Pues bien, como les comentaba en la entrega anterior, estoy convencido que la función pública –sobre todo en los cargos de dirección– exige de personas con características muy especiales para ejercerla. Cierto, no podemos pedir una humildad y moralidad supra humanas pero sí estamos en condición de exigir mesura, objetividad y convicción por servir a los demás. Para ello debe haber un cumplimiento irrestricto de la ley, atendiendo siempre a los fines valiosos que persigue; promover el cumplimiento de los compromisos asumidos en campaña que deben ser acordes al programa de acción e ideario del partido político que los postuló e imprimir, de forma ética, el famoso estilo personal de gobernar, teniendo como mira máxima el bien público.
Sí, efectivamente, estoy convencido que el servicio público es una vocación que pocos asumimos con convicción y compromiso, porque implica grandes sacrificios –sobre todo personales– que jamás serán reconocidos, agradecidos o compensados por la colectividad. Por el contrario, puedo afirmar –sin temor a equivocarme– que tiene un alto costo: la inevitable soledad.
El ejercicio del poder y del gobierno aísla a los funcionarios y los constriñe –casi exclusivamente– a la convivencia con los compañeros de oficina, pues ni siquiera la convivencia familiar se hace plenamente. Sí, pese a lo que la mayoría piensa, las mieles del poder suelen ser amargas. Esta soledad es suplida, en la mayoría de los casos, por la ambición de poder y, en otros pocos, por la satisfacción del deber cumplido y el haber aportado algo para mejorar la vida de nuestros conciudadanos. Quien no esté dispuesto a asumir esos sacrificios, no sirve para ejercer cargos en el gobierno.
En conclusión, el servicio público no sólo puede ser visto como una opción de desarrollo profesional o una oportunidad de enriquecimiento a costillas del poder, es una vocación y convicción por servir a algo superior que a nosotros mismos. Llamémosle patria, nación, bien público, sociedad, etc., al final sólo nosotros y nuestra satisfacción personal permanecerá. Por ello no se entiende que, durante los últimos tiempos, muchos de quienes han ejercido el poder lo hayan hecho de forma por demás irresponsable, teniendo como único objeto el enriquecimiento personal y el disfrute de placeres y frivolidades a cargo del erario público que, en realidad, son instrumentos para cumplir con su función, por ello, la próxima entrega será un epilogo, donde les expresaré con claridad “qué quiero” y “con qué no estoy de acuerdo”.
@AndresAguileraM