¿Cómo se pintaba en el México antiguo?

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En el México antiguo el noble oficio de tlacuilo pintor consistía en realizar coloridas obras sobre la corteza del árbol amacuáuitl, la cual después de desprenderla, se amasaba y aplanaba antes de ponerla a secar al sol, luego con su tlacuiloloni pluma para escribir o pintar, nuestros ancestros delineaban su historia con imágenes parlantes, aquellas largas tiras de corteza amatl las

doblaban en acordeón para conformar los libros amoxtin exquisitamente manufacturados, esos códices contenían cronológicamente los sucesos sobresalientes, y en ellos, también se hallaban asentadas las legislaciones, costumbres, tradiciones, canciones y ensoñaciones de poetas.

Nuestros ancestros veneraban al árbol amacuáuitl, pidiéndole autorización para desprenderle la piel, el murmullo de sus hojas confirmaba su benevolencia, aquella corteza se ponía a hervir en agua con nextli cenizas, una vez suavizada se enjuagaba, para después extender las fibras sobre una tabla, golpeándolas con una piedra plana en rítmica ceremonia para fusionarlas, por último, se esperaba a que se secaran para desprender las tiras amalgamadas que formarían el anhelado papel amatl.

En este Siglo XXI, los pintores de Guerrero, Oaxaca y Puebla se sienten orgullosos de mantener viva esta valiosa tradición heredada por su origen antepasado achtontli, estos artistas mexicanos hablan por medio de sus obras, de esta manera las personas que observan sus pinturas conocen el acontecer cotidiano de su pueblo, el bullicio del mercado tianquiliztli con los vendedores de frutas y verduras pregonando su cosecha, estos artistas también dibujan las fiestas, los sepelios, y sus floridos trazos elevan sus plegarias a las fuerzas protectoras del milli campo.

Las espontáneas obras pictóricas retratan a los campesinos, a los pescadores arrojando sus vacías redes hacia bondadosas aguas, cuyas corrientes las devolverán pletóricas de peces, ahí también, sobre la corteza pintada en amatl, están los recolectores de hongos, y esperanzas.

Ameyaltepec cuyo nombre significa Cerro del Manantial, es un pueblecito incrustado en la sierra guerrerense, ahí  tuve la buena fortuna de conocer a Mario de la Rosa, a él le pagué para que me hiciese un retrato, los resultados de dicho encargo dilataron varias semanas, finalmente me expresó: Manuel Peñafiel, aquí está tu estampa terminada. Y halagado quedé al ver la interpretación subjetiva de aquel pintor, situándome acertadamente enfocando mis cámaras para documentar fotográficamente la vida de mis coterráneos, en dichas pinturas aparezco sobre exuberantes paisajes con mi atención fija en los brotes germinales de mí México.

La palabra fotografía se deriva del griego: Fotón, luz y Grafis, escribir o diseñar. Intuyo que fotografía es dibujo de luz, por lo tanto, mi retrato realizado en el papel amatl reforzó aún más mi identidad, si acuño la palabra tlacuilo, pintor, junto a tlahuilli que significa luz, puedo afirmar que yo soy un Tlacuitlauilli: Paisajista de Luz.

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