¿Vida después de la muerte?
Esta pregunta se la ha hecho el ser humano desde que tuvo consciencia –a diferencia del reino animal- de que su vida tendría un final. La mayoría desearíamos prolongar nuestra existencia más allá de la muerte. Ante nuestra soledad creamos a Dios, a los ovnis y a los fantasmas.
Ese tipo de visiones son parte de esa prolongación de la vida, seres etéreos que se desprenden de un cuerpo que existe en la tercera dimensión para pasar a otra y que, de vez en vez, se hacen “presentes” mediante manifestaciones fuera de lo común.
La primera manifestación que recuerdo sobre su presencia fue cuando observé cómo varios libros caían, sin causa aparente de uno de los estantes de mi biblioteca. Minutos después llegó la noticia de la muerte de mi abuela.
Luego, la televisión –recién comprada- se apagó de repente. Al control remoto se le apretaron las teclas; los botones de encendido del aparato y del regulador de voltaje fueron movidos nerviosamente, sin resultados. Instantes más tarde sonó el teléfono y, luego, la noticia desde Saltillo: el fallecimiento de mi padre.
¿Cuántas veces, mientras se piensa en una persona ya fallecida, se siente una ligera presión sobre el hombro, la mano de alguien que avisara: aquí estoy?
San Compadre asegura que son espíritus que quedan atrapados entre este mundo y el cosmos; muchos de ellos convertidos en “ángeles protectores” y otros penando por obras que dejaron inconclusas. Ninguno de esos espíritus va al cielo o al infierno, sencillamente, “están” presentes aquí mismo, en una dimensión desconocida. También los hay chocarreros, esto es, que les gusta hacer bromas a costillas de los vivos; o los diabólicos, que aún después de su partida siguen haciendo el mal.
En las costumbres cristianas se decía que los criminales enterrados sin los símbolos sagrados vagaban por el espacio buscando su descanso y perdón.
En los hospitales de campaña, durante las guerras, o en los actuales de emergencia, es común la presencia de esos espíritus que vagan en busca de un lugar de reposo.
Una enfermera me platicó que esos eventos son comunes en los hospitales de traumatología donde muchos morían sin siquiera haber recobrado el conocimiento, pero su espíritu seguía ahí.
Pienso -decía la enfermera- que muchas personas mueren aquí y ni se dan cuenta. Su ‘espíritu’, ‘alma’ o como se llame, comienza a vagar buscando a su familia, su casa, sus seres queridos. ¿Qué sé yo lo que busquen? Añadía.
Luego comentó que era frecuente que las enfermeras se llevaran a su casa a alguno de “ellos”. Tal vez -dijo- el vestido blanco les atraiga y ‘piensen’ que podemos reunirlos con su familia o a encontrar su casa.
Recordó que en ocasiones, desde la jefatura de enfermeras, saliendo a la medianoche para hacer su rondín por los pabellones del hospital se podían apreciar a muchas, muchas entidades vestidas de blanco, “flotando”, con sus rostros difusos, preocupados, buscando algo o a alguien. Brillaban y daba ternura sentir su tristeza sabiendo que vagarían así sin encontrar a un conocido que les diera el adiós. Tal vez esperaban que se les dijera la verdad: “Vete, tú ya estás muerto”. Varias de las enfermeras sabían de estos espectros en los pasillos del hospital, pero la mayoría se reservaba el comentario sobre sus visiones.
Recuerdo mi inclusión –como novel reportero- en los disturbios del ’68. La noche de Tlatelolco me trae fantasmas que han caminado a mi lado por décadas. También los de la matanza del Jueves de Corpus; los de la guerra sucia de Echeverría o los de las guerrillas centroamericanas donde fui levantando a quienes cayeron creyendo en el renacimiento del “Habitan” no sólo en casas antiguas donde –como dicen por ahí- se respira miedo, sino también en pueblos que albergan a miles y miles de ellos. Real del Catorce, en el estado de San Luís Potosí, es uno de esos ejemplos.
En el espacio sideral aparecen los espectros: corrientes estelares, que no son sino una galaxia enana que colisionó con otra hace millones de años convirtiéndose en un fantasma que sigue asomándose en los radiotelescopios aunque ya no exista.