euroasiático en contraposición al deseo de la parte occidental de formar parte de la Unión Europea (UE) y que es culturalmente ucraniana.
Poroshenko ya ha firmado con la UE el Acuerdo de Asociación Libre el pasado 27 de junio, lo que significa el desacuerdo con Rusia y el desdén de formar parte de la Unión Aduanera junto con Bielorrusia y Kazajstán.
Indudablemente, la asociación con la UE, es una pérdida geopolítica rusa en parte, por no atraer en su seno al bastión fundamental para llevar a cabo un Imperio ruso con aspiraciones a retener el “heartland” o pívote mundial euroasiático y ser la gran contraparte hegemónica del mundo.
La crisis en Ucrania sigue y seguirá, por la falla principal del Estado-nación, es decir, la homogeneización cultural “a fortiori” que produce en las bases sociales, un descontento en cuanto a la desarticulación y desculturalización interna en pos de entregarla al centralismo estatal dominante y detentor de la administración capitalista.
No es casualidad que las regiones del este (además, de la gran ayuda de los Estados Unidos por desestabilizar Ucrania) como Lugansk y Donetsk, decidan rebelarse al centralismo estatal ucraniano, independizarse y luego, considerar la posibilidad de formar parte de Rusia, además, que ésta región oriental, fue el área más desarrollada industrialmente de la extinta Unión Soviética.
Asimismo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha pedido a sus miembros aumentar el gasto de defensa para “defender y proteger a Ucrania de los embistes y peligros rusos”. Sin embargo, Europa sabe bien que no hay ni los recursos ni los ánimos de que esto suceda, saben perfectamente, que el juego contra Rusia depende del abastecimiento de gas. Al menos, por ahora.