Hace tiempo que los sudafricanos habían asumido que algún día tendrían que dar el adiós definitivo a Nelson Mandela, a fuerza de contemplar en sus repetidas hospitalizaciones la absoluta fragilidad física y el ensimismamiento del hombre que construyó una nación desde las cenizas del apartheid. Con ese momento, aquel en que Madiba, al borde de los 95 años, ha ganado en paz el descanso final, ha llegado para Sudáfrica la hora crítica de aprender a vivir sin la figura paterna, sin el mentor y referente que Mandela seguía siendo, pese a llevar casi una década alejado de la vida pública, en la modesta casa de su terruño.