Aunque según el Ejército israelí los proyectiles se quedaron a unos 40 kilómetros de Haifa, sorprende la nueva capacidad bélica desplegada por Hamás en esta fase de las hostilidades. Los cohetes sólo han causado heridas leves a dos personas, en parte gracias al sistema defensivo Cúpula de Hierro. Aun así, en Israel preocupan cada vez más el eco de las sirenas antiaéreas en el norte de Tel Aviv y los recientes impactos en Jerusalén y cerca de las instalaciones nucleares de Dimona.
Pero en las calles vacías de Gaza sólo se percibía el miércoles rabia, dolor o hasta una resignación mineral mientras los misiles israelíes golpeaban la ciudad varias veces cada hora. Ni asomo de triunfalismo. La noche anterior, confirmaban muchos, “fue la peor en años”. Lo certificaban docenas de cráteres y de casas reventadas por toda la ciudad.
La familia Hamad puso seis de los 47 muertos que se han cobrado los bombardeos israelíes por mar y aire contra la franja de Gaza desde la madrugada del martes. Horas antes de que sus parientes llenasen su casa en Beit Hanun para darle las condolencias, el anciano Mohamed había perdido a su mujer, a tres hijos y a una nieta en un bombardeo que también mandó al hospital a otro nieto de tres años.
En su jardín se veían el miércoles restos del pequeño proyectil que, con la precisión quirúrgica de la que alardean los militares, le había extirpado media familia. El juego de té que usaban hasta la explosión seguía desperdigado entre sangre seca y plantas de jardín. Uno de sus hijos muertos, Hafez, militaba en la Yihad Islámica. Hamad se encoge de hombros: “¿También mi nieto de tres años y mi nieta de 22? Pagan los civiles”. Conversaban, dice, bien entrada la noche tras romper el ayuno de Ramadán. Hace un gesto cansado ante la mención del supuesto uso de niños como escudos humanos: “Esto es el jardín de mi casa”.