El ataque, que se saldó con la muerte de sus cinco autores y de tres guardias afganos, es uno de los más audaces de los insurgentes desde el intento de asesinato del presidente afgano Hamid Karzai en abril de 2008, informó el ministerio del Interior.
Es sobre todo simbólico, ya que iba dirigido contra el epicentro del poder afgano (el palacio presidencial, la residencia de Karzai) y los locales de la poderosa agencia de inteligencia estadounidense.
Varios responsables afganos afirmaron que Karzai se encontraba en el edificio en el momento del ataque, pero aseguraron que no corrió peligro.
Según estos mismos responsables, el ataque no afectó a la seguridad del palacio ni al edificio de la CIA porque los talibanes no habían conseguido acercarse lo suficiente.
Karzai condenó el ataque alegando que "los talibanes abrieron una oficina en Catar para hablar con los extranjeros y por otro lado están matando a civiles inocentes en Afganistán. Deben rendir cuentas a la gente por esto".
El ataque deja patente la fragilidad del proceso de paz en Afganistán, una semana después de que los talibanes abriesen una oficina política en Doha, capital de Catar.
El comando talibán comenzó el ataque hacia las seis de la mañana.
El ruido de explosiones y de ráfagas de fusiles de asalto se escuchó en la ciudad, mientras los altavoces de la embajada estadounidense difundían un mensaje de alerta. Al cabo de unos minutos, se veía una espesa humareda negra elevarse en la zona.
Los atacantes iban en dos coches llenos de explosivos, especificó Mohamad Daud Amin, jefe adjunto de la policía local. Intentaron hacerse pasar por un convoy de la fuerza de la OTAN en Afganistán (ISAF), dijo.
"Había dos vehículos, dos Land Cruisers equipados con tarjetas de identificación de la ISAF y con antenas que se suelen usar en los coches de las fuerzas extranjeras, llevaban uniformes de la ISAF", añadió Mohamad Daud Amin.