que involucra a más de 21 millones de personas en el mundo, de los cuales el 60 por ciento son mujeres o menores y genera ganancias por 32 millones de dólares al año.
“Hoy millones de niños, mujeres y hombres son vendidos como esclavos, para trabajos forzados, prostitución y tráfico de órganos. Combatamos todos a favor de los derechos y de la dignidad de cada persona”, sostuvo Carmen Sammut, presidenta de la Unión internacional de las Superioras generales (Uisg) y una de las organizadoras.
La iniciativa busca tener alta la atención, en una estrategia que busca alertar a las potenciales víctimas y a los gobiernos, además de hacer conciencia en “nuestros esposos, novios, hijos, hermanos” sobre el flagelo de la prostitución forzada.
Según Valeria Gandini, una monja misionera comboniana, las mujeres obligadas a vender sus cuerpos no piden ayuda porque viven en el miedo y en la vergüenza del silencio.
“Últimamente, las chicas de la calle han aumentado y cada vez son más jóvenes. A menudo son las chicas que llegan en las barcas (como migrantes ilegales). Sucede incluso que en los centros de acogida hay algunos grupos que se ocupan de llevar a las chicas más jóvenes a la calle. Tienen miedo de ser vistas”, señaló.
“Los proxenetas les pegan si no llevan dinero a casa, tienen miedo de las fuerzas del orden y de la policía. A menudo me pregunto: ¿qué nos dicen estas mujeres, niñas, desnudas, en nuestras calles a todas horas? ¿Qué es lo que nos dicen?”, agregó.
Insistió que los clientes “son nuestros abuelos, esposos, novios, hijos, hermanos”, tienen responsabilidad porque alimentan la criminalidad y la mafia, aunque vivan en la ignorancia y muchas veces reconozcan: “No lo sabíamos”.