San Lorenzo de Albarradas, Oax.- Contemplar desde todos sus ángulos las dos cascadas petrificadas de aproximadamente 30 y 12 metros de altura, de Hierve el Agua, es ser testigo privilegiado de un espectáculo natural que sólo se repite
en Pamukkale, Turquía.
Este lugar, formado hace miles de años por el escurrimiento de agua con alta concentración de minerales -en particular magnesio y calcio- que permitió que al contacto con el aire el líquido se petrificará, está ubicado en la Región de los Valles Centrales, a 68 kilómetros de la capital oaxaqueña.
Si bien las cascadas se pueden contemplar desde su nacimiento o al pie de éstas, lo cierto es que desde cualquier ángulo se podrá apreciar el regalo que la naturaleza otorga a quienes lo visitan y que se mezcla con las cadenas montañosas y valles de la entidad como unas caprichosas nubes que adentran a la imaginación.
Y para deleite de propios y extraños, el lugar cuenta con un balneario sui géneris, compuesto por manantiales desde donde, sin perder el contacto con la naturaleza, decenas de niños, jóvenes y adultos, buscan aprovechar las propiedades curativas que se le han atribuido a éstas aguas calcificadas.
Leonel García, de 25 años de edad forma parte de los celosos guardianes del lugar, todos ellos encargados no solo de preservar celosamente la “historia real” sino de cuidar que todas y cada una de las piedras, animales o plantas del lugar permanezcan igual que hace miles de años más.
Él, al igual que una treintena de guardianes, sabe contar historias, de aquellas que pasaron de boca en boca y de generación en generación en este lugar, pero sobre todo de tratar, sin distinción alguna, al turista, internacional, nacional o local, pues reconoce que el beneficio que reditúa a su comunidad permitirá atraer más visitantes y posicionar al estado.
“Durante las temporadas consideradas fuertes llegan entre 130 y 150 turistas pero la meta es no solo duplicar ese número sino hacerlo crecer diez veces más, sin embargo aun cuando los bloqueos magisteriales no llegaron nunca hasta este lugar, sí disminuyó su afluencia”, asegura mientras adentra al lugar a quienes optan por su servicio de “cuota voluntaria”.
García Sibaja, mayor de ocho hermanos, tuvo que dejar la escuela para apoyar en las tareas del campo a sus padres, hace la primera advertencia al visitante: no tocar la “mala madre”, sino se quiere sufrir las consecuencias del ardor y comezón prolongada.
“El término de Hierve el Agua no es porque sus aguas estén a una temperatura muy alta, sino como emerge de la piedra, tiene muchos minerales, calcio, potasio, magnesio, que combinado con el aire, los gases y el sulfato de cobre le proporcionan tanto un tono café claro como si hirviera, aunque si la tocas, está templada”, señala.
Y es que la primer parada obligatoria es la cima de las dos cascadas petrificadas, donde cielo y la tierra parecen unirse y, desde donde muestran orgullosas sus pliegues y vetas de colores ámbar y cobre.
A ras del suelo, un borboteo de agua sale de un orificio de unos 20 centímetros de ancho que, efectivamente, pareciera que hierve.
Al continuar el recorrido y tras descender por una brecha de piedra -al que hay que acompañar con calzado cómodo, bloqueador solar y agua para beber-, se llega al pie de las cascadas desde donde el fenómeno natural de la petrificación del agua se presenta en todo su esplendor.
“Es como si el agua se hubiera convertido en roca”, comenta un grupo de turistas, entre quienes se encuentra doña Luciana Lázaro, una mujer oaxaqueña de 79 años de edad, menudita de 1:50 y cuya piel cobriza deja ver los signos de la madurez y la experiencia, pero también su agilidad para recorrer el lugar entre veredas naturales y rocosas.
Ella experimenta, al igual que los presentes, el asombro a lo nuevo, a lo natural.
Y es que pararse frente a las cascadas de Hierve el Agua, no puede tener otro resultado más que el de la admiración y respeto por la madre naturaleza, esa a la que nuestros ancestros siempre veneraron.
Las estrechas veredas de tierra y piedra, dan pie por donde se le busque, a encontrar o que nos encuentren nuevas historias.
Mientras se recorre la zona surge de entre la hierba, ramas y rocas del lugar, una voz muy cercana que sin embargo, suena con un tono de angustia: “Ayúdenos por favor, estamos perdidas”.
Se trata de Susana, de 44 años y su hija Daniela, de 14, que optaron por conocer el lugar sin la explicación de un guía certificado y que es una decisión que bien se puede tomar, dado que se trata de una zona segura, pero tiene su riesgo por los enormes acantilados que hay.
“Hasta ahora no ha habido ningún accidente”, se apresura a aclarar nuestro experto guía, quien de inmediato las tranquiliza: “no se preocupen, espérenos, ahorita vamos por ustedes”.
Esta situación no le impide continuar su explicación, indica los mejores ángulos desde donde se pueden captar, a través de la lente, las postales naturales más sorprendentes de la entidad, mostrar el tipo de vegetación y fauna, y citar las leyendas e historias que envuelven el legendario lugar.
Tras la solicitud de ayuda y localización instantánea de ambas turistas originarias del Distrito Federal -que con sonrisa a flor de piel agradecen el apoyo de Leonel-, el grupo inicial del recorrido crece de forma inmediata.
Surge, en un lugar mágico y milenario, por momentos detenido por el tiempo, ese sentimiento de sentirse arropado, protegido por el resto de los tuyos, los seres humanos, en toda la extensión de la palabra, aunque sea en lugar que cuenta con seguridad a su entrada y en los alrededores, así como letreros para advertir de posibles riesgos a todos aquellos que lo quieran conocer.
Y es que tras pagar 25 pesos de entrada y otros diez pesos de estacionamiento, el lugar permite a cada viajero encontrar y contar u propia historia.
Para visitar Hierve el Agua, una de las tantas maravillas que registra la entidad oaxaqueña, se puede llegar con automóvil propio o bien, contratar desde la capital del estado, un Tour que parte todos los días de las 10:00 de la mañana y concluye a las 18:30 horas, en cualquier agencia de viajes.
También, se puede llegar desde la central camionera y, si la suerte está de tu lado, contratar un taxi colectivo que te llevará, por 65 pesos al lugar, claro, previo requisito de contar con todos los pasajeros, de lo contrario, habrá esperar.
Lo cierto es que a Oaxaca, por donde se le busque, sea en las Fiesta de los lunes del Cerro, de la Guelaguetza, con su música, bailes y cantos, o en su mole, mercados o arquitectura, cada quien encontrará, descubrirá o redescubrirá algo nuevo, algo que deja un grato sabor de boca.