transición a una economía descarbonizada es, en definitiva, de lo que se trata la cumbre del Clima, que comienza hoy en París, con un objetivo enorme y un desafío para la humanidad entera.
El año 2015 ha sido el más caliente del que tenemos memoria, lo que nos colocó aproximadamente 1° grado por encima de la temperatura que existía cuando se produjo la revolución industrial y se inventó el motor a combustión, que es lo permitió el desarrollo de la vida moderna. El objetivo político de este encuentro mundial es limitar esa suba del termómetro a 2 grados, lo que no evitaría efectos irreversibles en muchas zonas del planeta, como las naciones isleñas.
El papa Francisco, uno de los actores esenciales de este proceso, ha dicho que sería “una catástrofe” no llegar en París a un acuerdo, y tiene razón. Pero la dinámica que precede a esta cumbre es muy diferente a la de otras anteriores -principalmente, Copenhague- tanto en el terreno político como por la forma en que están articulados los objetivos de esta conferencia.
En primer lugar, el acuerdo entre Estados Unidos y China para limitar emisiones, a mitad de año, ha producido un salto cualitativo en el compromiso climático de los mayores productores de dióxido de carbono (CO2) del mundo. El grupo de los 7 (G-7) ha firmado una declaración para descarbonizar sus economías antes de que termine el siglo, mientras que el gobierno francés, anfitrión de estas negociaciones, ha puesto un gran esfuerzo político para sacarlas adelante. Otro papel fundamental jugó, claro está, Lauto Si, la encíclica del Papa sobre medio ambiente.
Al revés del tratado de Kyoto, que establecía metas obligatorias que jamás se cumplieron, todos los países sometieron a las Naciones Unidas planes para mitigar y adaptarse al cambio climático de forma voluntaria, entendiendo que deben haber compromisos diferenciados entre las naciones por el impacto histórico que ha tenido cada una sobre el calentamiento del clima. La suma de todos esos compromisos no alcanza aún para limitar la temperatura a una suba de 2 grados. Y, por eso, es clave el texto de la declaración de la conferencia: si llama o no a la revisión de las metas nacionales de forma periódica y coordinada, si son o no de cumplimiento obligatorio y vinculante. Eso va a determinar el éxito o el fracaso de lo que se negocie en París.
Otros aspectos claves del documento tienen que ver con el financiamiento de la transición (se ha prometido un fondo verde de 100 mil millones de dólares, que ya tiene recaudados más de 60 mil millones) y también la transferencia de tecnología, lo que es el conocimiento y las herramientas necesarias para dar el salto cualitativo que asegure al mismo tiempo la seguridad de la humanidad y del planeta.
Y, claro, también será esencial determinar cómo se compensa a aquellos que sufran daños irreversibles por consecuencia del calentamiento del clima.
Argentina presentó una de las peores contribuciones, según consideró Climate Action Tracker, una organización independiente que monitorea el proceso de negociaciones, cuyos índices son utilizados por la ONU. Según señalaron, si todos los países hubieran adoptado el mismo nivel de compromiso que hizo el Gobierno nacional, la temperatura subiría 4 grados.
Quedará, entonces, en manos del gobierno de Mauricio Macri mantener o elevar el grado de ambición de esa propuesta. Por lo pronto, al primer segmento de la conferencia, que es en el que participarán más de 140 jefes de Estado y gobierno, como Barack Obama, va a hablar Amado Boudou en nombre de la Argentina. Será su última representación del país en el exterior.
Aunque los objetivos de París parezcan abstractos y lejanos, tendrán a la larga o a la corta un impacto en nuestra vida cotidiana de manera definitiva.