Exploran ciencia detrás de las muñecas hiperrealistas

El crecimiento de esta industria no solo responde a una demanda específica, sino también al asombroso

desarrollo tecnológico que permite hoy crear figuras sintéticas que imitan, con notable fidelidad, el cuerpo humano. La piel, por ejemplo, ya no es simplemente silicona: se trata de elastómeros como el SLE (Soft Light Elastomer), hipoalergénicos, resistentes y capaces de mantener su textura incluso tras largos períodos de uso.

En paralelo, los esqueletos articulados de las sexdoll han evolucionado hasta convertirse en verdaderas estructuras biomecánicas: hombros que se desplazan hacia adelante, caderas que rotan, cuellos con soporte esférico, rodillas y codos de doble eje. Algunos modelos incluso permiten mantenerse de pie con ayuda mínima, lo que amplía su uso en fotografía artística, instalación escénica o simplemente presencia cotidiana.

Los detalles son igual de sorprendentes: maquillaje semipermanente, venas visibles, texturas diferenciadas entre zonas, pestañas implantadas a mano y orificios con módulos internos removibles para facilitar la limpieza sin comprometer el diseño externo. No se trata solo de una muñeca: es una pieza de ingeniería emocional.

Según estudios de la Universidad de Tsukuba en Japón —referente global en robótica afectiva— el contacto visual, la percepción de simetría facial y la textura al tacto son factores determinantes a la hora de generar empatía incluso con figuras no vivas. De allí que el diseño de estas sex dolls no solo busque belleza, sino también familiaridad emocional.

El fenómeno no es ajeno a las ciencias sociales. Psicólogos y sociólogos señalan que esta búsqueda de compañía sintética responde a una época de vínculos acelerados, vínculos frágiles y nuevas formas de intimidad. En ese contexto, la posibilidad de construir un lazo —aunque sea unidireccional— con una figura hiperrealista deja de ser una rareza para convertirse en una opción más dentro del abanico afectivo contemporáneo.

Como en toda tecnología disruptiva, el debate está abierto. Algunos ven en estas figuras una solución funcional y estética a necesidades emocionales no resueltas. Otros plantean interrogantes sobre la naturalización del aislamiento y la idealización del vínculo sin conflicto.

Pero más allá de las opiniones, lo cierto es que las muñecas hiperrealistas ya no pueden analizarse solo desde el morbo o el prejuicio. Son parte de un ecosistema tecnológico que, como todo lo que toca la ciencia, termina por reflejar —y a veces anticipar— las preguntas más incómodas de nuestra era.

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