Alberto despertó esta mañana y se preguntó: ¿Habrá algo hoy que me cause asombro?
Desde su cama prendió el televisor con el control remoto y escuchó sin mucha atención el resumen de noticias. Nada…nada. El bombardeo de información nos ha hecho inmunes, indiferentes.
Se levantó y se dirigió a la ventana. Meditó en el hecho de abrir sus ojos y ver la luz del sol una vez más, asomarse y descubrir que nada ha cambiado; oír noticias como un zumbido molesto.
Vivimos un laberinto de espejos. La información que nos presentan los telediario, buena o mala, no dura más de un minuto. Asesinatos, discursos insulsos, políticos corruptos, líderes religiosos pederastas, estrellas de cine o televisión haciendo declaraciones propias de un retrasado mental, son el espectáculo al que al parecer estamos condenados los televidentes.
El grueso de la gente ha renunciado a saber; confunden la información con el saber. Vivimos momentos en que el hombre se ha transformado en tonto, frívolo, crédulo de todo lo que le dicen los medios. El hombre es ahora un ser primitivo con mucha información.
Vemos o leemos noticias sobre cientos de miles de niños en Suazilandia que vagan entre el hambre, sida, sequía y guerras. Esta nota es un chispazo a la que le sigue la súper-noticia de que X artista ha dejado de drogarse para que le permitan ver a sus hijos; o a la bailarina que se ha divorciado por enésima ocasión, o el conductor de televisión muy hombrecito y al día siguiente desfigurado por un sexo servidor.
Noticias vacías para receptores que tienen teflón en su mente.
Para Platón, las esferas celestes están pobladas de ideas sintéticas a priori y los humanos no somos sino encarnaciones físicas de esas ideas e imágenes.
El televisor, que parecía un juguete insólito e inofensivo, se ha transformado de inocente aparato en un monstruo que se ha apoderado del alma humana.
Alberto observa su mundo, aquel cuyo espíritu se ha vacunado y ha perdido la capacidad de asombro. Los grandes acontecimientos de las últimas décadas se pierden con gran facilidad en la mente humana. Sólo el Holocausto pervive: pero ha sido y es porque el pueblo que lo sufrió no quiere que se repita un error humano tan grande como ese. Sin embargo, los cientos de miles de muertos en Vietnam, los millones de asesinados en Camboya, las Torres Gemelas, Irak o Afganistán se van difuminando en la mente de los hombres y convirtiéndose en sólo datos de un texto de historia.
Los televidentes desearían recibir noticias in crescendo, al infinito, como en las adicciones; primero fue un carro-bomba, luego el atentado a un presidente o al Papa, más adelante las torres gemelas, las estaciones del metro en Madrid y Londres, después de eso nada “llena” ya a la mente teleadicta.
Mientras tanto, Alberto, que aún conserva su derecho a la lucidez recuerda las bellezas que la mente humana ha creado y que ha tenido la oportunidad de estar cerca de ellas: Leningrado, el Palacio de Verano y la Hermitage, París, Xi’an, Singapur, Florencia, San Francisco, la Alhambra, Ushuaia en el Polo sur, Shannon en el norte y otras que no necesitan de la televisión para ser imaginadas. Esas bellezas seguirán causando asombro al ser humano una y otra vez.
San Compadre, que tiene un corazón muy grande -sobre todo para las damas- cree en la belleza de la vida, del amor y de la mujer que no dejan de sorprenderle, sin necesidad de los medios.