En las librerías de Cristal, el Sótano y Porrúa hay mucha gente. Quien no nos conoce se lleva la imagen de que leemos mucho. Libros aquí, ejemplares allá, pero a un costo prohibitivo. Se toman, se hojean, se ven y se revisan... y se dejan “para otra ocasión”.
Cruzar El Eje Lázaro Cárdenas, hacia Madero es un martirio. Primero, por lo peligroso y segundo, porque el agente de tránsito del lugar maneja como su juguetito el control del siga y alto y lo oprime a su antojo, sin importarle nada la multitud de andantes que quieren pasar de un lado a otro. Opera el semáforo a su limitada voluntad y conocimiento. Se ríe al ver a las personas desesperadas por avanzar y -a propósito- las hace esperar más de lo debido. Eso sí, la preferencia la tienen los automovilistas. La gente que se espere. No sabe este servidor que el que espera desespera y el que desespera maldice...”.
Y llegamos a la calle de San Francisco, hoy peatonal de Madero -antes Plateros- cuya traza se debe al español Alfonso García Bravo. La historia registra: “El 8 de diciembre de 1914, la gente presenció la llegada de Pancho Villa a la esquina de San Francisco e Isabela Católica. “El centauro del Norte” -como le llamaban- bajó de su caballo, pidió una escalera, retiró la placa que señalaba Calle de San Francisco y colocó una nueva con el nombre de Francisco I. Madero. Para asegurarse que nadie intentaría cambiarla, pistola en mano lanzó una amenaza, juró acabar con aquél que se atreviera a retirar el nombre del expresidente -y amigo suyo-, asesinado un año antel nombre de Madero”.
: Desde entonces esta calle lleva el nombre de Madero”.
El calor aumenta y seguimos observando. Un hombres disfrazado de astronauta, otro de hojalata esperan pacientemente que niños mujeres y hombres depositen una moneda en su bote que tiene en el piso frente a ellos. En cuanto notan que cayó una moneda, de inmediato empiezan a moverse y causan la admiración de todos los presentes. Los pequeños en cuanto ven el movimiento dan un paso atrás abrazando las piernas del padre o de la madre.
Una iglesia con un retablo principal con hoja de oro recién terminado. Pero no todo lo que brilla es oro...
Los cajeros automáticos de los bancos ubicados en esta calle están saturados. La gente no aprende que si se quiere sacar dinero, lo puede hacer en ventanilla mostrando su tarjeta bancaria y una identificación y así evitar una fila interminable en plena calle con los rayos del sol.
Damos vuelta a la izquierda en la siguiente calle, Isabel la Católica para después dar vuelta en la calle de Tacuba. Queríamos ver la estatua ecuestre de Carlos IV, “El Caballito”, dañada por unos pseudo restauradores, que no saben en la que se metieron y no se la van a acabar...
Al llegar a la plazuela, oh, sorpresa, el monumento está cubierto por una tela especial un poco transparente, pero que aun así, no permite ver a detalle el daño causado por las manos inexpertas. Nos conformamos con ver algo que no se veía plenamente, pero nos imaginamos...
A un lado, el Munal, (Museo Nacional), en el edificio que era de Telégrafos. Por cierto, este museo debe ser el orgullo de todo mexicano que tiene la obligación de visitarlo y ver la belleza de su contenido y del edificio en sí que es una joya de la arquitectura. Esa escalera...
Del otro lado se encuentra el edificio de Minería con sus gigantescos meteoritos que son la admiración de todos.
Caminamos un poco más hasta llegar nuevamente al Eje Lázaro Cárdenas -Antes San Juan de Letrán- Los semáforos tardan mucho tiempo en cambiar de luz y por fin cruzamos hacia el lado norte de la avenida Hidalgo. Efectivamente, donde está el Teatro Hidalgo del Seguro Social, que apenas y se ve su fachada por tanto chacharero; de libros, cuadros y objetos de cristal, acero, cobre, latón, oro y plata, relojeros que compran y venden, comerciantes de celulares de dudosa procedencia, vendedores de películas, vendedores de viejo; zapatos, ropa, aparatos eléctricos usados, cuadros de pintores famosos y de los que sólo en su casa los conocen.
Ah, no podían faltar las fritangas; tacos, de cabeza, de suadero, longaniza, bistec, chorizo, al pastor, tortas... tacos fritos, de guisado; quesadillas, huaraches, tostadas, sopes, pambazos, birria, comida corrida... Todo en un ambiente con olor a antiguo, polvo, mierda y orines.
Cruzamos la avenida y nos dirigimos hacia la calle de Doctor Mora -ahora peatonal- y ahí nos quedamos un rato admirando el mini mural de Diego Rivera, “La Alameda”. Esto es gratis. El original, creado entre los años 1946 y 1947, se encuentra en el Museo Mural Diego Rivera, en la calle de Colón esquina Balderas. Hay que pagar. Ahí fue colocado después de los sismos del 68 que dañaron el Hotel del Prado donde se encontraba esta obra.
La fotominicopia de dicho mural está colocada en el lado oriente de lo que era la Pinacoteca Virreinal -Dr. Mora 7- lo que fue el ex convento de San Diego. Hoy día es el Laboratorio Arte Alameda. De ahí pasamos al Museo José Martí que estaba cerrado a las 2 de la tarde. Le dimos un vistazo a los amantes del ajedrez en su guarida -atrás del museo- y estaba completamente lleno el lugar. Entre risas, cuchicheos y humo de cigarro avanzaban los peones, los alfiles, las torres, el rey y la reina... Por ahí platicaban aparte tres personas del tercer tipo que a nadie molestaban.
Más libros viejos a precio de nuevos.
Más fritangas, tacos de carnitas...
Y ya nos dio hambre...
Nuestra caminata termina en la confluencia de Balderas, Reforma y avenida Hidalgo. Había que tomar el Metro. Bajamos las escalinatas abordados por pedigüeños de todas las edades. Ni un vigilante.
La otra odisea... El apachurre, el gusto, el enojo, el calor, las caras serias y los incansables vendedores de chicles, libros, fundas para celulares, El sonido insoportable de los vendedores CD, DVD de música y películas para todos los gustos. Cargando tremendas bocinas que parece que van a dar un concierto en los llanos de Ápan...
“Aquí le traigo la novedad...
Y ¡Zaz! Ya te trastearon, ya te robaron, ya ni la friegan...
Sergio J Martínez