Al rendir tributo al Palacio de Bellas Artes por sus 80 años, Elena Poniatowska se refirió a él como “el entrañable merengue blanco”; el poeta y editor Jaime Labastida Ochoa dijo que “se trata del más bello de los teatros renacentistas que restan en el mundo”, y Margo Glantz acotó que “está ligado a mi biografía y a toda la cultura nacional después de la Revolución”.
Lo anterior, durante la mesa de análisis sobre la influencia que ese recinto marmóreo ha ejercido sobre algunos escritores en lo personal y en su creación literaria, la cual fue moderada por Bernardo Ruiz y transcurrió entre cariños al octogenario, anécdotas y remembranzas.
El primero en discernir fue Labastida Ochoa (Sinaloa, 1939), poeta, filósofo, ensayista y actual director de la Academia Mexicana de la Lengua (AML).
Subrayó la presencia, anoche en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, de diversas personas que han trabajado en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y que le han rendido frutos, entre ellos Horacio Flores Sánchez, “quien fuera coordinador de Artes Plásticas años atrás, cuyos aportes todavía se palpan en el INBA”.
Enseguida y con el deseo manifiesto de “no molestar a nadie”, y la conciencia de que “probablemente sí haya quien se moleste”, leyó el texto “El espacio de la literatura en los 80 años del Palacio de Bellas Artes”.
En su redacción, el vate se hizo esa pregunta a partir de diversas reflexiones. “Qué espacio han ocupado las letras en el palacio desde que abrió sus puertas en 1934 o sea qué importancia ha tenido la literatura para el INBA”.
Recordó que el nombre oficial de la dependencia es Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
“Por consecuencia, la ‘ye’, a la que antes dábamos el nombre de ‘i griega’, es una conjunción copulativa que une pero también separa, corta y divide en dos grandes áreas las actividades del instituto, parece mostrarnos que por un lado, igual al interior del palacio que en el INBA, están las Bellas Artes y por otro, la literatura”, dijo.
Empero, apuntó, al examinar esos dos grandes segmentos en que se divide la institución, las Bellas Artes por un lado y la Literatura por el otro, “de súbito advertimos que no guardan una proporción simétrica entre sí; fue hasta los años 50 pasados, que se creó la Dirección de Literatura y Publicaciones del INBA y comenzó a publicarse el ‘Anuario de poesía’, y no hay simetría ni en el espacio ni en el presupuesto destinado a uno y otro segmento”.
Labastida Ochoa fustigó: “La Sala Principal del palacio se dedica a las artes escénicas, a la música instrumental, a la ópera, a la danza clásica y contemporánea, mientras que sus grandes salones tienen vocación de museo y en consecuencia en ellos se exponen las artes plásticas.
“El espacio que se dedica a literatura se reduce a la Sala Manuel M. Ponce, que ni siquiera lleva el nombre de un escritor, sino de un músico, y también tiene otros usos”.
Sin embargo, Jaime Labastida Ochoa, autor de los libros “Estética en peligro” y “Humboldt, ciudadano universal”, entre otros, tuvo un gesto amable y muy cariñoso para el inmueble celebrado, al poner en relieve que desde su perspectiva, “se trata del más bello de los teatros renacentistas que todavía restan en el planeta”. Vino una calurosa ovación.
Luego tomó la palabra Margo Glantz Shapiro (México, 1930), una de las grandes maestras de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), forjadora de generaciones, excelente crítica, poseedora de una narrativa pícara y un gusto por la crónica, y acendrada pasión por el ensayo.
Recordó que en 1934, año en que el Palacio de Bellas Artes abrió sus puertas, “Antonio Castro Leal, hombre de letras, académico y rector de la UNAM, era jefe del Departamento de Bellas Artes en la Secretaría de Educación Pública (SEP)”.
Glantz añadió que a partir de septiembre de ese año, Castro Leal fue director del palacio, “con lo que necesariamente la literatura debió haber tenido gran importancia aunque se le dio mayor prioridad a los espectáculos y al as artes plásticas.
“Pero en 1950, durante la presidencia de Miguel Alemán, se fundó el INBAL y el hecho de señalar en el título mismo del organismo a la literatura, hubiese debido indicar su papel preponderante”.
Las anécdotas arribaron a su memoria. “En el Palacio de Bellas Artes vi por primera vez una ópera; en los pasillos de la Sala Principal conocí a maría Félix acompaña por Diego Rivera, quien seguramente en ese momento engañaba a Frida Kahlo, pues María iba elegantemente vestida y Diego con un overol con manchas de pintura.
“El palacio está ligado a mi biografía y a la historia de la cultura del país después de la Revolución”, señaló.
Por su parte, Elena Poniatowska al referirse a su “entrañable merengue blanco con ribetes dorados”, puso en relieve que el telón de la Sala Principal del recinto es un referente de la belleza natural.
Y evocó cuando Rita Macedo (1925-1993), actriz de la Época de Oro, dijo al escritor Carlos Fuentes (1928-2012), cuando ambos estaban en Tonantzintla, Puebla, que el paisaje era igualito al hermoso telón de Bellas Artes. “Su idea de los volcanes se la daba este palacio”, acotó.
La mesa de análisis sobre la influencia que el Palacio de Bellas Artes ha ejercido en personalidades de las letras mexicanas fue organizada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) a través del INBA y su Coordinación Nacional de Literatura (CNL).