La labor cultural de Rivas Mercado fue muy diversa, pues además de ser promotora
cultural, fue editora de libros, activista política y se convirtió en parte esencial de los Contemporáneos.
«Tengo la conciencia aguda de estar “desterrada” de este mundo»
Antonieta Rivas Mercado
En la Secretaría de Educación Pública, Diego Rivera plasmó en 1928 una obra que forma parte del conjunto mural ubicado en el segundo nivel del patio de fiestas de dicho edificio.
Esta pintura mural llama la atención por la representación de tres personajes en una escena peculiar. Del lado derecho de la pintura se halla Antonieta Rivas Mercado, quien es pintada de manera elegante y con el rostro devastado; Rivas Mercado recibe de manos de una mujer revolucionaria una escoba y dicha mujer apunta con el dedo hacia un listón que anuncia el nombre de la pintura: “El que quiera comer que trabaje”.
En la parte inferior izquierda se encuentra plasmado un personaje con orejas de burro que recoge del suelo elementos relacionados con las artes y un número de la revista Contemporáneos; detrás de él un niño, cuya apariencia es similar a la de Diego Rivera, patea a este personaje que podría representar a Salvador Novo, uno de los más destacados escritores que se aglomeraron en torno a esa publicación y de la que obtuvieron su mote. Esta pintura mural de Rivera refleja perfectamente la animadversión que el muralista tuvo hacia el movimiento y la ideología que representaron los Contemporáneos.
Antonieta Rivas Mercado tuvo un papel activo e influyente en la vida cultural de México durante la posrevolución. Sin ella habría sido imposible concebir el Teatro Ulises, la revista Ulises y la revista Contemporáneos, proyectos culturales de los cuales fue mecenas y que se separaban de manera radical del movimiento monumental representado por Rivera, Orozco y Siqueiros.
Rivas Mercado fue una mujer desafiante a su tiempo y una vanguardista cuya labor fue clave en la modernización de la cultura en México, ya que perteneció al grupo de artistas e intelectuales que se resistieron al discurso oficial que colocaba a la Revolución como el mito que sustentaba el quehacer artístico y las luchas políticas, mito que fue instrumentado por los gobiernos posrevolucionarios para legitimarse, y cuya narrativa marcó la vida cultural de nuestro país recuperando diversos elementos de las culturas prehispánicas e indígenas y de la cultura popular para identificarlos como “lo mexicano” y como reflejos “verdaderos” de la sociedad mexicana.
La distancia de estos intelectuales con el arte encargado de ensalzar la Revolución, las luchas obreras, el comunismo y el socialismo generó acusaciones en su contra al calificarlos de “desprovistos de nacionalismo”, “traidores a la Revolución” y “promotores de los valores burgueses”, tal como se muestra en la obra de Diego Rivera.
El tiempo que pasó en Europa y la influencia que generó en ella el teatro de vanguardia de París despertaron en Antonieta Rivas Mercado la inquietud de promover en México un teatro que renovara la escena mexicana marcada por el acartonado nacionalismo. De esta manera, y por recomendación de Manuel Rodríguez Lozano, Rivas apoyó con su fortuna a los Contemporáneos para poner en marcha el Teatro Ulises, que a pesar de tener una vida relativamente corta influenció de manera importante al teatro en México por su corte experimental y de vanguardia, y generó múltiples reacciones en la crítica poco acostumbrada a obras extranjeras y propuestas alejadas de la oficialidad y el nacionalismo.
Ella no fue cualquier mecenas, pues retó la imagen de la mujer adinerada que se fascinaba por la cultura y mostraba dicha fascinación de manera pasiva y altruista. El mecenazgo no fue la labor que caracterizó o que definió su contribución a la cultura en México, pues según explica Fabienne Bradu, ensayista que ha concentrado parte de su obra en la vida de Rivas Mercado, ella se definió por su involucramiento activo:
“Si había que crear un teatro moderno en México, Antonieta no solamente alquilaba y acondicionaba un local en la calle Mesones, sino que además participaba en la traducción de las obras, en la puesta en escena, en la actuación, en la elaboración del vestuario, en las conferencias de prensa y hasta en la elección del coctel la noche del estreno”, señala Bradu en su texto Memoria de Antonieta Rivas Mercado.
Además, agrega: “Ninguna otra dama de su época, por más mecenas que fuera, se hubiese atrevido a figurar con semejantes desafíos que la sociedad calificaba de desplantes. Los mecenas prefieren el recato de los palcos; Antonieta ansiaba la luz de los escenarios”.
Es casi imposible pensar en artistas, intelectuales y escritores como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Roberto Montenegro y Agustín Lazo sin hacer alusión a Antonieta Rivas Mercado, quien se convirtió en parte esencial de los Contemporáneos.
“Compartía con los Contemporáneos su visión de la cultura mexicana (…) Hasta tal punto conectó Antonieta con los Contemporáneos que (…) se convirtió en una 'inesperada mujer-Ulises’ (…) Como ellos, entendió que la literatura tenía su propia tradición universal y autónoma, y que era necesario incorporar la literatura mexicana a esa tradición si se quería que adquiriese la mayoría de edad y la fortaleza suficiente para expresarse con voz propia”, señala Rosa García Gutiérrez en su texto Antonieta Rivas Mercado en sus textos.
La labor cultural de Rivas Mercado fue muy diversa, pues además de ser promotora cultural, fue editora de libros como Dama de corazones de Xavier Villaurrutia, Novela como nube de Gilberto Owen y Los hombres que dispersó la danza de Andrés Henestrosa. Además, fundó y financió la Orquesta Sinfónica Mexicana, que tuvo como director al compositor Carlos Chávez.
Su trabajo como escritora abarca la dramaturgia, el ensayo, la prosa, la novela, la crónica, la epístola y la traducción; además, publicó algunos artículos en diversos diarios. Esta producción literaria se encuentra contenida en dos tomos publicados bajo el nombre Antonieta Rivas Mercado: Obras, los cuales fueron editados por Tayde Acosta Gamas; y en el libro Obras completas de Antonieta Rivas Mercado, editado por Luis Mario Schneider.
En estas publicaciones se deja entrever el talante de una gran escritora.
Entre los escritos de Rivas Mercado destacan aquellos en los que realiza una reivindicación de las mujeres, una de las tantas preocupaciones presentes en su obra. En el artículo La mujer mexicana, que fue publicado hacia 1928 en El Sol de Madrid, indica que la cultura es “la única vía de salvación de la mujer”, pues señala que “es preciso, sobre todo para las mujeres mexicanas, ampliar su horizonte, que se la eduque e instruya, que cultive su mente y aprenda a pensar”.
La inteligencia e inquietud de Rivas Mercado se inmiscuyeron en la política, pues tuvo una destacada participación en la campaña electoral de José Vasconcelos, quien en 1929 decidió postularse como candidato a la presidencia de México. Antonieta Rivas Mercado se encargó de realizar la crónica de la campaña de Vasconcelos, quien buscaba llegar a la silla presidencial frente a Plutarco Elías Calles y Pascual Ortiz Rubio. Precisamente, Antonieta fue una gran crítica de la realidad cultural y política que tenía lugar durante el régimen callista.
Antes de culminar la campaña, y ante el hostil escenario en México para los partidarios de Vasconcelos, Rivas Mercado se exilió en la ciudad de Nueva York y posteriormente se asentó en París para desempeñarse como periodista y escritora. En este periodo volcó sus energías en la producción de su novela El que huía y en la realización de su Crónica de la campaña política de José Vasconcelos (1928–1929).
Sus crónicas políticas no serían publicadas sino años posteriores y su novela quedaría inconclusa debido a que Antonieta Rivas Mercado decidió quitarse la vida en 1931 en la capital francesa.
“Para mí la vida ha sido sufrimiento y trabajo, éste mi diversión y alivio; nunca he podido llevar el alma ligera, siempre me ha ido pesando algo y en verdad, a nadie le deseo destino semejante”, señala Antonieta Rivas Mercado en una carta dirigida a su hermana.