De todas las especies que existen en el mundo, los seres humanos y los chimpancés son dos de las pocas que se enzarzan en ataques coordinados contra otros miembros de su misma especie.
En la década de los 70, las observaciones de la famosa primatóloga Jane Goodall sobre la violencia letal de estos primates llamaron la atención en todo el mundo. Muchos han creido que esas agresiones letales eran consecuencia de las actividades humanas, como la alimentación por parte de los investigadores o la destrucción del hábitat. Sin embargo, parece que estos simios no han sido perturbados, sino que «nacieron para matar».
Un nuevo estudio que ha reunido datos recogidos durante más de cinco décadas entre 18 comunidades chimpancés (Pan troglodytes) y cuatro grupos de sus parientes más cercanos, los bonobos (Pan paniscus), ha descubierto que el impacto humano no es el culpable de la violencia. «Este estudio echa por tierra la idea de que la agresión letal entre los chimpancés salvajes sea un comportamiento aberrante causado por perturbaciones humanas», dice Ian Gilby, antropólogo de la Universidad Estatal de Arizona, investigador del Instituto Jane Goodall y coautor del estudio publicado en la revista Nature.
Al contrario, el «asesinato» supone para los chimpancés una estrategia adaptativa que proporciona una ventaja a sus autores para aumentar el acceso al territorio, la comida, la pareja u otros beneficios.
Los machos, más violentos
Tras analizar 152 ataques letales, el informe llega a la conclusión de que la agresión mortal hacia miembros de otros grupos es claramente parte del repertorio de comportamiento natural de los chimpancés. A veces los chimpancés se matan entre sí, independientemente del impacto humano, y los machos suelen ser los autores del «crimen». Sin embargo, no se ha observado que los bonobos maten a otros bonobos, cualquiera que sea el nivel de impacto humano.
Joan Seda, científico de la ASU que estudia la conducta de los primates, señala en un comentario que acompaña al artículo en Nature que «las percepciones de la conducta de los primates, en particular de los chimpancés, son a menudo distorsionadas», de forma que «características moralmente deseables, como la empatía y el altruismo, tienen profundas raíces evolutivas, mientras que las características no deseables, como la violencia a nivel de grupo y coerción sexual, no las tienen».
Los datos, sin embargo, muestran que «hay algunas circunstancias en las que los beneficios de la agresión letal exceden los costes para los chimpancés, nada más. Los seres humanos no están destinados a ser guerreros porque los chimpancés a veces maten a sus vecinos».