Papa atacó en Ecuador sectarismo y “liderazgos únicos”


La homilía del Papa se convirtió en la de mayor voltaje político desde que el domingo pasado inició en Ecuador su gira por tres países de la región. Los señalamientos de Francisco se producen en un contexto regional en que el que varios mandatarios son acusados por sus opositores de gobernar despóticamente y con políticas populistas. El principal cuestionamiento recae sobre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. En menor medida también alcanza al ecuatoriano Rafael Correa y a la argentina Cristina Fernández de Kirchner.
De hecho, al arribo del Papa a Ecuador, el domingo, grupos de ciudadanos se ubicaron a la vera de su paso en algunos tramos para protestar contra Correa, blanco en los últimos días de protestas por un proyectado aumento de impuestos. Ya al llegar, en el discurso en el aeropuerto, Francisco le pidió al mandatario ecuatoriano un diálogo sin exclusiones. Y más tarde, en el encuentro con la sociedad civil, volvió con su solicitud, al tiempo que trazó un severo cuadro del país, pese a la buena relación personal que tiene con Correa.
En la homilía, Francisco evocó la gesta de la independencia de América Latina, que consideró “un grito nacido de la conciencia por la falta de libertades, de estar siendo exprimidos y saqueados, sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”.
Añadió que “a aquel grito prorrumpido hace poco más de 200 años no le faltó convicción ni fuerza, pero la historia nos cuenta que sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas, pero no por eso antagónicas”.
Más adelante, Francisco subrayó la riqueza de la pluralidad de visiones, sobre lo que volvería en el discurso ante la sociedad civil, donde criticaría el estilo de confrontación basado en “imponerse al otro”.
En ese sentido, señaló “la necesidad de luchar por la inclusión de todos a todos los niveles, evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración.”. Y advirtió que en la puja “estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica” los principales perjudicados son los pobres.
Al abundar sobre esta cuestión puntualizó que “la inmensa riqueza de lo variado, lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel Jueves Santo –que evoca la última cena de Jesús con sus discípulos–, nos aleja de la tentación de propuestas uniticistas más cercanas a dictaduras, ideologías o sectarismos. Tampoco es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás”, completó.
El Papa llegó a media mañana al Parque del Bicentenario, un inmenso predio donde funcionaba el antiguo aeropuerto local, en el papamóvil en medio de vítores de la concurrencia que lo esperaba desde muy temprano. Incluso muchos pasaron la noche en el lugar para obtener una buena ubicación y soportaron durante la madrugada una copiosa lluvia y frío. Pero a la hora de la misa asomaba el sol y la temperatura era agradable, en contraste con la celebración del día anterior en Guayaquil, cuando más de 600.000 personas soportaron un calor agobiante y un sol abrasador.
Francisco lucía unos vistosos ornamentos litúrgicos confeccionados por artesanos ecuatorianos, en una muestra de la multiculturalidad de este país (una de las lecturas fue en quichua) y como homenaje al pontífice. La casulla que lo cubría, de color blanca, fue bordada a mano por artesanas de la ciudad andina de Cuenca. La mitra sobre su cabeza, también blanca, tenía adornos dorados. El vino fue elaborado por religiosas, y el cáliz, tallado por un orfebre local. Un coro de 200 personas realzó la ceremonia con vibrantes interpretaciones.
Entre los presentes se contaban fieles llegados de Colombia, Venezuela, Perú y Brasil. No faltaban grupos de argentinos con banderas nacionales y, algunos, con la camiseta del seleccionado nacional de fútbol.

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