En México, las fiestas de la Vendimia se celebran desde hace más de una década, tratando de mezclar la antigua tradición vinicultora y el colorido folclor nacional, en donde vinicultores y campesinos trabajan en conjunto en el tiempo de la abundancia para realizar el proceso de la pizca, recogiendo uno de los frutos más venerados por el hombre: la uva.
Como cada año, La Redonda -viñedo familiar, heredero del viejo sistema agrícola hacendario-, parte de la tradición para festejar el día más importante del año, “la vendimia”, que con entusiasmo, algarabía y colorido predominará durante los días de fiesta.
Días antes del festejo popular, personal de la finca inicia desde temprano, casi de madrugada, el corte de la uva; los campesino, hombres vestidos de camisa de manga larga, pantalón de mezclilla, sombrero y tenis, y mujeres con falda y blusa amplias, toman cuidadosamente los racimos, que han de cortar con la hoz, para que no caigan al suelo.
Poco a poco y de un solo corte, desprenden las vayas del sarmiento, que son depositadas cuidadosamente en cajas. Así durante una larga jornada llenan decenas.
Terminada la cosecha, inicia un ritual en la intimidad de la finca, donde cada viticultor, junto con el enólogo y dueños, forman parte, del día que marca sus triunfos o fracasos, pues la vendimia no únicamente es un momento de alegría, sino que es el momento de la verdad que cada año muestra una cara diferente.
La vendimia es y será la respuesta a cientos de preguntas: ¿cómo será este año: favorable o desfavorable?, ¿se habrá logrado toda la cosecha esperada o las heladas y otras situaciones climatológicas, habrán mermado la producción?, ¿hay suficiente uva para cumplir con los compromisos?, ¿de qué calidad es la uva? Y la respuesta establecerá nuevos puntos de partida.
Todos se muestran orgullosos del fruto obtenido y las uvas son vaciadas al lagar. Según la tradición, las mujeres deben portar una corona de hojas de parra de uva y la mujer más longeva es la que dará inicio al ritual.
Concluido ese capítulo que corresponde a una época muy especial respecto a la recolección de la vid, que en el hemisferio sur es entre los meses de febrero y abril y en el hemisferio norte entre julio y octubre, da inició el festival de la vendimia abierto al público, en el llamado “Corredor Vitivinícola Queretano”, que se celebra los días 17 y 18 de julio.
El tan esperado y tradicional festival en el rancho, La Redonda, abre sus puertas a los visitantes con una pequeña ceremonia en la terraza, donde un padre prueba una copa de vino, uno de los actos más simbólicos dentro de la vinícola queretana, para bendecir e inaugurar formalmente la colecta del vino nuevo.
Durante la mañana, poco a poco los invitados entran a la finca por un portón de hierro forjado que los conduce a una reducida vereda que desemboca en la terraza y en el pequeño jardín botánico del lugar.
Como parte del espectáculo que se le brinda a los asistentes, es el vaciado del primer corte del fruto al lagar de madera donde la uva será pisada. Sorprendidos, los visitantes disfrutan esta actividad. Niños y adultos, forman largas filas para pasar en grupos de ocho al lagar y experimentar el pisado de la uva.
Todos se quitan calcetas, tenis, zapatos, guaraches y hasta botas dejándolos al lado de la prensa de madera, después se doblaban sus pantalones hasta las rodillas. Ansiosos esperan su turno para subir rápidamente por una escalera de madera e introducir, algunos con miedo, sus pies; tocan poco a poco las uvas y ríen por la sensación de cosquilleo que eso les provoca.
Totalmente dentro de la prensa, van dando vueltas agarrados a una cuerda. Quieren que el tiempo pase lento para permanecer unos minutos más triturando la vid, pero finalmente los primeros tienen que salir para dar paso a los que siguen detrás.
Poco a poco el fondo del lagar se llena con el mosto o pulpa de la uva que tiñe de morado la madera, así como los pies de quien se atreve a meterse al jaraíz o prensa.
Aproximadamente cada dos horas, llega un camión con 10 o 15 cajas de uva, que son vaciadas al jaraíz cubriendo el mosto con una nueva capa de uvas. La gente que se encuentra alrededor se acerca para tomar algunos racimos y comerlos, le dice a lo lejos una abuelita a su nieta: escoge de los de encimita, de eso que no hayan tocado el mosto triturado por pies. La asistencia mastica gustosa las uvas que pintan sus dientes de negro y su lengua de color morado.
Así, para el atardecer cada uno de los tres lagares ubicados en diferentes sitios de la finca, están casi a la mitad de su capacidad, lo que ocasiona que los últimos en hundir sus pies en la pulpa de la uva, se tiñan las piernas hasta las rodillas.
Por la terraza y sus jardines de la finca, se aprecia el ir y venir del público, quienes se deleitan con la copa de vino que les fue obsequiada en la entrada al evento. Nadie suelta su copa, me imagino que la guardaran de recuerdo.
Muchos comen paella, quesos, pan, ensaladas, carnes o pastas a la sombra de las carpas instaladas en la terraza y al fondo del jardín; acompañan sus platillos con alguna botella de vino rústico o fino, según su gusto, para estimular el apetito y dejar un agradable sabor en boca.
Ahí, sentados bajo la sombra, los comensales prestan atención al espectáculo circense, posteriormente al de blues y finalmente a los mariachis. El ambiente está a todo lo que da y la gente se nota “alegre” por el efecto reavivante del vino. Es indudable que surgen sensaciones cuando el vino se degusta.
Cerca de las tres de la tarde, los apasionados y curiosos del vino, se dirigen a un salón para realizar la cata en compañía de los expertos en ese arte. Vista, olfato y gusto participan en este armónico encuentro con el vino.
La cata depende de cada persona, del desarrollo de su vista, su olfato y sus papilas gustativas. La costumbre de beber vino o la práctica de reconocimiento de cada vino es una excelente herramienta para identificar la calidad del mismo.
Primero entra por los ojos, con la ayuda de una luz blanca o un fondo del mismo color se contrasta el color del vino. Así uno observa sus tonalidades, limpidez, burbujeo y graduación alcohólica. En el caso de los espumosos, un burbujeo pequeño y suave denota un vino con mayor reposo en cava. Luego con movimientos circulares de la copa oxigenamos el vino para que despida sus aromas y al olerlo los distingamos.
Esto es aún más difícil si no se tiene práctica, pero es entretenido y a la vez te va preparando al sabor final. Finalmente lo degustamos con un pequeño sorbo que conservamos en la boca para que nuestras papilas gustativas aspiren y reconozcan los sabores y taninos. Una suave aspiración de aire mientras conservamos el vino en la boca permite liberar más aromas. ¡Qué delicia!
Son cerca de las cuatro de la tarde y el sol se encuentra en el cenit, hace calor, la temperatura es de 25 grados y se siente algo de humedad en el ambiente. A esa hora y para terminar con la experiencia de participar en la fiesta del vino muchos suben a un camioncito adaptado con acabados propios a los de un camión safari, con plataforma de madera y guardas del mismo estilo.
Para los que ya están cansados y no les gusta caminar por las veredas de tierra, pueden abordar el camión safari que hace un recorrido al interior del viñedo. En frente va un guía reseñando brevemente a los espectadores, la historia de la finca vitivinícola y explicándoles el ciclo de la vid.
Nadie permanece indiferente ante la estética de los viñedos, perfectamente alineados. Parece mentira que tanta simetría, luego de los procesos de rigor, derive en un desbordado espíritu bacanal.
Al regreso del recorrido, los paseantes saben que la fiesta ha terminado. Las familias caminan hacia sus autos y otras tantas visitan la ‘boutique' de vinos, para adquirir uno, dos o más: suaves, semisecos, dulces o rosados. Quizá algunos visitantes regresaran el próximo año, otros no, pero la experiencia nunca la olvidaran.
Como verán, el vino fusiona el encuentro social, la comida y la charla por ser una bebida noble y compañera. En México, hace falta redescubrirlo y darle un mayor espacio dentro de la cultura popular.