El domingo 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer. Por supuesto, hubo
muchas mujeres que estaban demasiado ocupadas para celebrar.
Reconocemos este día a las empleadas de la salud que trabajan las 24 horas para responder al brote de coronavirus, granjeras que luchan contra los devastadores enjambres de langostas en África Oriental y las madres cuyo trabajo no remunerado en el hogar constituye la columna vertebral de todas las economías de la Tierra.
Sus contribuciones con frecuencia pasan inadvertidas. A menudo, las barreras sistémicas que enfrentan también lo hacen. Asegurémonos de que ese no sea el caso hoy. Y a pesar de que hay tantos problemas que compiten por nuestra atención, y aunque estoy segura de que muchos de nosotros también estamos ocupados, tomémonos un momento para preguntarnos si podríamos hacer más para hacer que el mundo sea mejor y más igualitario para las mujeres de las que dependemos.
Para ser sincera, desearía haberme hecho esa pregunta antes. Tenía 40 años, cuando comencé a pensar críticamente sobre la igualdad de género. A pesar de que había pasado una década en Microsoft yendo a trabajar todos los días en una empresa dominada por hombres, en una industria dominada por hombres, supuse, ingenuamente, que el impulso estaba de nuestro lado y que las fuerzas invisibles de progreso arreglarían las cosas pronto.
Cuando miles de mujeres de todo el mundo se reunieron en 1995 para la Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing, donde Hillary Clinton dijo: “Los derechos de las mujeres son derechos humanos”, no estaba allí. Estaba, como siempre, en Seattle en mi escritorio.
Si bien me gustó la idea de que las mujeres trabajaran juntas para crear un plan de acción para el progreso, me fue difícil imaginar lo que un evento como ese tenía que ver con mi propia vida. Y ciertamente no habría adivinado que 25 años después, la igualdad de género aún estaría tan fuera de alcanzarse.
Ahora lo sé. Después de que Bill y yo abrimos nuestra fundación, comencé a pasar tiempo con mujeres de todo el mundo y fui comprendiendo más profundamente el impacto de la desigualdad estructural en la vida de las mujeres y las niñas. Los datos son inequívocos: no importa en qué lugar del mundo nazcas, tu vida será más difícil si eres niña. Incluso en la vida pública estadounidense, todavía son abrumadoramente los hombres los que toman las decisiones, controlan los recursos y configuran políticas y perspectivas. Además, en 2018, el Foro Económico Mundial proyectó que EE.UU. no alcanzará la igualdad de género por otros 208 años.
Si eso te frustra, es normal. Especialmente porque todavía hay mucho que el mundo podría estar haciendo. La igualdad de género carece crónicamente de fondos, en EE.UU. y en todo el mundo, y todavía hay una brecha importante entre lo que dicen los líderes mundiales sobre la igualdad de género y lo que realmente hacen al respecto en términos de políticas y gastos. No sorprende que el progreso haya sido lento; simplemente no hemos invertido en ello.
Aun así, soy optimista de que éste será el año que cambie. Gracias en gran parte a las personas que han utilizado sus voces y plataformas para dar poder al movimiento #MeToo, hay un nuevo foco de atención sobre las desigualdades duraderas y la presión ampliada sobre los líderes empresariales y gubernamentales para que formen parte de la solución.
Es en ese contexto que el mundo se reunirá en julio en París para conmemorar el 25 aniversario de la Conferencia de Beijing en un evento llamado Generation Equality Forum. Este evento será la conversación global más importante sobre la igualdad de género en un cuarto de siglo, pero espero que los líderes mundiales que asistan hagan más que hablar. Espero que asuman los compromisos políticos y financieros necesarios para acelerar realmente el ritmo del progreso.
Para maximizar los resultados, el mundo debería centrar sus esfuerzos colectivos para trabajar simultáneamente en tres niveles de la igualdad. Uno es crear nuevas vías en sectores críticos donde las mujeres están subrepresentadas, como el gobierno, la tecnología, las finanzas y la salud global. Otro es desmantelar la red de barreras que retienen a las mujeres, ya sea que eso signifique poner fin al matrimonio infantil o cambiar las expectativas sobre quién es responsable de cocinar, limpiar y cuidar para que las mujeres tengan más control sobre cómo pasan las horas de sus días.
Por último, debido a que la desigualdad de género es un tema que afecta a casi todos los aspectos de la sociedad, necesitamos expandir nuestra coalición más allá de los defensores y activistas. Imagine lo que podría conseguirse si las corporaciones, los consumidores, los accionistas, los líderes religiosos, los ancianos de las aldeas y los artistas comienzan a usar su influencia para establecer normas y estándares nuevos y más equitativos. También te animo a que encuentres tu propia voz en esta conversación, ya sea en tu hogar, en tu lugar de trabajo o en tu comunidad.
Por mi parte, no voy a cometer el mismo error que cometí la última vez. Cuando el mundo se una para hablar sobre la igualdad de género, no estaré en mi escritorio en Seattle, estaré en la mesa. Dentro de 25 años, no quiero mirar este año como otra oportunidad perdida. En cambio, espero que podamos decir que a pesar de que estábamos ocupados, y aunque había tantos problemas que competían por nuestra atención, decidimos juntos que la igualdad no puede esperar, y nosotros tampoco.