Uno de los hombres de Máximo Castillo, jefe de la guardia personal de Francisco I. Madero, vigila la “casa de adobe”, sede de la comandancia del Ejército Libertador en Ciudad Juárez. Es mayo de 1911 y el soldado mira apaciblemente a la cámara del fotógrafo que inmortalizaría su imagen mientras se recarga en la construcción y sostiene con una mano su rifle cuya culata descansa sobre el piso. Fueron muchas las personas que como él se unieron al movimiento revolucionario con la idea de cambiar el país. Es a esa gente que se unió a diferentes líderes y murió sin ningún reconocimiento a quien se dedica la exposición “Valse triste”, que se exhibe en el Museo San Carlos.