Las labores forzadas a las que eran sometidas las personas africanas eran muy diversas y dependían de los intereses
y ocupaciones de quienes los compraban y se ostentaban como sus “amos”.
Se estima que entre el siglo XVI y finales del siglo XIX alrededor de 12.5 millones de africanos y africanas fueron sacados a la fuerza de sus tierras de origen y llevados a América para ser vendidos y realizar tareas forzadas de diferentes índoles. Este comercio trasatlántico de esclavos de origen africano formó parte de un sistema de esclavitud más amplio basado en el racismo y el colonialismo que originó lo que es considerado el movimiento forzado más grande de la historia.
La exploración portuguesa de África y la instauración de centros de comercio en el territorio dio pie a una fuerte demanda de esclavos que pronto creció con el arribo de los europeos a América, pues con su llegada se requirió mano de obra en grandes cantidades para ser utilizada en plantaciones, el trabajo en las minas o las labores domésticas.
Los esclavos eran marcados y transportados en barcos bajo contextos insalubres e inhumanos, lo cual, aunado a diversas enfermedades, daban como resultado un alto número de muertes de africanos que no sobrevivían a las extremas condiciones.
Entre los destinos de arribo de los africanos esclavizados, los cuales eran secuestrados en sus comunidades y vendidos a centros de trabajo donde después eran comercializados para emprender el viaje trasatlántico, se encontraban Sudamérica, el Caribe y por su puesto la Nueva España.
En este caso, existen registros que dan cuenta de un fuerte vínculo entre Veracruz y África, pues dicha puerta de acceso representó una pieza importante en las rutas de navegación del sistema comercial esclavista.
La presencia en el “Nuevo mundo” de personas esclavizadas provenientes de África tiene como antecedente la integración de estos esclavos en las huestes españolas tras la llegada de los conquistadores a América.
Asimismo, uno de los motivos que impulsaron el comercio esclavista en la Nueva España fue la crisis demográfica que inició hacia finales de la primera mitad del siglo XVI, cuando se desataron pandemias en la Colonia que generaron la muerte de miles de indígenas en todo el territorio, haciendo que a principios del siglo XVII el número de pobladores originarios se redujera drásticamente, lo cual significó para los españoles de la Colonia escases en las fuentes de fuerza de trabajo, falta que fue compensada con la llegada de esclavos africanos.
Las labores forzadas a las que eran sometidas las personas africanas eran muy diversas y dependían de los intereses y ocupaciones de quienes los compraban y se ostentaban como sus “amos”. Los quehaceres iban desde labores domésticas, tareas en plantaciones y funciones como pajes (en el caso de los niños y niñas), hasta esclavos que eran instruidos en un oficio para otorgar las ganancias generadas por su trabajo a sus amos.
La presencia de personas africanas en la compleja sociedad novohispana originó no solo el encuentro e intercambio cultural entre indígenas y africanos, y españoles y africanos, sino que el mestizaje, así como las intenciones de los españoles de reforzar un sistema de estratificación social basado en el racismo por medio de las denominadas castas, ocasionaron la creación de categorías de clasificación basadas en el fenotipo y origen racial paterno y materno, es así que se dieron pie a denominaciones como “moriscos”, “lobos”, “pardos”, “mulatos”, “zambos” y “negros”.
Se estima que entre 250 mil y 500 mil africanos y africanas entraron de manera legal a la Nueva España; sin embargo, la cifra se eleva considerablemente si tomamos en cuenta que existió un importante comercio de contrabando. Estas poblaciones se encontraban bien ubicadas durante el virreinato a través de la especie de taxonomía novohispana basada en el racismo que representaba el sistema de castas.
Posteriormente, con la conformación del Estado mexicano y la abolición de la esclavitud como resultados de la Independencia, las poblaciones africanas pasaron a la invisibilidad, pese a la importante contribución y participación tanto en materia social, política y cultural en nuestro país.
Asimismo, algunas interpretaciones históricas se refieren a los africanos como la tercera raíz de la sociedad mexicana; sin embargo, estas posturas piensan y reducen a los afromexicanos a un pasado integrado en el mestizaje, como si en el presente el pueblo africano y sus comunidades no tuvieran presencia a lo largo del extenso territorio mexicano, como si no fueran sujetos políticos y de derechos que forman parte y contribuyen a nuestra sociedad.
Las complejas relaciones que establecieron las poblaciones africanas con otros integrantes de la sociedad novohispana (europeos e indígenas); las obligaciones, derechos y movilidad que tuvieron los esclavos africanos; el lugar que ocupaban los africanos en el entramado social; así como su impacto y contribución a la cultura, economía y sociedad de la Nueva España han sido objeto de múltiples análisis en vista de comprender mejor que las formas de estratificación social basadas en el racismo no forman del todo parte del pasado y que la historia es constitutiva de la sociedad mexicana, tanto en su rica diversidad cultural como en sus arraigadas desigualdades sociales.
Un ejemplo de estos esfuerzos es el emprendido por María Elisa Velázquez Gutiérrez, importante antropóloga e investigadora en materia de historia y cultura de mexicanos y mexicanas de ascendencia africana. Entre las publicaciones de Velázquez Gutiérrez destacan Mujeres de origen africano en la capital novohispana, siglos XVII y XVIII (2006); Juan Correa, mulato libre, maestro de pintor (1998); Mujeres africanas y afrodescendientes: experiencias de esclavitud y libertad en América Latina y África (2016); así como Debates históricos contemporáneos: africanos y afrodescendientes en México (2011).
Este último texto organizado bajo tres ejes, el primero el comercio y las redes de comunicación del sistema esclavista, así como sus consecuencias en África y América; el segundo se centra en las categorías y denominaciones que han recibido la población africana esclava y libre en América; y la tercera se centra en las formas de vida cotidiana de las poblaciones de ascendencia africana.
A decir de la propia autora, los textos que conforman dicha edición centran su atención en los africanos y afrodescendientes como “sujetos sociales inmersos en nuevos contextos y con la posibilidad de crear y participar en la formación de sociedades diversas y complejas”.