EEUU, 3 de noviembre de 2025 ::: El espectáculo “OVO” de Cirque du Soleil es una
crónica de la vida tras bambalinas de una caravana de gitanos y saltimbanquis. El séquito multicolor incluye trapecistas, malabaristas, contorsionistas y magos contemporáneos. La obra, con su despliegue de trucos y recursos inverosímiles, destaca la virtud de la capacidad de sorprender.
El Cirque du Soleil llega de nuevo a Guadalajara con su celebrado show “OVO”, que tendrá funciones del 5 al 9 de noviembre en la Arena VFG.
Lo de caravana no es exageración: trajeron consigo 18 tráileres cargados de todos los armatostes, equipo, piezas, utilería, reflectores, instrumentos, vestuario y habidos y por haber para dar forma a un espectáculo de tamaño semejante. Por tanto, en la VFG reinaba un caos asombroso. El escenario imponente, que funciona como un ser vivo, un organismo en sí, fue montado en un transcurso de 12 horas por un séquito de expertos que conocen sus entrañas a la perfección. El recinto estaba a oscuras, cubierto en su totalidad por enormes mantas negras que obstaculizaban la luz del Sol, y que le conferían al aire la cualidad del misterio. Y entre la oscuridad, reflectores mínimos, apenas la luz necesaria para que se dibujaran las formas y las siluetas, los andamiajes del escenario gigantesco, y la vida secreta del Circo du Soleil, todo lo que ocurre tras bambalinas, esos espacios de cosas no vistas donde se va gestando la magia.
Para dar vida a un espectáculo de la talla del Cirque du Soleil se requiere de una labor titánica. Los 120 minutos mágicos que dura “OVO” son resultado de meses de preparación y antelación, de una coordinación milimétrica para disminuir cualquier margen de error, de una inspiración certera para sortear los percances, y sobre todo, de mucho amor por el oficio. No por nada el Cirque du Soleil es el mejor del mundo, y bajo esa lógica, es exigente.
Sus artistas, que se mueven como si fueran de aire, y que parecen inmunes al estorbo de la gravedad, entrenan a diario en jornadas estrictas. Se enredan unos sobre otros y se amontonan como pirámides humanas, se levantan como si tuvieran la consistencia de los pétalos, se enredan en el viento como si pudieran caminar sobre el mismo, y llevan el cuerpo a todas sus posibilidades.
Son como estatuas griegas vivas. Durante los ensayos, fue posible ver a un grupo de malabaristas orientales que movían las piernas y los pies como si fueran manos, arrojándose troncos, haciéndolos girar en el aire, en una coordinación perfecta, como si fueran una hilera de espejos repetidos. Había también un acróbata que caminaba sin titubeo alguno sobre una cuerda delgada, suspendida sobre una plataforma en forma de Media Luna que se balanceaba a cada paso del maestro, en una proeza del equilibrio. Había dos bailarines que por medio de cuerdas se columpiaban en las alturas, como si caminaran en el aire, y había tanto dominio en sus movimientos, tanta autoridad en su arte, tanta ligereza en sus extremidades, que era como si pertenecieran a un género humano distinto, o al menos eso pensaban los seres grávidos y tristes que los miraban fascinados desde la desangelada tierra firme.
Para muchos que se dedican al circo, o que quieren hacer una vida de ello, el Cirque du Soleil representa un sueño, algo a lo que muchos aspiran desde la infancia. Viajan por todo el mundo en su cualidad de caravana de magos, dejan un reguero de suspiros en cada ciudad que visitan, hacen que los escépticos vuelvan a creer en la magia, y como los gitanos, el tránsito continuo les impide echar raíces.
Tienen alma de peregrino y carácter de trashumante. Pasan largas semanas, incluso meses, alejados de su familia, y algunos llevan consigo objetos simbólicos -fotografías, peluches, obsequios regalados por un amor distante- que los remontan a su hogar y los hacen sentir como en casa cuando los sorprende la melancolía en cualquier ciudad de nombre extraño en la inmensidad del mundo. Pasan mucho tiempo ensayando, mucho tiempo entrenando, mucho tiempo en las alturas, ajenos a la gravedad. Pero, sobre todo, pasan mucho tiempo a oscuras, por ese extraño requerimiento del espectáculo de desarrollar sus costumbres de hechicería a media luz.
“Somos como vampiros”, bromeó una de las artistas.
Debido a la índole de la puesta en escena, todo cuanto necesitan los artistas va dentro de las caravanas: detrás del escenario, montaron también un pequeño gimnasio, una lavandería, una carpa donde costureras confeccionaban los trajes y zapateras tomaban medidas de los pies -todo se hace a mano, y cada vestido toma hasta 75 horas-, un espacio donde los relacionistas públicos se enfrentan a la voracidad de los medios de comunicación. El backstage del Cirque du Soleil es como una pequeña ciudad.
Pero no todo se trata de los artistas, responsables de la magia visual, pero no de todo el trabajo detrás para que esta misma magia sea posible. Hay una miríada de técnicos, de expertos en las artes de las luces y del montaje, músicos que tocan en vivo, operadores con radios y computadoras que supervisan cada segundo del espectáculo, visionarios tecnológicos que por medio de consolas enormes monitorean todo. Esteban Martínez, de Ciudad de México, es el encargado de que el escenario de “OVO” cobre vida. Es el jefe de automatización: frente a una enorme computadora, y con comandos específicos, hace que en el escenario broten plantas, eclosionen flores, que las luces disminuyan de intensidad, que la atmósfera cambie, y coloca las condiciones específicas para que los artistas se dediquen a su arte.
“He estado en muchas ciudades y muchas partes del mundo”, dice Esteban, feliz de volver a su tierra. Y no está solo: en el equipo hay otros mexicanos desperdigados con los que comparte añoranzas y palabras comunes como una extensión del lugar donde nació. “Es difícil, es exigente, pero también es muy gratificante. Algo que me ha dejado este trabajo son los estándares y la calidad”.
::: Alistan temporada
“OVO” llegará a Guadalajara del 5 al 9 de noviembre de 2025, con funciones en la Arena VFG. Durante esos días se ofrecerán presentaciones de jueves a domingo.
El show combina circo acrobático, danza contemporánea, teatro físico y diseño escénico de vanguardia. Las telas aéreas evocan el vuelo de las mariposas, los trampolines reproducen los saltos de los grillos y los juegos de luces transforman el escenario en un ecosistema vibrante. La música, de acento latino y ritmo contagioso, refuerza la sensación de vitalidad constante que atraviesa toda la función.
Los acróbatas regresaron al viento, se retorcieron en posiciones inverosímiles, volvieron a desafiar, sin muchas dificultades, el obstáculo de la gravedad. Tantos idiomas entremezclados que de pronto eran incomprensibles. Quizá hablaban insecto; en el espectáculo no hay idiomas, todos los artistas se dirigen los unos a los otros en el vocabulario de los insectos. O tal vez solo hablaban esa lengua rara y ajena usada tan solo por esos que, como ellos, tienen el cuerpo hecho de viento. Ruidos por todas partes, técnicos jalando cables, músicos afinando, costureras tejiendo vestidos primorosos. La vida ahí no se detiene. Queda mucho trabajo por hacer.
::: Un universo insospechado que se descubre ante los espectadores
“OVO”, que en portugués significa “huevo”, es un espectáculo del Cirque du Soleil que invita al público a adentrarse en un universo insospechado: el mundo de los insectos. La historia gira en torno al descubrimiento de un enorme huevo dentro de una comunidad de insectos, un acontecimiento que despierta la curiosidad y transforma por completo su dinámica.
A lo largo del show, las criaturas trabajan, se desplazan, vuelan, juegan, se emparejan y se transforman; todo en una celebración visual de la biodiversidad y del ciclo de la vida.
El espectáculo presenta una puesta en escena exuberante y colorida, en la que los insectos son interpretados por acróbatas y bailarines con vestuarios inspirados en exoesqueletos.
Las acrobacias evocan saltos de saltamontes, vuelos de mariposas o enjambres en movimiento, mientras que el huevo -símbolo central de la obra- marca el inicio de un nuevo ciclo y la constante renovación de la naturaleza.
“OVO” se estrenó en abril de 2009 en Montreal, Canadá. La directora y creadora principal es la brasileña Deborah Colker, reconocida coreógrafa que imprimió al espectáculo una fuerte identidad latinoamericana. Colker concibió el show como una metáfora del movimiento y de la energía vital, más allá del simple tema de los insectos.
::: Su intención era capturar la esencia del dinamismo natural: la vida en constante transformación.
El título, “OVO”, representa el ciclo de la vida y el renacimiento. Las letras del nombre simbolizan gráficamente los ojos y las antenas de un insecto, reforzando la identidad visual del espectáculo.
Más allá del deslumbramiento técnico y visual, “OVO” propone una reflexión sobre la convivencia, la interdependencia y la belleza de lo diminuto. Al colocar a los insectos -habitualmente ignorados o temidos- como protagonistas, el espectáculo invita al espectador a mirar el mundo con otros ojos, a descubrir la poesía que existe en la naturaleza más pequeña.
::: La historia del espectáculo
“OVO” fue escrito y dirigido en su estreno por Deborah Colker en 2009. Con una música inspirada en la samba brasileña, se compone por diez actos acrobáticos, así como bailes que complementan la trama de descubrimientos.