Guadalajara, Jalisco. 1 de octubre de 2018.- A mediados del siglo pasado, a Guadalajara se le llegó a conocer como la Ciudad de
las Rosas, debido a la abundancia de esas flores. Esa anécdota forma parte de la memoria de muchos tapatíos, pero también es un fragmento importante en la historia de la botánica que emergió en la capital jalisciense.
Al igual que este episodio, Guadalajara tuvo varios periodos botánicos más que dejaron huella. Estos capítulos históricos fueron abordados por el historiador Carlos Silva Cortés, quien desde hace un par de años decidió estudiar el pasado de la botánica en la otrora Ciudad de las Rosas, documentando el crecimiento de esta disciplina en la metrópoli.
“Me interesó conocer cómo los aficionados se apropiaron del conocimiento botánico en la Guadalajara de mediados del siglo XX, principalmente para conocer las rutas que estas personas diseñaron para abordar un disciplina que por décadas tuvo pocos fundamentos científicos en la ciudad”.
Carlos Silva Cortés, egresado de la maestría en historia de México de la Universidad de Guadalajara (UdeG), relata que esta investigación formó parte de su tesis de posgrado y en ella recopiló información del periodo entre 1961 hasta 1988, pues consideró que en ese lapso fue cuando la botánica tuvo su auge, con la creación de sociedades e instituciones que impulsaban ese conocimiento.
El historiador relata que en 1949, el botánico Rogers McVaugh llegó a Guadalajara a estudiar la botánica de la zona, lo que influyó para la creación de asociaciones de aficionados que también se interesaron en investigar y conocer sobre la flora de la ciudad.
Estas agrupaciones emergentes estaban conformadas por personas de distintas profesiones, algunos de ellos incluso dejaron sus trabajos para dedicarse a la botánica, asegura Carlos Silva, y entre esos grupos destacó un personaje que llamó su atención, Salvador Rosillo de Velasco, a quien el historiador dedicó un apartado en su investigación.
Aficionados a las plantas
Luego de excavar en archivos históricos de la ciudad, Carlos Silva documentó los primeros pasos de la botánica en México a inicios del siglo XIX; en el pasado, resume, había personas que investigaban sobre esta disciplina, pero sin contar con conocimientos especializados en biología o botánica.
El historiador señala que mientras tanto en Guadalajara empezó a surgir un movimiento de personas aficionadas a la botánica, quienes comenzaron a documentarse y consultar a especialistas para apropiarse del conocimiento botánico, lo que derivó en iniciativas que se consolidaron de forma más institucional y profesional, como la Sociedad Botánica del Estado de Jalisco, en 1952, o el Instituto de Botánica de la UdeG en 1953.
En su investigación, Carlos Silva también recopiló archivos y datos de personalidades que aportaron conocimientos a la botánica tapatía, entre ellos Rosillo de Velasco, a quien se le califica como el padre de la orquideología en el Occidente de México.
“Salvador Rosillo de Velasco fundó la Asociación Orquideófila de Guadalajara en 1960, desde ahí se publicaron boletines desde 1976 hasta 1984, siendo en total 86 números con una tirada mensual de 20 ejemplares, es un número reducido, pero cada boletín era ilustrado por la orquídea que se abordaba en el mes”.
Con el paso del tiempo y el fortalecimiento de los conocimientos en botánica, los tapatíos inmersos en este campo empezaron a fomentar el estudio de las plantas. El historiador señala que como resultado de esos esfuerzos emergieron más iniciativas, como los jardines botánicos en Guadalajara, y uno de esos ejemplos fue el Jardín Leonardo Oliva que tuvo una vida útil entre 1953 y 1971.
“Mi investigación se basó mucho en documentos que encontré en el archivo histórico de la Universidad de Guadalajara; documentos del archivo del estado en la Casa de la Cultura Jalisciense, que albergó a la Sociedad de Botánica; documentos personales de Salvador Rosillo, a los que accedí gracias a que logré contactar a su hija”.
A la búsqueda de las raíces históricas
Leonardo Oliva y Mariano Bárcena fueron de los primeros tapatíos en abordar la botánica a finales del siglo XIX. Sin embargo, a pesar de que ninguno de ellos era biólogo o botánico, buscaban a su manera generar conocimiento en cuanto a esta disciplina, explica el historiador Carlos Silva.
Entre cartas y libros viejos, el historiador cuenta que, además del estudio del pasado, otra de sus aficiones es el cuidado de las orquídeas, una pasión que surgió desde antes de empezar su carrera universitaria y que influyó para que decidiera iniciar documentando la historia botánica de Guadalajara, un tema que considera que tiene riqueza, pero aún no ha sido explotado.
“Este es un tema que casi no ha sido tratado, además de que soy aficionado a la botánica, es lo que me quita el estrés de la vida cotidiana, así que pensé en darle un reconocimiento a quienes no habían sido estudiados y destacar este tema que debería ser estudiado por muchas más personas”, considera.
Este becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) refiere que, además de buscar documentos, parte de su trabajo fue entrevistarse con personas que conocieran a los pioneros de la botánica, y bromea al decir que la riqueza de la información encontrada fue culpable de atrasos en su investigación, pues cada fuente consultada atrapaba su atención completamente.
Entre sus descubrimientos, el historiador relata que encontró correspondencia entre los aficionados botánicos, e incluso documentos estadounidenses en los que solicitaban muestras de algunas especies de plantas o flores para el desarrollo de nuevos productos antimalaria.
¿La Ciudad de las Rosas?
Como parte de su investigación, el historiador encontró fuentes en las que se hablaba del posible origen del apelativo Ciudad de las Rosas que le fue impuesto a Guadalajara. Carlos Silva relata que en la década de 1950 un funcionario tapatío, Agustín Gómez y Gutiérrez, regresó de Estados Unidos y Canadá cautivado por los parques llenos de rosas y robles que eran comunes en aquellos países.
A su regreso a Guadalajara, Gómez y Gutiérrez ocupó la dirección de la oficina de Parques y Jardines de la capital, donde quiso replicar los escenarios que le influyeron, por lo que pidió que en los jardines de la Perla Tapatía se plantaran rosales, que sobrevivieron muy bien en esa época, cuando el clima era menos cálido y más templado.
“Hay una película de 1966 que se llama Ven a cantar conmigo, que se filmó en Guadalajara, donde se ve el Hospicio Cabañas, el Parque Agua Azul y el Parque Rehilete Alcalde abarrotados de rosas, y gran parte del imaginario mexicano vinculó a Guadalajara como Ciudad de las Rosas por esa película”.
Aunque los rosales se mantuvieron por una época en la ciudad, los cambios del microclima, la urbanización y otros factores políticos impidieron que la tradición de las rosas continuara. El historiador menciona que a finales de la década de 1990 se pensó en reactivar esta estrategia, pero el esfuerzo no se materializó.
“En parte creo que esta es una oportunidad para plantar otras especies nativas, como la dalia, que es la flor nacional mexicana, o tal vez especies que se adapten al cambio climático”.