La trata en México un mal que avanza

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Hace un par de semanas, Karla, una víctima del delito de trata en México que fue violada entre su niñez y adolescencia incontables veces, vio de frente al Papa Francisco en la sede vaticana para testimoniar -durante un simposio- los cuatro años de su vida en los que decir “no” habría significado la muerte.

“Sobreviví”, narra esta joven, hoy de 22 años, que huyó a los 12 de una mamá golpeadora que con frecuencia la corría de su casa, para entrar sin saberlo en el sórdido mundo de la trata de personas.

Seducida entonces por un hombre de 22 años que la enganchó en una plaza de la ciudad de México, Karla recuerda los peores cuatro años de su vida entre los estados de Puebla, Tlaxcala y Jalisco. “Yo era una chava que le gustaba socializar”, admite.

Su enganchador le habló de su familia, le contó que empezó a trabajar desde muy chico, lo que le ganó una simpatía de Karla. “Me abrí con él porque sentía que había cosas comunes. Yo trabajé desde los 6 años. Lloramos, nos abrazamos y cambiamos de teléfono”.

Pero hoy recuerda que quienes la violentaron “vieron sólo mi cuerpo, pero no lo que estaba dentro de mí. No vieron a su propia hija, a su propia hermana cuando me usaron”,

El relato de Karla a El Punto Crítico se registra en un café cercano a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.

En Tlaxcala, el estado más pequeño del país, está Tenancingo, “la cuna de los padrotes”, prosigue Karla a este reportero su relato durante una conversación en la que narra cómo el “enganchador” aprovechó un momento de vulnerabilidad emocional extrema para llevarla a Puebla y casi de inmediato a un pueblo tlaxcalteca llamado Zacatelco.

Los primeros tres meses, relata, todo transcurrió conforme las promesas del verdugo. “Me vistió, me calzó y todo era bien padre”, cuenta Karla, entonces una niña acosada por una madre golpeadora y cuatro hermanos y una hermana que con frecuencia la humillaban al decirle que era adoptada y que la habían recogido de la basura.

“Eso siempre lastima”, admite esta joven. “En todas las familias hay una oveja negra. Clásico. Yo era la oveja negra de mi familia”.

Después de tres meses al lado del verdugo, el cuento de hadas terminó. “Tienes que trabajar”, le dijo el proxeneta, parte de una familia entera dedicado al padrotismo, un fenómeno común en el estado de Tlaxcala.

Karla se entusiasmó de inmediato, cuenta. Resultaría relativamente fácil encontrar un empleo en una papelería, una lavandería o una tienda, imaginó. Después de todo, sabía “lo básico”: barrer, trapear, lavar, planchar, pero el empleo sería otro, uno muy alejado de esas habilidades.

Apareció “La morena”, una mujer también joven vinculada con un familiar del verdugo, que pronto la enseñaría a servir al cliente, poner un condón, pero sobre todo a cobrar.

Así comenzaron los cuatro años más difíciles de Karla, entonces de 12 años. Aún en sus días de menstruación, “me taponaba y seguía mi trabajo”. No había manera de escapar y los golpes, con cables, cinturones, palos y las puntas de unas texanas eran parte de la escena cotidiana, pero “nunca me tocó la cara”, narra.

El tratante o verdugo advirtió a Karla que si hacia algo contrario a sus intereses, mataría a su mamá, alguno de sus hermanos o incluso a todos ellos. “Mal que bien era mi familia”, refiere Karla para justificar la sumisión total a la que quedó sujeta.

Al poco tiempo resultó embarazada de gemelos. “Me dieron dos pastillas, una bucal y otra vaginal. Sangré un mes. El tipo grabó cuando salían los coágulos en la tasa de baño. Luego me llevó para un aborto”. Karla tenía sólo 13 años.

A los 14, volvió a resultar embarazada. “Hice sexo hasta los 8 meses de embarazo”, recuerda. Tuvo una bebé que sólo estuvo un mes a su lado. Se la llevaron. ”No sabía si la niña comía, o dónde estaba. Él me amenazó con acabar con la niña si yo me rebelaba”, dice.

Fue entonces que aprendió a decir “si” a todo. Se trataba de sobrevivir. La mejor era aquella que decía sí a todo, que aceptaba sin chistar los golpes, que entregaba las mejores cuentas y que entrenaba a otras. “Él tenía el poder sobre mi”.

“El dinero mueve este mundo y el que tenga más chavas, el carro más lujoso, la casa más padre, ese es el mejor. Se compite mucho por esto. Es una cadena. Es de generaciones”, dice y hay demasiada complicidad de autoridades.

Pero un día llegó un cliente especial, un hombre en sus 60´s. “El no pagaba por sexo, pagaba por platicar”, evoca Karla. Meses más tarde se consolidó una relación amistosa entre ambos. “El me preguntaba si no quería salir de allí, si no tenía sueños, si tenía familia”, dice Karla.

La respuesta fue clara: “le decía que los sueños acaban aquí. Aquí no tienes derecho de soñar, sólo eres un objeto que usan, que te utilizan y a los 15 minutos ya. Si tienes un sueño es mejor que se te olvide y a seguir trabajando”.

Ese cliente fue la llave a la libertad de Karla. Con su ayuda y de una tía meses más tarde, Karla pudo con su bebé abordar un autobús en la central de Puebla y viajar a la Tapo de San Lázaro en la capital del país. Viajó en alerta máxima, temiendo que pudiera ser perseguida por su verdugo a bordo de un auto deportivo de los que solía conducir.

“Fue un gran avance llegar a la Tapo”, indica. De inmediato habló con su tía, que la acompañó a levantar una denuncia. Se le canalizó a un albergue, donde encontró ayuda.

“Ahorita me siento normal. He tenido una recuperación muy larga, pero he sabido que la vida sigue y que si te estancas en tu pasado, nunca vas a poder sobrevivir. Ahorita ya me casé. Tengo dos pequeñas, una de 7 años y una de un año 8 meses, que es de mi esposo. Vivimos aquí en México, trabajo y ayudo a más gente que ha pasado por lo mismo”, expone.

Dice que un día se negó a permanecer más tiempo en el hoyo. “Estoy aquí vivita porque quiero hablar y gritarle a todo el mundo y decir que se puede prevenir con base en la familia”, dice.

Recién en noviembre pasado, Karla, virtual vocera del Grupo Camino a Casa, fue una de las cuatro mexicanas invitadas a la Santa Sede para participar en el denominado “Simposio de jóvenes contra la prostitución y la trata de personas. Máxima violencia contra las mujeres”.

El encuentro fue promovido por el Arzobispo argentino, Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de la Academia Pontifica de Ciencias Sociales, y Alicia Peresutti, responsable de la ONG argentina Vínculos en Red y asesora del Vaticano en temas de trata de personas.

Karla emocionó con su presentación y saludó al Papa Francisco.

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