Acapulco, Guerrero.- “En chinga mi negrito. Hay que recoger las mesas y después te vas al bar a lavar copas y tequileros. No te tardes negro porque nos va a tocar montar mesas para el bufete del desayuno”.
Jair, de 24 años, esboza una leve mueca ante las órdenes de su jefe. Es egresado de la carrera de administración de empresas turísticas del Conalep. Trabaja desde hace dos años en un Hotel Grand Resort en la Zona Diamante de Acapulco. Gana mil pesos a la semana más algunas propinas cuando le toca ser mesero.
“No me encabrona que me digan negro. Soy orgulloso de ser afromexicano. Lo que si me molesta es que siendo egresado de la licenciatura no me den chance de trabajar en otro puesto. Hay chavos que no tienen ni la preparatoria y los tienen en contabilidad o en recepción. Pero ellos son blancos o no tan morenos como yo”.
“A los negros, a los que venimos de la Costa Chica, aunque traigas certificado del Conalep o de la SEP en gastronomía, en turismo, en administración, lo más seguro es que te manden de mesero, de animador de albercas o en el peor de los casos a la cocina o en de botones en recepción”, lamenta el joven oriundo del pueblo de Faro de Maldonado, Municipio de Cuajinicuilapa, Guerrero.
Lo que lo ocurre a Jair no es diferente a la crisis racial y disturbios que se vive en Estados Unidos por la violencia policial en contra de afroamericanos, cuya comunidad constantemente es abatida, sin previa investigación, por parte de uniformados.
La diferencia es que en México son una comunidad invisible, ni siquiera hay un censo que diga cuántos son, dónde están, en qué trabajan. Ni siquiera existen como grupo étnico y por ende no son beneficiarios de programas sociales a pesar de los altos niveles de pobreza en que vive en la zona de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca.
“Somos del pueblo de los negritos de México”, sonríe mientras limpia mesas y comenta que de seguir la situación de inseguridad y bajos salarios en Acapulco, piensa emigrar a Estados Unidos. “Tengo unos amigos que están en San Francisco, California y me dicen que ganan 15 dólares la hora. Eso no me lo ganó aquí trabajando 10 horas”.
Faro de Maldonado, el pueblo de Jair, tiene playas paradisiacas donde cientos de niños mexicanos de origen africano juegan todas las tardes futbol de calidad como si se tratara de una escuadra de brasileños. El lugar tiene una historia no oficial de cómo se pobló esta región de afrodescendientes.
Cuentan que hace varios siglos, cuando los barcos y galeones en la Epoca de la Colonia traficaban con esclavos para que trabajaran en las haciendas de la Nueva España, una embarcación con cientos de africanos naufragó frente a la Costa Chica de Guerrero. Muchos murieron ahogados y otros lograron llegar a la costa y ser libres. De ahí se fundó la Africa Mexicana.
En el libro “Afrodescendientes en México: Una Historia de Silencio y Discriminación” se señala que no sólo en Guerrero o Oaxaca existen poblaciones de afromexicanos, sino en otras regiones como Veracruz, Michoacán, Querétaro, Zacatecas, Yucatán y Jalisco, lo cual es visible por sus rasgos físicos, cabello, comida, música, fiestas y tradiciones.
“La participación de personas africanas fue esencial en el desarrollo de Acapulco desde el Siglo XVI. Como personas esclavizadas o libres, este grupo se ocupó de las tareas en el Puerto del Mar del Sur, sobre todo cada año, cuando arriba la Nao de China con codiciadas mercancías de oriente. Los africanos realizaban labores de estibadores en el puerto y formaron parte de la milicia de defensa del fuerte”.
Esclavos en minas, en haciendas cañeras, en labores agrícolas y hoy como Jair destinados a empleos mal pagados por la discriminación racial que se niega oficialmente, pero que mantiene a casi un millón y medio de afrodescendientes en la actualidad, en el olvido gubernamental, sin menciones en la historia oficial donde no se advierte su participación en la luchas de Independencia, Revolución. Es el México racista.