Exterminan a zetas

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PRIMERA DE CUATRO PARTES

De los auténticos fundadores de “Los Zetas”, 40 militares desertores aproximadamente, no queda nadie. Unos terminaron muertos y otros tras las rejas; los que ahora se adjudican el mote son simples matarifes, eso sí, muy sanguinarios, adiestrados por los ahora aniquilados “Zetas”, pero jamás pertenecieron a la milicia.

 

 Fueron los únicos grupos de élite que recibieron entrenamiento en la Escuela de las Ameritas y en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en los Estados Unidos; asesoría militar por comandos de la Sayeret Matkal, de Israel y por expertos de la GIGN francesa.

 Sus integrantes fueron adiestrados en tiro y armamento, artes marciales, fabricación, activación y desactivación de explosivos, logística, tácticas de guerrilla, guerrilla urbana, control y dispersión de multitudes, rapel y otras férreas disciplinas militares, creados en principio para el combate de grupos subversivos que se derivaron del primero y que proliferaron por diversos estados del país.

 Las armas destinadas para el elitista grupo, fueron Pistolas HKP-7 y fusiles G-3, con adaptador para lanzagranadas; ametralladoras M-16, fusil MGL, ametralladoras 5-A, a la que le caben nueve granadas diminutas cuyo radio de daño alcanza una superficie de 50 metros cuadrados, metralletas antiaéreas Barret calibre 550.

 Sin faltar, desde luego, los clásicos fusiles de asalto R-15 y AK-47, mejor conocidos como “Cuerno de Chivo”, además de miniametralladoras SAW, con capacidad de 700 tiros, fusil Rémington 770 para francotirador, bazookas LAW y fusiles calibre .20, que a mil metros prácticamente destruyen todo y hasta misiles antiaéreos soviéticos SAM-7, vendidos en el mercado negro por la milicia nicaragüense.

 SE DISTORSIONAN Y DESCOMPONEN LOS GAFES

 En 1996, Jorge Madrazo Cuellar, relevó al panista Fernando Antonio Lozano Gracia y junto con él, pese a ser civil, arribaron a la Procuraduría General de la República (PGR), decenas de militares de bajo, medio y alto rango. En la dirección general de la Policía Judicial Federal (PJF), quedó el general Guillermo Alvarez Nara y los puntos clave e importantes también fueron ocupados por gente de la milicia.

 Así, de la noche a la mañana, el Ejército Mexicano que desde hacía varias décadas se había hecho cargo de la detección y destrucción de sembradíos, se vio a la palestra para investigar y participar de manera directa en acciones meramente policíacas.

 Simultáneamente con los jefes militares, llegaron cientos de soldados a los que, sin conocimiento o preparación alguna en el campo policial, se les habilitó como agentes de la Policía Judicial Federal (PJF) y se dio entonces un fenómeno curioso, comenzaron a llover denuncias por delitos que, los mismos judiciales federales, calificaban como “corrientes”.

 Hubo asaltos a taxistas, comercios, a camiones repartidores de gas, tiendas de autoservicio e incluso una violación a una indigente, en las inmediaciones del monumento a la Revolución, donde se localizaba la entonces Fiscalía Especial para Delitos Contra la Salud (FEADS), después Subprocuraduría de Investigaciones Especiales en Delincuencia Organizada (SIEDO) y ahora SEIDO.

 ¿Los presuntos delincuentes? Agentes de la PJF.

 Lamentablemente los sospechosos resultaban ser supuestos agentes de la de por si desprestigiada corporación federal, aunque en realidad se trataba de soldados rasos, sin rango, sin preparación, que sin cubrir el “perfil ético” repentinamente se veían transformados en “federales investigadores”.

 La inconformidad no sólo surgió en las filas de los agentes federales, sino entre los mismos jefes militares que no concebían la manera de actuar de la tropa. Hubo un conciliábulo y se acordó que quienes fueran llevados a la PGR, concretamente a la FEADS, deberían de tener mayor preparación académica y militar. Se dio entonces una etapa de selección, en la que solamente los militares que demostraran sobrada capacidad, podrían aspirar a formar parte de las filas de la PJF.

 Lógicamente, el cambio fue positivo y comenzaron a notarse los avances de los militares en el combate a la delincuencia organizada. Fue entonces cuando se pensó en recurrir a los GAFES para que lucharan exclusivamente contra el narcotráfico.

 Vino entonces una etapa de selectividad más rigurosa del personal. Sólo los más aptos, los más capaces, los más preparados, formarían parte del grupo de élite que recibiría el mejor adiestramiento para convertirlos en superpolicías antinarcóticos. Hombres capaces de controlar y someter, cada uno de ellos, a media docena de adversarios.

 Su misión consistiría, sobre todo, en tareas de inteligencia, pero con permiso para actuar de manera inmediata y directa en casos necesarios. No habría que esperar trámites, integración de averiguaciones previas, órdenes de cateo, localización, presentación o aprehensión. Acciones quizá no muy ortodoxas, pero efectivas: si tenían que actuar de inmediato lo hacían.

 De esa manera, los GAFES fueron destinados para luchar única y exclusivamente contra los cárteles de la droga, contra los barones de la droga. Su primer jefe fue el teniente Edgar Cedillo.

 Un cabo de infantería, Arturo Guzmán Decena, considerado como uno de los hombres más hábiles y capaces, fue el segundo del teniente Cedillo y así, vestidos de negro, encapuchados y dispuestos a aniquilar a quien se cruzara en su camino, los entonces todavía GAFES comenzaron su callada pero destructiva labor.

 Fue en esa etapa, cuando comenzaron a darse los llamados “levantones”, pero únicamente de narcotraficantes. Las órdenes eran exterminarlos. En ocasiones se sabía de algunos que habían sido presentados ante las autoridades, pero, las más de las veces, desaparecían o se les encontraba muertos.

 Habían sido ejecutados. Se había ahorrado papeleo, trámites y costos de reclusión. Muerto el perro, se acabó la rabia. Nunca se habló de escuadrones de la muerte, aunque su manera de operar resultó muy similar. El exterminio de narcotraficantes era su principal tarea, sin importar a cual bando pertenecieran.

 Los estragos en el mundo del narcotráfico y las bajas en las organizaciones delictivas, comenzaron a notarse. No había cártel de las drogas que no resintiera las incursiones de los GAFES. Demostraban que sabían cumplir para lo que habían sido creados.

 ¿Quiénes eran esos hombres de negro que, cubiertos del rostro y armados hasta los dientes, “levantaban”, detenían, desaparecían y hasta ejecutaban gente sin que nadie los pudiera detener?

 Esa era la principal interrogante de los jefes de los diferentes cárteles de la droga, pero nadie acertaba a precisar su origen, ubicación y cuartel de operaciones, ya que actuaban en toda la

 República Mexicana. CONTINUARÁ.

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