estadounidense de semillas transgénicas y glifosato, Monsanto, acusada de dañar el medio ambiente y la salud.
En más de 100 ciudades de todo el mundo hubo llamados a movilizarse por sexto año consecutivo en la Marcha contra Monsanto.
En Alemania, la marcha tuvo un carácter especial desde el año pasado, cuando la farmacéutica germana Bayer anunció su fusión con la estadounidense, formando un gigante que monopoliza el mercado mundial de las semillas agrícolas y de los pesticidas.
Las marchas arrancaron en 2013 con el objetivo de evitar que Monsanto avanzara y acaparara más poder en la agricultura, y para pedir un comercio libre de semillas, sin patentes, para que no sea acaparado por la multinacional ni monopolizado por empresas en el mercado mundial.
Además, se piden etiquetas claras en los alimentos modificados genéticamente para conocimiento de los consumidores, así como el cese del uso del glifosato y otros agrotóxicos y las fumigaciones, al estimar que contaminan los cultivos y provocan daños a la salud de la población mundial, incluso cáncer.
Los organizadores acusan también a Monsanto de la contaminación del agua y el aire con pesticidas, e incluso de la muerte de abejas y de otras especies, por la presencia de tóxicos en las plantas, y exigen una agricultura más social y acabar con la lógica del beneficio económico en la producción de alimentos.
El glifosato es el herbicida más utilizado en el mundo para eliminar la vegetación no deseada en agricultura e incluso en jardinería, que afecta a todas las plantas verdes y no se considera tóxico para los animales, es comercializado por Monsanto con el nombre de Roundup desde la década de 1970.
La patente caducó en 2000, por lo que actualmente otras compañías producen el herbicida, muchas veces combinado con otras sustancias que algunos expertos consideran más tóxicas.
En 1996, Monsanto empezó además a comercializar semillas genéticamente modificadas resistentes al glifosato.
Algunos estudios califican al glifosato como cancerígeno, pero otros alegan que en las pequeñas cantidades ingeridas con los alimentos no representa un peligro, y las organizaciones ambientales que han intentado su prohibición no lo han logrado, y en noviembre pasado, la Unión Europea (UE) aprobó por otros cinco años la licencia para el uso del herbicida.
La protesta mundial contra Monsanto alcanzó una nueva dimensión desde su megafusión con la farmacéutica Bayer, creando la mayor compañía de semillas y pesticidas del mundo, en rechazo a su enorme poder internacional, cuestionado por organizaciones ambientalistas y humanitarias.
La UE recibió más de un millón de peticiones que manifestaban preocupación por la fusión, así como preguntas sobre el glifosato y los productos modificados genéticamente que vende el gigante estadounidense, algunos de los cuales están prohibidos en Europa.
El año pasado incluso se llegó a someter en La Haya, en Holanda, a un juicio simbólico a la estadounidense, en una iniciativa inédita dela sociedad civil en la que participaron más de mil organizaciones.
El resultado fue una condena que decía que la multinacional dañaba la salud, el medio ambiente, la alimentación y la información, según concluyó el Tribunal Internacional Monsanto, que buscó incorporar el término de “ecocidio” como delito ecológico al Estatuto de Roma que rige a la Corte Penal Internacional de La Haya y al derecho internacional.
La simbólica sentencia llegaba tras meses de investigación sobre el trabajo de Monsanto en los que se constataron contaminación del medioambiente, enfermedades y vulneración de los derechos a un medio ambiente sano por parte de Monsanto, acusada también de impedir la investigación científica.