Nueva York a más de 140 líderes mundiales, el presidente Barack Obama autorizó una intervención aérea en las regiones controladas por los radicales suníes.
La intervención, que cuenta con el apoyo de cinco países árabes, pone fin a tres años y medio de titubeos. Obama, que en agosto ordenó bombardeos en el vecino Irak para frenar los avances del mismo grupo, es un presidente en guerra: excluye de momento el envío de tropas de tierra a Irak y Siria, pero el repliegue de los últimos años y la voluntad de acabar con el estado de guerra perpetua posterior al 11-S está en cuestión.
Estados Unidos, como anticipó Obama en un discurso a la nación el 10 de septiembre, ataca en Siria, pero el guión es distinto al que se preveía hasta hace poco. El objetivo de los ataques no es, como estuvo a punto de ocurrir en septiembre de 2013, el régimen de Bachar el Asad, sino grupos que se le oponen, como el EI y Jorasan, una organización afiliada a Al Qaeda que, según la Casa Blanca, preparaba un atentado inminente en Europa o Estados Unidos.
Quienes en 2011, cuando estalló la guerra civil en Siria, planteaban en Washington una intervención lo hacían en el contexto de las primaveras árabes: las revueltas populares contra regímenes autoritarios. La resaca de aquellas revueltas y el auge islamista modifica las prioridades: primero, frenar a los yihadistas que aspiran a crear un califato; Asad, cuya dimisión Obama pidió por primera vez hace tres años, puede esperar.
Obama autorizó los bombardeos el jueves pasado, tras visitar la sede del Comando Central de Estados Unidos en Florida, responsable de Oriente Próximo y el norte de África en las Fuerzas Armadas norteamericanas. Los ataques llegaron, primero, con misiles Tomahawk lanzados desde portaaviones en el mar Rojo y el golfo Pérsico, y después con cazas, bombarderos y aviones no pilotados, según el Pentágono.
Los ataques destruyeron objetivos del EI —combatientes, campos de entrenamiento, almacenes, centros de mando y vehículos— cerca de Raqqa, capital de facto de los integristas en Siria, y en otras ciudades el este y el norte del país. Los objetivos de Jorasan se encuentran cerca de la ciudad siria de Alepo, e incluyen campos de entrenamiento, fábricas de municiones y centros de comunicación.
Bahréin, Jordania, Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos participaron o apoyaron los ataques contra el EI. “La fuerza de esta coalición deja claro al mundo que esta no es sólo una lucha de América”, dijo Obama en Washington antes de volar a Nueva York para participar en la Asamblea General de la ONU y en otras reuniones con líderes internacionales.
Para Obama, es fundamental el mensaje de que la operación contra los insurgentes cuenta con el respaldo de una coalición internacional de más de 40 países —incluidas varias potencias árabes suníes— y que no opone a EE UU contra el EI sino al mundo árabe y musulmán contra el EI.
Que la intervención haya comenzado justa antes de la gran semana de la ONU —la organización encargada de preservar la legalidad internacional— coloca a Obama en una posición delicada. Al contrario de lo que ocurre en Irak, en Siria no está clara la base legal. Los bombardeos en Irak responden a una invitación del Gobierno de este país. En Siria no existe tal ofrecimiento. EE UU no ha pedido permiso al régimen sirio: se ha limitado informar a su embajador ante la ONU. La Administración de Obama sostiene que, de acuerdo con el artículo 51º de la Carta de la ONU, la defensa de Irak, EE UU y sus aliados ante la amenaza del EI justifica la misión.