Ayer me fui a caminar.

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Mis paso me guiaron por la calle sin sentido, sin rumbo y sin destino. Caminar, ver, reflexionar y disfrutar a la gente que pasa a tu lado viendo, conocidos que caminan sin ver, chocando contigo y como si nada pasara.

Eso es el olvido. Oficinistas, obreros, campesinos, mitineros; protestas que se escuchan por todas partes. Plantones hacia Gobernación; cerca del Reloj Chino, policías desarmados y uniformados con escudos que ya fácilmente le quita cualquier pelafustán de la CNTE. Calle de Reforma, esquina Bucareli.

Lucha constante y lugar de periodistas, “periodiqueros” y periódicos empresariales disfrazados de informadores. Un “Caballo” que más bien parece una piña mal cortada del amigo Sebastián y edificios y edificios; a un lado, la fortuna, los sueños y la decepción y tristeza de seguir siendo pobres. Allá, la casa de los diputados que ya estrenaron nueva mansión en Insurgentes, un nuevo café de escaparate para los que quieran ser admirados y que corren el peligro de que les echen cacahuates todos los que pasan. Y luego, esas moles que guardan el dinero de un banquero insaciable que maneja las monedas de otros para enriquecer los bolsillos propios.

Las banquetas anchas, como avenidas, que a la gente se les hacen pequeñas y las ocupan de un lado a otro impidiendo el libre paso. Se olvidan del principio fundamental callejero: “por la derecha, joven”.

Todos convertidos en cientos de hormigas-humanas, libramos obstáculos sin tocar a nadie... Ya saben, se molestan, te miran feo y hasta te insultan. Sin embargo, hay quienes te sonríen. Pero como ya no crees en nada ni en nadie, piensas que se está burlando de ti y pasas de largo mentándole la madre, pero en silencio.

Hoy hace fresco

Pasamos la calle de Iturbide. Donde aún se puede ver el viejo Palacio Chino. Por cierto, en esa calle venden unos tacos de carnitas que no te caben en la mano.

Y ya estamos en avenida Juárez.

Todo mundo camina con prisa. Sólo los turistas van “como si fueran por la Alameda”. Siempre atentos a todo lo nuevo para ellos. Hablando entre ellos y tomando fotografías a todo. Nosotros como ya lo hemos visto durante toda la vida, las cosas nos pasan inadvertidas. Pero nos detenemos un momento. Ahora todo es negocio. Los changarros de don Fox.

Allá donde había una farmacia, ahora se venden chucherías, un edificio que huele a rancio y un KFC muy visitado, en la esquina, frente al eterno Sanborn´s, donde las ya inexistentes jóvenes guapísimas presumían su cintura de avispa y sus pechos frondosos... Ya a estos lugares no se va a conquistar, sino sólo a tomar café que lo sirven por litros y a un único precio.

Del otro lado de la calle aún permanece el bien surtido puesto del “Santaclós de petatiux”. El hombre que cada año se alquila para sobrevivir con sus impolutas barbas naturales. El hombre del navideño reportaje obligado de los periodistas de la zona. Tiene en su negocio, desde una inocente revista o periódico, hasta una lectura de esas que a muchos(as) espanta, pero que las tienen abajo de su almohada para revisarla cuando nadie los ve.

Cruzamos con cuidado, ante la mirada del vendedor ambulante que ofrece flores y que se ha establecido en ese lugar durante varios años. Es el propietario de una esquina que no le pertenece.

Desapareció la librería de los cristianos, pasando la calle de Humbolt, sobre avenida Juárez. Tiene varios años sin ser ocupado el local.

Pero enfrente, en el lote donde estaba la impresionante H. Steele y Cía. (Haste la hora de México), ahora los seguidores de Ronald Hubbard, padre de la Cienciología hacen de las suyas. Se ve el poder económico de una religión venida del extranjero hace muy poco tiempo. Es un bunker a donde se puede entrar gratuitamente, pero a la recepción.

Los pies nos guían hacia la Torre Latinoamericana, pero tenemos que cruzar la cambiada avenida Balderas. El Metrobús, vendedores ambulantes por todos lados, puestos de tacos, tortas, consomé y demás fritangas de 4 por $25. Siempre hay gente comiendo, pues los sueldos de los oficinistas no alcanzan para más.

Se venden calcetines, discos, relojes, cinturones, camisas, correas, corbatas y quién sabe cuántas cosas “pirata”.

La afluencia de la gente no baja, por el contrario, nos abruma y nos sentamos a verla pasar. Ya saben, a criticar como todo buen cristiano...

Enfrente, en la Plaza de la Solidaridad, los mismos personajes jugando ajedrez. Ahí deambulan los mismos seres de la calle con su pestilente aroma a toda una vida sin que su cuerpo pruebe el agua, acompañados de sus mujeres y sus hijos mocudos y chamagosos que seguirán el mismo camino de sus padres en pocos años.

Por el lado sur de la avenida Juárez y pasando Balderas ya cerró sus puertas una pequeña casa de empeño que sacaba de apuros a los apurados de la zona. Aún vemos vestigios de las graciosadas que dejaron a su paso los simpáticos “maestros” de la CNTE.

Hacia el Eje Lázaro Cárdenas el hormiguero-humano se ve más impresionante.

Ya casi está listo lo que fuera el Hotel Bamer -muchos se acordarán del Bamerette- que ahora será una mole de viviendas de primer mundo. Inalcansables para los bolsillos de la gente común. Caras hasta decir ¡Ay nanita!. En 2006 cerró el hotel sus puertas y vendieron el edificio dañado por los sismos del 85. Ahí, en la parte baja y en años recientes, había un antro donde se vendía cerveza a raudales y era invadida por jóvenes sedientos de alegría. Su historia quedó suspendida en el tiempo... Tierra, cimbras y polvo hacen a un lado a los paseantes.

La Alameda… sorprende y decepciona

Gasto de millones de pesos para quedar igual o peor de cómo estaba. Rasurada totalmente de sus viejos árboles que le daban sombra a cientos de parejas que se revolcaban diariamente en sus jardines con besos, abrazos y otras cosas... Ya no vemos policías-mariachis a caballo.

Quedó desangelada la Alameda.

Sus estatuas famosas originales desaparecieron. Le quitaron la belleza que tenían las históricas fuentes. Lo único que no le quitaron al luhar fue su pestilencia.

Pero ahí está Juárez, el Benemérito de las Américas, cuidando con sus leones su Hemiciclo, para que el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera no haga más burradas.

Libros en puestos de periódicos, librerías con venta de periódicos, tiendas de trajes para caballero, dama y niños, negocios de cosas de un solo precio, vigiladas por personas encubiertas para que las y los vivales no se pasen de listos y se lleven lo que no es suyo.

Venta de discos originales que no tienen mucha clientela. La gente prefiere los de a $10 pesitos, “aunque sean pirata”.

Hay músicos a lo largo de Avenida Juárez. Trompetistas que vienen de los pueblos. El del saxofón que muestras sus dotes de lo aprendido en la Escuela de Música, los folcloristas disfrazados como de pieles rojas, pero que tratan de que la gente piense que son de algún país de Sudamérica. Quieren o intentan ser peruanos, pero se ve a leguas que son más mexicanos que los nopales. Venden sus productos, sus instrumentos, sus adornos y su música... La gente sólo compra lo que ve. Escucha y se desprende de algunas monedas que se colocan en un canasto que el grupo musical pone en el piso para ese fin. (Continuará)

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