III parte de IV
Osiel Cárdenas Guillén, no podía haber hecho una mejor contratación al llevar a su organización a Guzmán Decena. Callado, discreto, fiel, leal y mortífero en su trabajo, nunca dejó de cumplir una orden. Cuando Osiel consideraba que alguien le estorbaba, simplemente llamaba a “Arthur” o a su “Zeta 1” y, de hecho, estaba garantizado que el obstáculo sería eliminado.
Su sistema de trabajo no variaba en nada del que empleaba cuando pertenecía a las fuerzas armadas. Uniformes de negro, gris, azul o verde olivo, con las siglas de alguna corporación policíaca o del mismo Ejército. El rostro cubierto, fuertemente armados y, en muchos de los casos con vehículos oficiales clonados y hasta con credenciales policíacas, era su estrategia para actuar.
Pese a todos las “cualidades y atributos”, Guzmán Decena tenía una debilidad extrema, su talón de Aquiles: las mujeres; afición que finalmente lo llevaría a la muerte.
En el gang de las drogas, un “levantón” (secuestro) significa una sentencia de muerte. Quien es “levantado”, seguramente aparecerá torturado y muerto, en el mejor de los casos, pues muchas veces, simplemente ya no se les vuelve a encontrar.
Paradójicamente, uno de esos “levantones” no terminó en muerte, sino en romance protagonizada por el mismo Guzmán Decena y Omar Lorméndez Pitalúa, con dos mujeres a las que, supuestamente, eliminarían.
El 16 de agosto del 2001, “Arthur” recibió la orden de su jefe Osiel. Había que escarmentar a dos mujeres dueñas de una cafetería que no pagaban su “cuota” de protección para que pudieran vender droga sin problemas.
Cárdenas Guillén, había creado una especie de mafia siciliana en todo su territorio para vender protección. Todo aquél que se dedicara a una actividad ilícita: venta de droga, juego, prostitución, lenocinio, contrabando, tráfico de armas o ilegales, etcétera, tenía que pagar “derecho de piso”, de lo contrario los “zetas” actuaría
La fatídica noche, llegaron Guzmán Decena y Lorméndez Pitalúa hasta el negocio de Angélica Lagunas Jaramillo y su hija, Ana Bertha González Lagunas, localizado en la Calle Nueve y la de Herrera, en Matamoros. La visita no era de cortesía. Una veintena de hombres de negro, armados hasta los dientes, las “levantaron”. Estaban sentenciadas a muerte por no haber pagado el derecho de piso.
A las dos, conforme se asienta en la averiguación previa PGR/UEDO/238/2003, se las llevaron a una casa de seguridad llamada “Punto Oscar”, donde se hallaba Osiel. Luego de una charla de casi dos horas, salieron Angélica con Omar y Ana Bertha con Arturo.
Fueron por un auto de donde sacaron 30 paquetes con cocaína y a la mujeres las obligaron a sacar dinero de varias cuentas bancarias para pagar sus cuotas atrasadas y entonces vino la proposición: Vivas y casi presas, trabajando para Osiel, o libres y muertas.
Obviamente, optaron por la primera opción, pero ya Cupido había causado estragos entre los cuatro y desde esa fecha sostuvieron una estrecha relación: Omar con Angélica y Arturo con Ana Bertha, a tal grado que los primeros contrajeron matrimonio en 2002 y los segundos, sin casarse, procrearon un hijo.
El 21 de noviembre del 2002, Guzmán Decena andaba de parranda y ya bajo los humos del alcohol, le dio por visitar por enésima ocasión al amor de su vida: Ana Bertha. La impunidad con que se conducía era ofensiva. Sabedor de la protección de las corporaciones policíacas, tanto federales, como estatales, locales y municipales, no guardaba ninguna precaución y se mostraba en público sin recato alguno.
Para que no lo molestaran, ordenó que los entronques de la Calle Nueve y la de Herrera fueran taponados por sus hombres que atravesaron sus autos impidiendo la circulación. Narcos antagónicos al Cártel del Golfo avisaron a la Unidad Especial en Delincuencia Organizada (UEDO) de la PGR y a la Zona Militar.
Al llegar los agentes federales y los soldados, fueron recibidos a tiros y se soltó la balacera. En el lugar quedaron esparcidos cientos de cartuchos de AK-47.
El famoso “Z-1” había recibido decenas de impactos, varios de ellos mortales por necesidad y cayó muerto instantáneamente. Varios de sus pistoleros también cayeron y otros fueron detenidos. Se había acabado la negra leyenda del “escolta suicida”.
Su cadáver fue llevado inicialmente al anfiteatro de Ciudad Victoria, Tamaulipas, pero llegó un piquete de soldados que lo trasladaron a instalaciones militares, bajo el argumento de que los “zetas” trataran de rescatar el cuerpo de su jefe.
Días después, en el lugar donde cayó muerto, aparecieron coronas y arreglos florales fúnebres, con la leyenda: “te llevaremos siempre en el corazón. De tu familia: Los Zetas”. Efectivos del Ejército los retiraban pero después, volvían a aparecer.
Al enterarse de la muerte de “su muchachito”, Osiel Cárdenas amenazó de muerte a todos los integrantes de la UEDO. Semanas después se vería que sus amenazas no habían en vano, al desaparecer el 14 de diciembre los agentes federales: Juan Remy Ortega Arellano, Gustavo Garza
Martínez, Eduardo Díaz Reyes y Norma Elisa Castillo Pinal.
Los federales nunca volvieron a aparecer; trascendió que Morales Treviño, el llamado “Z-40”, los había llevado al “guiso” para finalmente desaparecerlos en tambos metálicos con ácidos.
Mientras tanto, “Los Zetas” siguieron con “la escuela” de su jefe. Algunas de sus víctimas fueron: el licenciado Alberto Gómez, alias “La Chona”; el teniente y jefe de la UEDO en Matamoros, Jaime Rajid Gutiérrez Arreola el entonces jefe de Osiel, Salvador “El Chava” Gómez Herrera.
El “cuadro” se lo había formado a su jefe y amigo, “El Chava”, ya que previamente se había puesto de acuerdo con el militar y el abogado Gómez para que capturaran a Salvador, pero a última hora decidió que todos murieran durante el operativo.
De esa manera, Osiel, al que apodaban “El Loco”, “El Patrón”, “El Viejón” o “El Padrino”, le cambiaron el mote por el de “El Mata Amigos” ya que no dudó en asesinar a su protector, amigo y jefe para asumir el liderazgo de la organización.