Cuenta a DW sobre el maltrato a las mujeres en prisión, así como sobre los cambios en el movimiento actual de protesta.
DW: ¿Cómo fueron sus experiencias en la cárcel?
Monireh Baradaran: Las peores fueron en 1981, eso fue como una pesadilla. Fui torturada. También veía cómo torturaban a otros; era una rutina, y era brutal.
Había torturas, latigazos, me colgaban, o tenía que estar sentada durante horas, con las manos atadas, una adelante y la otra detrás de la espalda. Era terrible. También había torturas como el aislamiento total, sin movimiento, durante semanas, meses. O la privación del sueño.
También se hacían ejecuciones en masa. Mi hermano fue ejecutado, y en ese momento pudimos escuchar el sonido de los tiros. En un lapso de unos cuatro meses se ejecutó a 4.000 personas, según un informe de Amnistía Internacional. Tal vez incluso a más. Es en este contexto que los encarcelamientos masivos actuales son tan terribles. Es preocupante nuevamente, porque ahora hay tantos presos en diferentes prisiones, incluida la de Evin. Ahí es cuando mi pesadilla cobra vida de nuevo.
Lo que cuenta es de una brutalidad increíble. ¿También hubo abusos sexuales en ese momento?
Se puede hablar de acoso sexual, pero no necesariamente de violación. Yo, al menos, no fui violada. Hubo casos individuales de los que sí escuché. Eso lo sabíamos. La violación no era sistemática, como, por ejemplo, durante las dictaduras en Argentina o en Chile. Pero sí hubo abusos, insultos y torturas.
¿Cómo se trata en general a las mujeres?
En la República Islámica la mujer es una persona de segunda clase. Eso significa que no vale tanto como un hombre. Pero en cuanto a las torturas y a las ejecuciones, se nos trataba igual que a los hombres. Ideológicamente, las mujeres que oponen resistencia son vistas como niñas a las que hay que reeducar. Solo que ese proceso de reeducación de las mujeres era lo peor. Por ejemplo, no podíamos ver ni escuchar nada, durante semanas, meses. Y estábamos siempre sentadas. Eso era tremendo…Y esa era su forma de reeducarnos.
¿Cómo afectó eso a las mujeres? ¿Estaban traumatizadas? ¿Cuánto tiempo les llevó elaborar las consecuencias emocionales de los maltratos?
Muchas de mis amigas hicieron una terapia. Si pienso en qué nos ayudó a sobrevivir durante ese tiempo, eso fue nuestra solidaridad. Yo estuve tres meses en confinamiento. Y, sin embargo, esa unión, esa solidaridad nos ayudaron mucho. Y luego, ya del otro lado, me convertí en una persona diferente después de escribir lo que viví.
Dijo que ahora tiene miedo porque el régimen iraní está encarcelando a tantas mujeres. ¿Piensa que ahora puede pasarles a ellas lo mismo que a usted?
A veces tengo miedo de que sea así. Esas prisioneras son rehenes de la República Islámica. Espero que no hagan ejecuciones, como en los años 80. De seguir todo como hasta ahora, me pregunto si se repetirán esos tiempos oscuros. Pero tengo esperanza, porque los tiempos han cambiado. Sin embargo, sigo teniendo temor a causa de mis propias experiencias.
Estoy a favor de este movimiento en Irán con todo el corazón. La gente no espera cambios en las leyes; saben que la ley islámica no tiene fin, ni el velo, o la separación de los sexos. Pero son ellos los que están cambiando eso: ver cómo las mujeres se quitan los velos y cómo todos bailan, eso siempre fue mi sueño y ahora se está haciendo realidad. Eso es algo muy especial en este movimiento de protesta y me da grandes esperanzas.
Si el régimen encarcelara a las personas de forma masiva, ¿cuáles serían las consecuencias?
Eso podría llevar a una escalada. Los manifestantes protestaron hasta ahora de manera pacífica, sin violencia. Pero si la rabia aumenta, podría haber sangre. Por otro lado, el movimiento podría disolverse con el tiempo.
Y por eso, mi pedido a las autoridades alemanas: si hay presión internacional, no podrán hacer lo que hicieron en los 80.
Monireh Baradaran es autora, socióloga y defensora de los derechos humanos. Escribió "Despertar de la pesadilla”, donde relata sus vivencias en una cárcel iraní. Su libro fue traducido a varios idiomas, y ganó el Premio Karl von Ossietzky en 1999.