En estos tiempos, escuchar la palabra perdón es raro, pero más raro es ofrecerlo.
El perdonar es una recomendación en todas las religiones y una obligación que deberían practicar todos los seres humanos.
En el catolicismo es sabido que cuando un pecador pide perdón al Creador unos segundos previos a su muerte, ese es un acto suficiente para permitirle el paso al Paraíso, como “los perros de Dios”.
En el judaísmo una reflexión dice: Le preguntaron a Dios cuál era la condena para el pecador y Él sentenció: que retorne y será perdonado (Ieruchzalmi-Makot 2-6) También se dice que aún aquella persona que pecó y trasgredió toda la Torá durante toda su vida, y retornó a Dios antes de morir, en el cielo no le recuerden ningún pecado(Kidushin 40)
Uno de los ejemplos religiosos que encontramos en la Biblia es la parábola del hijo pródigo, ese que alcanza la indulgencia del padre al regresar después de haber sido dado por perdido.
En el budismo, existen los conceptos Mettá (tierna amabilidad), Karuma (compasión), Mudita (gozo compasivo) y la Upekkhá (ecuanimidad), virtudes que se anteponen al resentimiento.
En la filosofía que impartió Jesús y que enseñó a sus discípulos sobresale la oración dirigida a su Padre: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
Me pregunto si la frase de “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón” es válida.
El fallecido papa Juan Pablo II, de quien se había dicho corría sangre judía por sus venas, llegó hasta el Muro de los Lamentos, en Jerusalén; posó sus manos en esas piedras de más de 2,500 años y leyó en voz muy baja lo que había escrito en un papelillo que enrolló y posteriormente lo dejó en uno de los intersticios de las piedras. Ávido como siempre a la publicidad realizó sus movimientos suavemente y en ocasiones se pensaba que sollozaba frente al lugar más sagrado de los judíos.
Entre las frases que contenía el mensaje sobresalía: “estamos profundamente afligidos por el comportamiento de aquellos que, en el curso de la historia, hicieron sufrir a vuestros hijos y os pedimos vuestro perdón”. Desde esa línea directa con el dios de los judíos se imploró, además, la clemencia para aquellos que con la cruz y la espada dominaron el mundo por casi dos mil años.
El mensaje fue enviado al museo memorial de la Shoah (Holocausto) donde dijeron: será guardado por la eternidad.
Este tipo de mausoleos deberían extenderse a otros genocidios, como los perpetrados por los jemers rojos, en Camboya; la desaparición de millones de rusos por el estalinismo, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, las matanzas en Ruanda, en los Balcanes, en Turquía o las organizadas recientemente por los Estados Unidos contra cientos y cientos de miles de inocentes en Irak, Afganistán y en todo el mundo. Más reciente, debía ser también extensivo a las víctimas ahora de los judíos: los palestinos, jordanos, libaneses y demás pueblos árabes a los que han masacrado en nombre del dios de Israel. En México sería el dedicado a los millones de indígenas que en la conquista y en la colonia murieron por la ambición cobijada por la religión.
Esos monumentos deben ser edificados para que nos recuerden en todo momento las atrocidades de que somos capaces. Sean éstos monumentos una forma de que el resto de los mortales pidamos perdón al haber ofendido a la raza humana por omisión, por silencio, por descuido. Pero, además, por ceguera, sordera, mudez y falta de sensibilidad.
Olvidar ofensas y tener indulgencia hacia los demás, deberían ser nuestros atributos no sólo el día del perdón, sino todos los días.
He considerado siempre que es más fácil perdonar… después de haber logrado la venganza.