclutadas a la fuerza por esta gigantesca red de tráfico de personas.

El rechazo de la familia

“Durante una semana nos tuvieron en un centro de ayuda y localizaron a nuestros familiares. Yo la verdad estaba peor que cuando me sometían en ese cuarto oscuro. Volver a mi casa ya no era una opción. Había salido virginal, inocente… ahora era una puta con marcas en cada fracción de mi cuerpo”.

Una ONG ayudó a Luz María Murcia a su reintegración a la sociedad; siete meses después visitó a su familia en Anserma, pero la mitad de ellos la rechazaron. Su padre ni siquiera accedió a verla.

“Ahora tengo 22 años, pero me siento como de 40. Mi rostro parece haber quedado demacrado de por vida. Decidí dar este testimonio porque tal vez es lo único que en realidad me puede liberar. Pienso que si alguien lo lee y puede prevenir que una niña o una jovencita sea víctima de explotación sexual, pues todo esto no habrá sido en vano. Yo ya no tengo nada que perder, pero tampoco voy a tener la vida que siempre soñaba… Es imposible volver. Repito, volver a la vida que amé ya nunca será una opción”.

La trata de mujeres, una de las violencias de género más constantes en el mundo

A la trata de personas se la denominada la ‘esclavitud moderna’. Los datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) señalan que la trata de personas reporta una ganancia mundial anual de más de 32 millones de dólares. Cada año, entre 600.000 y 800.000 personas son desplazadas a través de las fronteras internacionales para ser sometidas a todo tipo de explotación, particularmente sexual, aunque también laboral, de matrimonio servil o de servicio doméstico.

El testimonio de Luz María Murcia está consignado en el documento ‘La violencia contra las mujeres, una pandemia por combatir’, que fue elaborado gracias al apoyo de Oxfam-Intermón y la Cooperación Española.

JINETH BEDOYA LIMA

Subeditora de EL TIEMPO

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