Cada vez que deja París y viaja a México, el titular de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), José Ángel Gurría, otrora conocido como el “Angel de la Dependencia”, se desborda en elogios para el poder político mexicano y en especial para
la conducción económica del país.
Su visita en curso en México no es la excepción. Atribuyó a las reformas estructurales del gobierno de Peña Nieto el “mejor” desempeño económico del país, que sin embargo sigue entrampado en la mediocridad de un crecimiento sucesivamente revisado a la baja.
Pero Gurría, quien alguna vez soñó con la presidencia de México, ve el panorama económico de México como muy halagüeño y de lejos muy por encima de los índices de crecimiento en otros países del mundo. Una revisión mínima de sus comentarios cada vez que se encuentra en México arroja una visión excesivamente optimista, interesada y aduladora sobre la realidad económica nacional.
Ojalá tuviera razón. Nada honraría más a los mexicanos que observar que el país está en plena pujanza económica o, de menos, en una ruta prometedora para las próximas generaciones. Pero todo lo contrario. México suma más de 30 años de crecimientos mediocres, precarios e insuficientes para aliviar el rezago y satisfacer las crecientes demandas de una población predominantemente joven que requiere empleo, vivienda, salud, educación e infraestructura, al menos.
Y Gurría es parte responsable del virtual fracaso económico del país. Fue titular de Hacienda en el gobierno de su amigo, el ex presidente Ernesto Zedillo.
Quizá por ello el señor Gurría Ordoñez insiste en un optimismo a toda prueba. “México ha tenido un comportamiento económico mejor que el regional”, ratifica el titular de la OCDE al aplaudir las reformas del peñismo.
Claro. Lo ve desde su oráculo parisiense y con la confianza que da el ingreso millonario que percibe por su encargo en París, cuyas prerrogativas resultan odiosas a la vista de la inmensa mayoría de los mexicanos y más aún de quienes perciben un salario mínimo de 73 pesos.
Gurría, quien se jubiló a los 43 años de edad de Nacional Financiera con una pensión vitalicia de unos 500 mil pesos, violando incluso normas internas del organismo dependiente de la Secretaría de Hacienda, puede estar optimista sobre su futuro y muy tranquilo, satisfecho y feliz por su presente.
Más aún. Recién propuso reducir las pensiones de los trabajadores de la generación en transición para disminuir su costo fiscal, que se estima en 120 por ciento del PIB.
De aprobarse, la “solución” de Gurría para aliviar las finanzas del país, afectaría a 26 millones de mexicanos que comenzaron a cotizar antes del primero de julio de 1997 e implicaría una reducción de entre 30 y 70 por ciento en el monto de su retiro.
Así es Gurría, un ferviente adulador, casado con las teorías liberales y convencido de la voluntad de Dios, pero en los bueyes de su compadre. (fin)
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