La antigua mitología de México aseguraba que los guerreros caídos en combate ganaban la recompensa de transcender a la divina Casa de Tonátiuh, el Sol. También se hacían merecedoras de un paraíso todas aquellas víctimas ofrendadas en sacrificio para honrar al numeroso panteón de dioses. Sin embargo, las personas que expiraban por muerte natural no ameritaban galardón mortuorio, sus ánimas simplemente se internaban en el inframundo llamado Mictlan, donde ejercían su soberanía el dios Mictlantecutli, y la diosa Mictlancíhuatl; a este tenue sitio llegaban los que perecían por enfermedad o vejez, sin hacer distingo de su posición social y económica. Los indígenas, antes de enterrar a sus difuntos, conjuraban plegarias frente al cadáver envuelto en una esterilla de paja entrelazada llamada pétatl, hoy conocida por petate.