Desde hace varias décadas, México es un país arrastrado —siempre de menos a más— por la inercia imperial y el sojuzgamiento que ejercen los Estados Unidos de América (EUA) en su ofensiva contra el mundo, Latinoamérica en particular (“el patio trasero”), vía su
política exterior desde donde defiende los intereses por arriba de los “amigos” (John Foster Dulles).
Para ubicarnos en el tiempo, digamos, durante todo el siglo XX y a la fecha, ¡sin olvidar las heridas abiertas por el arrebato a México de medio territorio, durante el siglo XIX! Y más atrás, desde luego.
Pero el proceso arreció durante las últimas cuatro décadas, cuando se consolidó el capital financiero internacional y México se embarcó —por la colocación de grilletes, bajo consentimiento presidencial— suscribiendo acuerdos con organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, preludio de los demás acuerdos, como el TLCAN, el Plan Mérida y el Northcom en materia de “seguridad” de América del Norte. Historias para contar.
La adopción del modelo neoliberal significó para el país una serie de medidas llevadas a políticas públicas, que generaron la destrucción del Estado nacional por la gracia de estratagemas como el desmantelamiento de las empresas paraestatales o las privatizaciones (¡para los amigos del poder!), las políticas de austeridad o control de los niveles salariales de los trabajadores con fines dizque desinflacionarios (bajo contubernio de los liderazgos sindicales, todos), el cambio de modelo de Estado interventor por otro de “libre mercado” (que no existe). En fin.
Esos lineamientos fueron aplicados en el país por personajes de carne y hueso. Se llaman Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y ahora Peña Nieto. Todos, pero especialmente Salinas de PRI y Calderón del PAN (así le zumben los oídos a los demás), presidentes que sentaron las bases de la desarticulación del país como proyecto de nación —súmense sus respectivos “gabinetes”—. A Peña le tocó dar la estocada con las últimas “reformas estructurales” aprobadas, como la energética. ¿Qué? La privatización de Pemex, el último toque de nacionalismo.
Ahora, tras la culminación de todo este proceso, comienza lo peor. Como se escucha ¡y no falta tanto! (ya está aquí el fracking, así como las licitaciones del sector energético) Así el propio presidente Peña asegure que pronto tendremos buenos resultados con las reformas. Vendrán, pero para mal.
Es decir, a ojos vistos queda claro que los principales beneficiarios de estas reformas no serán los mexicanos sino unos pocos de la élite del poder económico y político, pero sobre todo el proceso se ha encaminado a otorgar beneficios a las multinacionales en general y al sistema financiero en lo particular, estadounidense en ambos casos.
Qué decir de la parte formal y real de la economía tan golpeada. Léase cualquier indicador. Sin dejar fuera la parte oscura o informal, el beneficio es para aquellos que —casi siempre organizados en bandas—, han emprendido negocios tan ilícitos como altamente usufructuarios por las elevadas ganancias que dejan. Sobresale, claro está, lo que circula en el “mercado negro”. Todo aquello que pueda significar negocio y fuertes ganancias sin importar el resto.
Las reformas al modelo económico aplicadas por Salinas, las políticas antidrogas adoptado por Calderón, son dos de las medidas políticas más nefastas que se han aplicado en el país. Desde entonces México no avanza, la situación empeora. Y las políticas de Peña tampoco cambiarán el rumbo. Por eso Salinas salió a decir en The Economist, que las reformas estructurales recientes no rendirán los frutos esperados, salvo que “se instrumenten adecuadamente”.
¿Pero por qué? Salinas se cura en salud, augurando “falta de oportunidades” cuando él no consiguió más que hundir al país. Todo factor interno trastocado desde el exterior incide en la Seguridad Nacional, como veremos. Por eso urge rescatar a México, entre todos.
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